Opinión

Prejuicios antiguos

El Sida, un castigo divino

Marta Robles
Marta RoblesAteneo Mercantil de Valencia

Hace cuarenta años, en 1985, el SIDA tras el fallecimiento de Rock Hudson, se consideró una especie de “castigo divino” para homosexuales y drogadictos. Pocos años más tarde, se empezó a multiplicar entre homosexuales, convirtiéndose en una de las enfermedades más malvadas contra la que parecía que no se podía luchar. A día de hoy, además de la reducción de casos tras las medidas contra los contagios de esta o cualquier otra enfermedad de transmisión sexual, casi todos los pacientes han visto como su mal ha pasado de ser mortal a ser crónico. En contrapartida, en nuestro país podría haber cerca de cuarenta mil personas que conviven con el SIDA sin saber que lo padecen. Y es un dato crucial, porque que impide que ese objetivo cero de infecciones que persigue Sanidad sea imposible si no se detecta al cien por cien de los pacientes que tienen carga viral. Con todo, hay que celebrar que los avances hayan dejado de desestigmatizar una enfermedad que convirtió a quienes la padecían en los leprosos del siglo XX. Sin embargo, en el XXI, cuando ya no se les señala y el SIDA no les mata, el hecho de que se les excluya de ensayos clínicos de terapias innovadoras y del acceso a los fármacos de última generación que se derivan de los mismos resulta incomprensible. Sobre todo porque al no acceder a esos fármacos innovadores teniendo el sistema inmune comprometido, acaban muriendo de la propia enfermedad crónica y de cáncer. Por si fuera poco, denuncian que no les permiten elegir a los profesionales de salud mental y que detectan prejuicios de los especialistas a la hora de tratarles. Prejuicios antiguos que provienen del siglo pasado…