Ciencias humanas
¿Por qué el fútbol nos vuelve locos?
El deporte rey conecta directamente con nuestras hormonas y neuronas. La testosterona es la responsable de la euforia y el cortisol nos protege del fracaso.
El deporte rey conecta directamente con nuestras hormonas y neuronas. La testosterona es la responsable de la euforia y el cortisol nos protege del fracaso.
Ayer todo el mundo estuvo pendiente del partido del año. Pero durante este fin de semana se van a jugar en España más de 20.000 encuentros federados en todas las categorías. No hay ciudad, pueblo o vecindario en los que no se pueda encontrar un campo de fútbol, si quiera un terreno más o menos plano pintado con cal. ¿Qué tendrá este deporte para atraparnos de este modo? La ciencia lleva tiempo investigando el sustrato biológico del forofismo y tiene algunas respuestas.
Durante la fase final del pasado Mundial de 2010 (el que terminó con la victoria de España), un estudio de la Universidad de Valencia liderado por la doctora Mercedes Almela analizó el comportamiento neurológico y hormonal de los espectadores televisivos del evento. Los resultados demostraron que ver un partido de fútbol puede ser considerado como un auténtico terremoto hormonal. Se tomaron mediciones al principio del partido, durante, al final y 15 minutos después de que hubiera concluido. Y, tras analizar los resultados, se comprobó que la respuesta en cascada del organismo no estaba condicionada por un posible triunfo del equipo, sino que el grado de excitación se mantiene ante la visión del espectáculo sea cual sea el resultado. Sin embargo, la victoria o la derrota sí se reflejan en la secreción de algunas hormonas. El cortisol se conoce como la hormona del estrés. Su secreción se incrementa ante una amenaza física y tiene como finalidad ayudar a afrontar un riesgo. Es un precursor de la glucosa en sangre y de que los músculos y el cerebro tengan más energía para poder estar más despierto. Pero investigaciones como las de Almela han demostrado que el cortisol, aparte de reaccionar ante amenazas de tipo físico, también lo hace en situaciones que ponen en riesgo la autoestima, la valía y la identidad social. Cuando se trata de una competición internacional, en la que se valora el estatus de un país, los niveles de cortisol aumentan para protegernos de un posible fracaso.
Curiosamente, otra hormona, la testosterona, también entra en juego cuando vemos un partido de fútbol. Recientes estudios endocrinológicos apuntan a que esta sustancia sea la responsable del arrebato de violencia que en algunas personas produce la euforia futbolística.
El cerebro es un órgano que necesita sentirse recompensado. A pesar de no suponer más que el 2% del peso corporal, consume cerca del 20% de los recursos energéticos de los que disponemos. Un trabajo así sólo se consigue si se recibe a cambio un salario en forma de placer. Y el fútbol da placer. Un placer accesible: Su éxito radica en que es fácil de seguir, con unas reglas que no es necesario dominar para entenderlo y una duración lo suficientemente dilatada como para que puedan producirse diferentes emociones. Proporciona evasión, distracción y novedad. De hecho, algunos expertos consideran que esa capacidad encantadora de este deporte nos retrotrae a los más primitivo de nuestra evolución como especie. El neurocientífico del Instituto de Salud Carlos III de Madrid Manuel Martín Loeches asegura que los futbolistas de élite actuales no son más que el mayor exponente del cazador y guerrero con cerebro altamente preparado en que se ha convertido el Homo sapiens moderno. El terreno de juego es la reproducción de la lucha por la caza y los jugadores, los miembros más hábiles de la manada.
De hecho, un estudio publicado en «PLoS ONE» demostró que los futbolistas profesionales tienen más capacidades cognitivas que la media de la población. Y ésta es aún mayor cuanto mayor es la categoría en la que juegan.
Los autores estudiaron las funciones vinculadas con el pensamiento y el razonamiento abstractos de 83 futbolistas de distintas categorías de la Liga sueca. Entre las cosas que analizaron destacaban la anticipación visual, el reconocimiento de patrones, el cálculo de probabilidades en una situación, la creatividad y la toma de decisiones estratégicas. En todas estas habilidades, los futbolistas obtuvieron mejores resultados que el común de los mortales, pero, sobre todo, sobresalieron en la función cerebral ejecutiva; es decir, aquella que implica una buena capacidad mental para solucionar problemas inmediatos de forma creativa y llevar a cabo varias tareas a la vez, así como la memoria precisa para recordar información almacenada en el pasado y aplicarla en el presente. Los futbolistas son máquinas de tomar decisiones espaciales y competitivas rápidamente. Lo más sorprendente es que se demostró que esas habilidades no tienen por qué ser innatas. El entrenamiento intensivo, como el de los niños que juegan al fútbol en la calle a diario, es clave para desarrollar este tipo de inteligencia para el juego en un futuro. El fútbol es algo más que una escuela deportiva.
Se mire por donde se mire, el fútbol no es sólo un divertimento o un negocio. La final de la Champions de hoy es el escenario donde se airean pasiones, pero también es un fenómeno fieramente humano relacionado con nuestras neuronas, nuestras hormonas y nuestra historia como especie. Si se le escapó algún que otro grito anoche no sufra: la ciencia le da la razón.
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