Religión
El Papa Francisco, resucitado: «Urbi et orbi» y Papamóvil
El Pontífice visibiliza este Domingo de Resurrección su lenta pero paulatina mejoría impartiendo la bendición y con un primer baño de masas en la Plaza de San Pedro
Doce del mediodía. Unos veinte grados al sol. El interminable cortinaje escarlata de la logia de las bendiciones permanece inerte. Ni una rendija para un posible apuntador. Pasan dos minutos. Interminables para quienes esperan en la plaza de San Pedro y en la Via della Conciliazione. Más de 50.000 personas. Se avista más gentío que en años anteriores, la reaparición de Francisco en el balcón central de la basílica en la bendición más relevante del año para los católicos en plena convalecencia de la neumonía que casi le cuesta la vida es correspondida por una multitud impaciente en la que se entremezclan al libre albedrío creyentes, turistas y curiosos.
Dos minutos de cuellos que se estiran buscando una pista, de lentes que se limpian para asegurar que las gafas afinan el tiro algo más, de smartphones inquietos y de algún que otro suspiro por si aquello no va como está previsto. Fin de la espera. El Papa irrumpe en silla de ruedas, sin las cánulas nasales. Ovación en el lugar mientras suenan los himnos vaticano e italiano. Justo después, el Obispo de Roma pronuncia un breve saludo inicial, todavía con dificultades para hablar y respirar, pero con una constante mejoría respecto a las intervenciones de días anteriores.
«Queridos hermanos y hermanas: ¡Feliz Pascua», dijo el Pontífice jesuita, que dio paso al maestro de ceremonias, Diego Ravelli, para que leyese el mensaje de Pascua en que Francisco comparte que «Cristo ha resucitado», condena el aborto, la eutanasia, la violencia machista, los ataques a los migrantes y, sobre todo, clama contra la actual «carrera general» de «rearme», aterrizando en los conflictos que asolan el planeta. Hasta en dos ocasiones fue correspondida la reflexión de Jorge Mario Bergoglio con una ovación, cuando hizo un llamamiento para que «cese el fuego» sobre Gaza y «que se libere a a los rehenes, y se preste ayuda a la gente que tiene hambre y que aspira a un futuro de paz». Con la misma intensidad, brotó el aplauso a pie de adoquín al recordar a «la martirizada Ucrania» e instar «a todos los actores implicados a proseguir los esfuerzos dirigidos a alcanzar una paz justa y duradera». Después de terminar la lectura del texto, Francisco se dirigió a los presentes para impartir la bendición en latín.
Gesto serio durante los veinte minutos que dura el acto. Más bien solemne. Ni incómodo ni cansado. Porque estas dos posibilidades se desvanecerían poco después. Cuando llegó la sorpresa de la jornada.
El Pontífice argentino accedía a la plaza a bordo del Papamóvil para sentir de cerca el cariño de los presentes. El griterío se multiplicaba, ante lo inesperado de un recorrido que le llevó por varios viales para saludar y bendecir a unos y a otros, con especial atención a los niños, repartiendo sonrisas y bromeando con su secretario personal, el sacerdote argentino Juan Cruz. Entre los peregrinos con los que se topó en su recorrido se encontraba Carmela Mancuso, la mujer calabresa de 78 años que diariamente acudió al Gemelli a rezar por él cargando con unas flores amarillas, que ayer tampoco faltaron en el domingo pascual para entregárselas al Santo Padre.
El Papa culminaba así una Semana Santa cargada de incertidumbre por cómo iba a ser su participación en «temporada alta» para los católicos. Cuando el 23 de marzo, hace prácticamente un mes, recibió el alta hospitalaria después de 38 días de ingreso en el Policlínico Agostino Gemelli de Roma, la fragilidad con la que se mostró entonces y el hecho de que trascendiera que hasta en dos ocasiones estuvo a punto de perder la vida hicieron pensar que el reposo de dos meses impuesto por los médicos en la residencia de Santa Marta se traduciría en una nula presencia pública del Pontífice.
Sin embargo, su irrupción en la plaza de San Pedro al finalizar el jubileo de los enfermos hace un par de semanas hacía prever que Bergoglio podría sorprender a más de uno. Y así fue, cuando repitió la misma dinámica el Domingo de Ramos, a lo que sumó unas escapadas para rezar en las basílicas de San Pedro y de Santa María la Mayor. Pero, sin duda, si algo ha supuesto una confirmación de su paulatina mejoría fue la visita a la cárcel Regina Coeli de Roma, donde mantuvo el tradicional encuentro con un grupo de presos.
A pesar de que él mismo reconoció que en esta ocasión no podía llevar a cabo el gesto del lavatorio de los pies, no faltó a su cita. «Este año no puedo hacerlo, pero sí puedo y quiero estar cerca de vosotros» dijo a los setenta reclusos, a los que saludó uno a uno. En estos días, también ha recibido en estos días al equipo del Gemelli para agradecerles su entrega y el mismo sábado por la tarde se hacía presente en el templo epicentro del catolicismo antes de que comenzara la Vigilia Pascual. Eso sí, no ha podido presidir, por el momento, ninguna ceremonia litúrgica vaticana.