El preguntón
¿Por qué nos atraen tanto los juegos de azar?
Quienes inventaron la lotería debieron de ser neurólogos sin saberlo, porque conocen el cerebro humano y sus imperfecciones a las mil maravillas. Por ejemplo, son conscientes del poder de nuestra capacidad de ensoñación. Cuando se nos ofrece la imagen de un ganador en una limusina o descorchando una botella de champán, están activando lugares muy recónditos de nuestra mente. Un experimento del profesor Daniel Levine de la Universidad de Texas en Arlintong descubrió que imaginarnos a nosotros mismos en una limusina o escuchar el descorche de una botella activan áreas del cerebro visual y auditivo relacionadas con la toma de decisiones. Las ensoñaciones realistas nos motivan a actuar. Pero, incluso la más vívida de las fantasías, terminaría desvaneciéndose al comprobar que la lotería nunca nos toca. Aquí es donde los espontáneos magos de la neurociencia que son los vendedores de lotería logran su mejor trabajo: el refuerzo positivo. Las loterías que permiten elegir 6 números entre una tabla de 49 son el mejor ejemplo. La probabilidad de ganar es de las más reducidas del mercado, pero es bastante probable que alguno de esos números salga en la combinación ganadora. Pueden salir incluso dos. Cuando eso ocurre, se ha generado en nuestra mente el efecto de «¡por poco!». Pensamos que hemos estado a punto de lograrlo y que la próxima vez tendremos más suerte. Se nos ha reforzado positivamente la idea de jugar. A pesar de que cualquier matemático nos podría decir que la próxima vez tendremos exactamente las mismas probabilidades de obtener premio y de que el hecho de tener que elegir 6 números reduce las opciones. No cabe duda, jugar a la lotería es una bendita irracionalidad. La atracción de los juegos de azar juega con otra imperfección matemática de nuestro cerebro: no sabemos calcular bien las escalas. Un experimento de la Institución Carnegie Mellon lo ha comprobado. Se crearon tres grupos de voluntarios. A uno se les dio un dólar y se les pidió que decidieran si compraban lotería o no con él. Luego se les dio otro dólar y luego otro hasta en cinco ocasiones. Al segundo grupo le dieron los cinco dólares de golpe. Y al tercero se les ofrecieron los cinco dólares, pero se le dijo que solo tenían dos opciones: gastárselos todos o no gastarse ninguno. El grupo que más boletos compró fue el primero. El 87% de los miembros del tercero decidió no gastar nada. Cuando uno tiene la opción de gastar una pequeña cantidad, tiende a hacerlo. Aunque a la larga, la repetición permanente de este gasto suponga una cantidad mayor. Esta dificultad para calcular escalas funciona cuando vemos que una apuesta solo nos cuesta dos euros. Y está en la base del éxito de los micropagos en juegos de azar de moda en las apuestas online.
¿Por qué hay gente más propensa al cáncer?
La secuencia de ADN del genoma humano es idéntica en cualquier célula de nuestra especie. Pero algunas células concretas, por ejemplo las del corazón, el cerebro o la piel, poseen características únicas que las hacen más o menos propensas a enfermar y envejecer. Los factores epigenómicos son responsables, por ejemplo, de que un mismo ADN pueda expresarse de 200 maneras distintas. Esta información es vital para el estudio del cáncer, por ejemplo. Un oncólogo puede estudiar cómo un gen muta, se inhibe o se expresa para producir un tipo de cáncer en cualquier paciente. Pero un experto en epigenómica podrá detectar peculiaridades personales de un paciente
que le hagan más propenso a sufrir ese cáncer o, quizá, que le protejan de él.
¿Son más frioleras las mujeres que los hombres?
Algunos científicos han llevado su curiosidad sobre este fenómeno hasta el extremo. Peter Tikuisis es un fisiólogo canadiense que quería saber cómo se comporta el cuerpo humano en situaciones de caída repentina de temperatura como cuando es atrapado por una avalancha de nieve.
En el año 2000 reclutó a 11 mujeres voluntarias y les pidió que introdujeran su cuerpo hasta el cuello en agua helada. Monitorizó sus temperaturas y comparó los resultados con otro estudio previo similar realizado en hombres. Descubrió que el modo en el que la temperatura rectal disminuía tenía más que ver con la cantidad de grasas de cada cuerpo que con el sexo. Las personas más pequeñas suelen tener una mayor relación entre su volumen y superficie (técnicamente se llama relación superficie-volumen) y pierden calor más rápidamente.
✕
Accede a tu cuenta para comentar