Opinión

De la medicina reactiva a la medicina proactiva: un cambio urgente y necesario

Esperar a que aparezca la enfermedad y no intentar anticiparse a ella es una tendencia costosa, suicida y cada vez menos eficaz

La ciencia que no se entiende (la medicina), ni es ciencia ni es nada
Una medicina que se adelante a los problemas no solo salva vidas, también recursosDREAMSTIMELA RAZÓN

Desde la antigüedad, los sistemas de salud han operado bajo un modelo esencialmente reactivo: se espera a que la enfermedad aparezca para intervenir. En este paradigma, los recursos se concentran en tratar enfermedades una vez que ya se han manifestado y han generado daño, a menudo en fases avanzadas, cuando la recuperación es más difícil, más costosa y menos eficaz. Este modelo ha estructurado la mayoría de los Sistemas de Salud modernos, centrado en una atención que responde al daño, en lugar de anticiparse a él.

Frente a este enfoque, se alza con creciente urgencia un modelo proactivo, centrado en la prevención, el mantenimiento de la salud y el diagnóstico temprano. No solo mejora los resultados clínicos, sino que representa una solución estratégica para la sostenibilidad económica de los sistemas sanitarios. Esta nueva visión no solo tiene por objeto prevenir la enfermedad y fomentar la salud, sino también detectar precozmente los procesos patológicos antes de que generen consecuencias graves e irreversibles. El modelo proactivo de atención sanitaria se orienta a mantener al ser humano sano desde su nacimiento y durante el mayor tiempo posible, actuando desde la raíz de los problemas de salud: genética, hábitos de vida, entorno, factores psicosociales y acceso equitativo a recursos preventivos. Se trata de anticipar, no de remediar.

Pero esta transición hacia una medicina proactiva no es solo un desafío médico o técnico; es, sobre todo, un cambio cultural y económico. En el centro del debate se encuentra la estructura misma de los incentivos que mueven al sistema sanitario actual. Tanto los proveedores de servicios médicos como la industria farmacéutica obtienen sus mayores beneficios cuando atienden a una enfermedad con mayor complejidad clínica. A más intervenciones, mayor gasto; a más enfermedad crónica, más consumo sostenido de fármacos. En este contexto, los pacientes graves y crónicos son los “clientes ideales” de un sistema sanitario enfocado en la enfermedad más que en la salud. No obstante, el interés de la Industria por lograr fármacos o terapias curativas es incuestionable y cada vez es mayor su compromiso con la prevención,

Este modelo reactivo entra en contradicción con los intereses de otros actores fundamentales: los financiadores de la atención sanitaria, como las aseguradoras y los Servicios Públicos de Salud. Cuando estos agentes operan bajo sistemas de pago por cápita —una cantidad fija por asegurado o población asignada, independientemente del número de intervenciones—, su incentivo económico cambia radicalmente: Cuanto más sano se mantenga el ciudadano o el asegurado, menor será el coste para el financiador. Estos modelos favorecen las estrategias que previenen la aparición de enfermedades, detectan precozmente los problemas de salud y, de esa manera, evitan tratamientos costosos a largo plazo.

Este aparente conflicto de intereses se hace aún más evidente cuando se consideran las enfermedades crónicas, que representan el mayor coste para los sistemas de salud en todo el mundo. La industria farmacéutica, legítimamente interesada en obtener rentabilidad de su investigación, centra buena parte de sus esfuerzos en medicamentos que deben consumirse de forma continuada, durante años o décadas. La innovación en prevención o curación definitiva de enfermedades no siempre se alinea con esos intereses.

Por otro lado, las entidades responsables de financiar la atención médica —desde los estados hasta las mutuas o seguros de salud— entienden cada vez con mayor claridad que invertir en prevención, en educación para la salud, en diagnóstico precoz y en estilos de vida saludables tiene un retorno mucho más alto que atender las complicaciones derivadas de enfermedades no controladas o diagnosticadas tarde.

En un mundo con poblaciones cada vez más envejecidas, con patologías crónicas en aumento y con recursos limitados, seguir esperando a que la enfermedad se manifieste para actuar es una estrategia suicida. Por el contrario, una medicina que se adelante a los problemas, que los prevenga o los contenga en sus primeras fases, no solo salva vidas, sino también recursos.

La transición hacia este modelo requiere reformas profundas en la forma en que se remunera a los profesionales y se financian los sistemas de salud. Hace falta incentivar no la actividad médica, sino los resultados en salud de la población. Desde la Fundación que presido, llevo años proponiendo este modelo proactivo, expuesto en el libro “Un nuevo Sistema Sanitario para España” en el que se promueve un sistema de financiación pública capitativa de los sistemas de atención sanitaria. Un sistema que induzca a la gestión eficiente de los recursos y a la mejora de los resultados en salud.