Espacio

Nos llueve... polvo cósmico

Si somos ese «punto azul pálido» en la inmensidad, que no nos extrañe el estar expuestos en el Cosmos. Cuanto menos, a un bombardeo constante de material metalorrocoso cuya entrada se cuenta por toneladas. Nos «salva» la atmósfera.

Nos llueve... polvo cósmico
Nos llueve... polvo cósmicolarazon

Si somos ese «punto azul pálido» en la inmensidad, que no nos extrañe el estar expuestos en el Cosmos. Cuanto menos, a un bombardeo constante de material metalorrocoso cuya entrada se cuenta por toneladas. Nos «salva» la atmósfera.

Mire al cielo. Llueve. Sí, en efecto. Pero no agua, sino piedras. Bueno, realmente lo que de forma constante cae sobre nuestras cabezas es polvo cósmico formado por microfragmentos de esas rocas. No se alarme. Resulta totalmente imperceptible para el ser humano y, en principio, inocuo. La culpa de semejante precipitación la tienen los meteoroides, aquellos cuerpos espaciales que, al atravesar la atmósfera terrestre, se convierten en los famosos «meteoritos». Porque meteoritos tal cual, esos que en el imaginario colectivo vemos como bólidos incandescentes, que tocan suelo con cierta masa y provocan un cráter humeante, hay pocos, muy pocos (apenas el 1% de los que cruzan nuestra capa gaseosa). El resto se hacen «micro», «nano»... a causa de la presión, no de la fricción, como tiende a creerse. Es decir, se desintegran por la fuerza que ejerce sobre ellos el aire en combinación con las altísimas temperaturas a las que son sometidos durante su entrada a una media de 40 km/seg. Aun así, diariamente consiguen penetrar 44 toneladas de material espacial. Tampoco ha de parecer demasiado si tenemos en cuenta que se llevan descubiertos más de 15.000 asteroides próximos a la Tierra (NEAs) –aquellos que orbitan a menos de 195 millones de kilómetros del Sol y hasta 50 millones de nuestro planeta–, a un ritmo de 30 nuevos cada semana. La NASA tenía un mandato desde 2004 para catalogar los más grandes (de diámetro superior a 140 metros), que expiraba el año que viene. Tanta ha sido la saturación de hallazgos –creen llevar sólo el 27%–, que prevén tardar otras tres décadas en completarlo. Y entre ese maremágnum cósmico no resulta raro que, de vez en cuando, llevemos algún susto. Revisando los sensores mundiales para la detección de estallidos nucleares, los científicos concluyeron que, desde principios de siglo, la humanidad ha sufrido unos 26 impactos de asteroides más potentes que una bomba atómica. Claro que no los hemos visto ni oído al momento, sino tiempo después, y todas sus consecuencias dependerán de su composición, velocidad, ángulo de entrada y la ubicación del impacto. Para medir el nivel de riesgo de estos objetos, los astrónomos crearon en 1995 la Escala de Turín. Un indicador numérico donde 0 es posibilidad casi nula de colisión y 10 destrucción total. Desde entonces, sólo dos, el 2011 AG5 y el 2007 VK184, elevaron la alerta a escala 1 (verde). Podemos estar tranquilos, para llegar hasta el rojo (y 10) faltan más de 100.000 años.