Desastre meteorológico
Mortíferas máquinas atmosféricas
El volumen de agua acumulado en Texas tras el paso de Harvey habría llenado todos nuestros pantanos
El volumen de agua acumulado en Texas tras el paso de Harvey habría llenado todos nuestros pantanos.
No hay ningún peligro atmosférico en el mundo capaz de ocasionar tanto daño como los ciclones tropicales. Cada año provocan cientos de víctimas mortales y pérdidas económicas por valor de varios cientos de millones de dólares en las regiones del mundo afectadas. El ámbito intertropical de nuestro planeta, entre los 30 grados de latitud a ambos lados de ecuador, se ve visitado cada año por 100 ciclones tropicales de los que alrededor de 25 alcanzan la categoría de destructivos con vientos constantes por encima de 200 km/h.
En el Atlántico norte y el mar Caribe los ciclones tropicales se denominan «huracanes», el dios de las tormentas del pueblo precolombino taíno que vivía en las Antillas. Cada año este sector del planeta recibe unas 15 estructuras ciclónicas tropicales, de las cuales sólo seis o siete alcanzan la categoría de huracán; es decir, desarrolla vientos superiores a 120 km/h. Y de ellos, apenas uno o dos llegan a ser muy fuertes. En esta zona del planeta se dan condiciones favorables para su génesis y desplazamiento. Las temperaturas del agua del mar están por encima de los 28 grados centígrados, lo que las convierten en el combustible idóneo para generar nubes de tormenta capaces de arrastrar toneladas de agua. Y la atmósfera, por lo común, no presenta grandes variaciones de presión y viento, lo que permite que los ciclones que se generan puedan moverse con calma cargándose de energía y humedad.
Es cierto que no todos los años se produce el mismo número de ciclones tropicales ni éstos tienen la misma intensidad. Este año en el Caribe ya se han desarrollado nueve huracanes, dos de ellos han alcanzado la categoría máxima, el grado 5 de la escala de medición de la intensidad de un huracán, que se conoce con el nombre de sus creadores: la escala Saffir-Simpson. El año 2017 está resultando muy activo en actividad ciclónica. Era, por otra parte, lo esperado. Tras las poco intensas temporadas de huracanes de 2015 y 2016, debido al desarrollo del fenómeno de «El Niño», la de 2017 pasará a los anales de la meteorología tropical en este lado del mundo por el elevado número y magnitud de los huracanes formados. Dos de ellos, Harvey e Irma, han batido, además, algunos récords. El primero fue una «maquina de llover» intensamente. En apenas 36 horas Houston recogió mas de 1.200 litros por metro cuadrado. Y cantidades de lluvia parecidas se anotaron en varias localidades del sur del estado de Texas. Sirva el dato muy relevante a efectos comparativos de que el volumen total de agua acumulada en esta región del sur de EE UU tras el paso del huracán Harvey equivale a toda la capacidad de embalse existente en España. Es decir, que en apenas tres días se podían haber llenado todos nuestros pantanos, con un huracán de estas características que atravesara nuestra Península Ibérica; cosa que por otro lado no puede ocurrir. Por su parte, Irma ha sido una «máquina de viento» que ha batido el récord de rachas enormes mantenidas en el tiempo. Durante 36 horas los vientos originados en esta perfecta maquinaria ciclónica no bajaron de 250 km/h. Una brutalidad.
Se discute ahora si estos huracanes tan potentes son una consecuencia del ya evidente calentamiento climático actual de origen antrópico. Pero realmente no hay datos concluyentes. El mar Caribe lleva años con temperaturas por encima de lo normal, pero no todos los años se generan huracanes tan potentes. Seguramente la clave explicativa está en los procesos de oscilación oceánico-atmosferica que se dan en todas las cuencas marinas de nuestro planeta pero que aún no conocemos bien.
Ahora lamentamos el desastre causado por estos huracanes. Pero la culpa no la tiene ni Harvey ni Irma ni los otros muchos ciclones tropicales que cada año generan desolación y muerte en el ámbito intertropical. La instalación del ser humano en los espacios donde se desarrollan estas estructuras meteorológicas que mueven tanta energía y agua comporta la asunción de un elevado riesgo conocido, por otra parte, desde época histórica. Los huracanes no matan porque sí. Ocasionan cuantiosos daños y víctimas mortales porque el ser humano ha ocupado las áreas por donde se generan y circulan. Por eso se ha invertido mucho dinero en la mejora de la predicción meteorológica y en el aviso de estos huracanes. Por eso se evacúan ciudades enteras cuando se decretan los avisos de ciclón tropical. Y aun así siguen ocurriendo muertes y daños millonarios. Porque la naturaleza tiene su comportamiento, en ocasiones extremo, que debemos conocer, respetar y al que debemos adaptarnos. De lo contrario, noticias como las que ahora nos conmocionan por la formación de un intenso huracán, serán cada vez mas frecuentes y trágicas.
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