Brote de ébola
Papá Miguel, un héroe en La Iglesuela
El sacerdote pensaba volver a final de agosto. Con 75 años, era el momento de poner fin a toda una vida en misión, pero el virus precipitó su regreso
Su último viaje a Liberia era de ida y vuelta. Miguel Pajares anunció hace dos meses, durante su visita a La Iglesuela (Toledo) –su lugar de nacimiento–, que a finales de agosto volvería para siempre. Su idea era dejarlo todo listo en el país africano para ceder el testigo a otro misionero. Con 75 años, ya era el momento de «abdicar», y ya lo había hablado con su congregación, los Hermanos de San Juan de Dios. Papá Miguel, como lo llaman de forma cariñosa en Liberia, lleva siete años en el África occidental con el objeto de construir un hospital. Un trabajo que ha desempeñado, pese a los obstáculos, con total solvencia. Todo el pueblo sabía que su héroe particular volvía al pueblo para quedarse a finales de agosto. Un hecho que celebraban. La gran familia de La Iglesuela lo esperaba para las fiestas de la Virgen de la Oliva, patrona del pueblo, que se celebran a comienzos del mes que viene. De hecho, mantienen la esperanza. «Esperemos que esté aquí el 8 de septiembre, como todos los años», dice una vecina mientras mira al cielo pidiendo clemencia. Esta última visita a España, a finales de mayo, no había sido exclusivamente para ver a sus familiares. Miguel volvió unos días para ir al médico. «Estaba asustado, ya que se le habían hinchado las piernas», explica su hermano Emilio. Un hecho que no le pareció normal. Por eso, acudió al Hospital de Toledo, donde le tratan habitualmente. Por fortuna, todo fue un susto. «Una medicación que tomaba para sus problemas cardiovasculares no le estaba haciendo bien», comentó Emilio. Con una nueva medicación, puso rumbo a Liberia, pero esta vez con fecha de vuelta. Sin embargo, el ébola ha precipitado su regreso a España. La vida de su familia ha cambiado en apenas unos días. «No vamos a ir al hospital hasta que se nos diga que podemos ir», dice cansado su hermano. Llevan varios días atendiendo a los medios, pero el no poder ver a Miguel ya les está pesando.
El pueblo que le vio nacer vive hoy con tristeza la evolución del virus infeccioso que está ahora en la boca de todos. Para ellos Miguel es un referente, porque «ha dedicado toda su vida al hambre», señala Víctor Elvira, alcalde del pueblo. De hecho, en La Iglesuela, la vocación misionera de Miguel siempre ha estado muy presente. Tampoco la de Felisa, otra vecina que lleva varios años de misión en Filipinas. Todos los meses de mayo, con motivo de las fiestas de la Virgen de la Fuensanta, se organiza un mercadillo con el objetivo de destinar la recaudación a la misión. «Llevamos ya 15 años ayudando a Miguel. Él trae de África trajes típicos, vírgenes, elefantes y mÁscaras de madera y otros objetos, que nosotras nos encargamos de vender», señaló a LA RAZÓN, Raquel Castañar, una de las cuatro encargadas del Rastrillo. Además, «compramos bebidas y las vendemos también», añadió. Cada año recaudan alrededor de 800 euros, que dividen en dos partes. Una mitad para Liberia y la otra para Filipinas. Éste es el granito de arena que La Iglesuela aporta anualmente a la misión a través de sus dos estandartes. Por eso les preocupa quién va a continuar ahora el proyecto de Miguel.
Una vida en misión
Sus vecinos tienen un sinfín de anécdotas sobre el misionero. Y es que solía volver al pueblo dos veces al año. Algunas veces lo hacía con otros misioneros. Es el caso de la recién fallecida Chantal, que todos recuerdan en el pueblo toledano, ya que hace algunos años pasó unos días allí junto a Miguel. Pese a sus viajes a España, el misionero infatigable era incapaz de olvidar a «mis negritos». «Me pedía venir a casa para poder utilizar internet y conectarse con sus compañeros en Liberia», relata uno de sus vecinos. Cada día que pasa en el pueblo celebra la misa él mismo. «Cuando está Miguel vamos todos. Le pedimos que la dé él y siempre está dispuesto», dice Paulina Jarabo, vecina de Miguel. Para ella el sacerdote es una persona especial, ya que ofició la boda de su hija hace 15 años. «Ella se lo pidió y Miguel no lo dudó. No era la primera pareja a la que casaba, ya que muchos vecinos se lo han pedido», explicó.
Pajares descubrió su vocación religiosa desde bien pequeño. Con tan sólo 12 años puso rumbo a Madrid para estudiar en el antiguo seminario de la orden de San Juan de Dios, situado en el paseo de La Habana. Hasta allí fue con otros niños de la zona. Pero al que todos recuerdan es a Miguel. El pueblo pasó muchas horas de estupefacción al enterarse de la noticia esta semana. Pero la rápida acción del Gobierno fue celebrada por todos. «Miguel estaba deprimido. Nosotros no pedimos que se le trajera, sólo que pudiera estar en unas condiciones dignas. Ahora estamos muy felices porque no estará en ningún sitio como en casa», explicó el alcalde. Pese a que tiene treinta y tantos años menos que Miguel, para él no es un extraño. «Fui su monaguillo. La verdad es que me enfadaba mucho cuando venía a buscarme temprano por las mañanas», relata con una sonrisa Víctor Elvira. Él ha sido la persona del pueblo que más ha tratado con los medios. Desde periodistas chinos a alemanes han querido recoger las impresiones del pueblo que vio nacer al misionero. Y es que el caso del sacerdote español ha ocupado las portadas de periódicos en medio mundo. A La Iglesuela le hubiera gustado saltar a la fama por otro motivo, pero, al menos, los más de 480 habitantes del pueblo, pueden presumir de compartir lugar de nacimiento con Miguel Pajares, un claro ejemplo de misión.
«Liberia es incapaz de combatir el ébola»
A las cinco de la mañana suena todos los días el despertador de Miguel Pajares en Liberia. A primera hora oficia una misa para los feligreses a la que todos acudían para escuchar a Papá Miguel, como lo llaman en el país africano. No es que el sacerdote tenga por costumbre hablar sobre el virus que ahora azota al África occidental, pero era una preocupación que siempre tenía en mente: «Liberia es incapaz de combatir el ébola», le dijo a Fernando González, urólogo del Hospital San Rafael, que le visitó a finales de 2013.