Ecologismo

Estas cinco especies se juegan su futuro

El estado de conservación de la tarántula anaranjada, el gecko de Durrel, el mero de siete bandas, el órice beisa y el sapo del páramo ha empeorado en los últimos doce meses a causa del cambio climático, la caza y la destrucción de su hábitat.

El órice beisa es una de las especies amenazadas/ Steve Garvie
El órice beisa es una de las especies amenazadas/ Steve Garvielarazon

Mamíferos, reptiles y anfibios. Bestias grandes y diminutos insectos. Cada año, cientos de animales están en peligro a causa del cambio climático y el impacto de la actividad humana.

En 2018, dos nuevas especies, la tarántula anaranjada y del gecko de Durell, han entrado en la última actualización de la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), organización formada por instituciones públicas internacionales y de la sociedad civil que estudia la flora y la fauna mundial y su evolución.

Para otros ejemplares como el mero de siete bandas, el órice beisa y el sapo del páramo, los datos recogidos en este año no son más esperanzadores. Según la UICN, sus poblaciones se han reducido drásticamente. 2018 se ha despedido con estos animales con el deseo de que todos sigan vivos y coleando en 2019.

Tarántula anaranjada (Brachypelma baumgarteni)

Por su imponente aspecto, su característico color y el miedo que suscitan, las tarántulas anaranjadas no pasaban desapercibidas en México. Es más, hasta hace cinco años, era común verlas en la región costera de la Sierra Madre del Sur en el sureste del estado de Michoacán, donde habitan.

Ahora, sin embargo, resulta más complicado toparse con ellas. Según señala la UICN, al tratarse de una especie dependiente de los bosques, la actividad humana (como la urbanización y la agricultura) podría ser la causa principal de su desaparición.

Asimismo, la organización también sugiere que algunas subpoblaciones de esta especie, que entró en la Lista Roja en la categoría “en peligro”, podrían haber sido devastadas por los huracanes.

Mero de siete bandas (Hyporthodus ergastularius)

La pesca excesiva amenaza a este animal que habita en la costa australiana.

Según la Lista Roja, “en los últimos ocho años, la pesca excesiva ha provocado que las poblaciones de esta especie disminuyan en más del 69% en Nueva Gales del Sur y en el 80% en Queensland, con implicaciones financieras para los pescadores y los mercados de exportación locales y nacionales”.

Por ello, este tipo de mero ha pasado de la categoría “preocupación menor” a la de “casi amenazado”.

Gecko de Durrell (Nactus durrellorum)

En Isla Redonda, en Mauricio, se encuentran los últimos ejemplares del gecko de Durell, una especie que ha entrado este 2018 en la Lista Roja en la categoría “vulnerable”.

En el pasado, el número de individuos de la especie ya sufrió un fuerte declive. Pero desde la década de los ochenta, las medidas de conservación para erradicar varias especies invasoras, restaurar el hábitat y administrar activamente esta especie permitieron que las poblaciones de geckos se recuperasen.

Una tendencia que se ha vuelto a revertir a consecuencia de las nuevas especies invasoras que invaden regularmente las islas del archipiélago de Mauricio y a los episodios climáticos extremos.

Órice beisa (Oryx beisa)

El número de ejemplares de este antílope africano, que vive entre los matorrales y pastizales semiáridos y áridos del nordeste del continente, ha caído en picado.

Si a mediados de la década de los noventa existían unos 26.000 ejemplares, las investigaciones más recientes cifran su población en unos 12.000 individuos.

Por este motivo, han pasado de la categoría “casi amenazada” a la de “en peligro” en 2018.

Entre las causas de su desaparición, la UICM apunta tres: la sobreexplotación, la invasión de su hábitat por asentamientos humanos y por el ganado, y el comercio de su carne, su piel y sus cuernos.

Sapo del Páramo (Nannophryne cophotis)

La última vez que se observó esta especie de sapo, original de Perú, fue en 2005. Los expertos señalan que incluso podría haberse extinguido, por eso el anfibio ha pasado de la categoría “preocupación menor”, en la que fue incluido en 2004, a la de “en peligro crítico”.

Su desaparición podría estar vinculada a la destrucción de su hábitat y la contaminación del agua dulce por las actividades mineras, la expansión agrícola y las plantaciones de pinos, aunque no se descartan otras amenazas como las relacionadas con el cambio climático.