Sociedad
Quiero un abuelo: El "match"de los nietos postizos
Cerca de 3.000 padres buscan en Quierounabuelo.org la figura que tanto les ha aportado en su niñez, para que sus hijos aprendan y disfruten de su compañía. «No son canguros», advierte su fundador. Ana y Axel ya han encontrado a la suya gracias a esta plataforma.
Cerca de 3.000 padres buscan en Quierounabuelo.org la figura que tanto les ha aportado en su niñez, para que sus hijos aprendan y disfruten de su compañía. «No son canguros», advierte su fundador. Ana y Axel ya han encontrado a la suya gracias a esta plataforma.
Esos días en los que enfermaba, y que solían coincidir curiosamente con los que tocaba ir al cole, mi madre me llevaba a casa de mi abuela. Al llegar ya lo tenía todo preparado: la tele encendida con los dibujos, las medicinas compradas y un surtido variado de dulces junto al vaso de leche con Cola-cao. Dormía plácidamente en el sofá, arropada con las faldillas de la mesa camilla, bien calentita con el brasero a tope de potencia, hasta que me despertaba el olor de las patatas fritas que mi «agüe» preparaba solo para mí. Esos días eran lo más parecido a la gloria. Y los meses de verano que pasábamos juntas en el pueblo. Allí, mi hermana y yo vivíamos en la selva, como decía mi madre, porque no había más norma que la de ser feliz y dormir la siesta. Todas las mañanas, antes de que abriéramos el ojo, mi abuela ya había ido a la tienda de Margarita, limpiado la casa y preparado nuestros desayunos. Si era día de coger cardillos, nos pertrechábamos con el azadón para hincarlo allí donde nos señalaba, y cuando ya teníamos las manos llenas de espinas y habíamos recogido los suficientes, nos remojábamos en el arroyo para volver fresquitas a preparar la tortilla. Me enseñó también a hacer punto, a que cuando llega el Día de los Santos las tumbas de los seres queridos deben estar bien aparentes, y a limpiarlas con un cepillo de escoba remojado en agua y un poco de amoniaco; y a interpretar «María de la O» con un visillo prendido en la cabeza a modo de mantilla. Ahora, con los años, pienso qué habría sido de mí de no haberla tenido en mi vida. Seguramente sería otra persona mucho peor, eso seguro, por descontado.
Así que, sí, todos los niños deberían tener derecho a un abuelo o abuela como la mía. Para hacerlo posible, Leticia Jiménez se ha inventado una web. Quierounabuelo.org se gestó en la mente de esta granadina cuando tuvo que marchar en 2010 a La Coruña. Un año después tuvo a su primera hija y muy seguido a la segunda. Leticia tuvo que dejar su trabajo como auditora de cuentas porque «no podía compatibilizarlo con una maternidad responsable», relata. «Si estás lejos solo con tu marido, no echas tanto en falta a tus padres, pero cuando tienes niños la cosa cambia. Los necesitas, y no porque te echen una mano o porque te aconsejen, sino porque te das cuenta de que se están perdiendo ver crecer a sus nietos». A más de 1.000 kilómetros de su familia y en plena búsqueda de un empleo que le permitiese pasar tiempo con sus hijas, se apuntó a un «coworking» de la Escuela de Organización Industrial, donde desarrolló la plataforma. «Me crié con mi abuela y para mí era importante que mis hijas, al tener lejos a la suya, pudieran disfrutar de esa figura en su día a día. Pero no sabía si era solo una necesidad mía, así que hice una especie de estudio de mercado». Se dio cuenta de que también lo es para muchas familias y personas mayores que están solas. En poco tiempo Quierounabuelo empezó a funcionar y ya ha unido a más de 60 nietos y abuelos, no de sangre pero sí de intención.»No hay test de compatibilidad», explica la creadora. «Ambos tienen que hacer un cuestionario sobre sus rutinas y gustos, para que la otra parte conozca el estilo de vida que llevan, de manera que son las familias las que cuando entran en la plataforma ven a los abuelos que hay cerca de su zona y deciden a quiénes quieren conocer». Funciona en todas las ciudades, «pero donde está teniendo más éxito es en Madrid y Barcelona». La mayoría de los participantes «son mujeres, y ademas muy activas, porque la difusión se hace en redes», comenta Leticia.
Paqui Gómez rellenó el formulario de inscripción cuando se enteró de esta iniciativa «porque yo estoy mucho en las redes». Se describió como quien se vende para abuela postiza y, foto incluida, entró en bolsa. A sus 60 años y una energía desbordante, sueña con ver niños correteando en su casa aunque no sean suyos. «Mis hijos, de 37 y 24 años, dicen que no van a tener hijos ... y quizá cuando se decidan seré muy mayor, así que me animé a probar suerte en esta web». Esperó meses, muchos, medio año, y el teléfono seguía sin sonar. «Pensé que se habían olvidado de mí», pero al final apareció una familia «que no cuadró porque vivían muy lejos, y yo avisé a Leticia de que mejor otra que estuviera más cerca de mi barrio, Vallecas». Y así, en este segundo intento, llegaron Axel y Aitana, de la mano de Ana Mancia, su madre. Esta mujer aterrizó en Madrid en 2015 desde El Salvador, en busca de una vida mejor, en paz, alejada de las bandas que habían dejado una estela de desgracias en su casa. Su hijo Axel vino con ella a los siete años y Aitana nació hace dos en España. «Lo encontré anunciado en Facebook por casualidad y lo vi como una oportunidad de tener aquí a alguien que me ayude y en quién confiar», reconoce.
Paqui y Ana hicieron «match» y quedaron en verse. En aquel primer encuentro «estábamos un poco nerviosas, pero pronto conectamos», afirma la recién convertida en abuela. «Llevó con ella a los niños y enseguida me enamoré de ellos, sobre todo de la niña, porque Axel ya tiene 12 años y está en esa etapa en la que prefiere irse con los amigos». Ya llevan cinco meses conociéndose, se ven sobre todo, los fines de semana «o cuando podemos». «Normalmente quedamos Ana y yo con los niños porque nuestros maridos trabajan» y espera que cuando la madre «me vea completamente fiable me deje a los chicos algún día». Lo cierto es que la familia de Paqui está encantada de sumar a estos nuevos miembros, «incluso mi hijo mayor se los quiere llevar al cine a ver ''Los Vengadores''». Sabe, además, que Ana y su marido no atraviesan una buena situación económica, así que les está orientando para que puedan sacarse una oposición de auxiliar de hostelería. «Me gratifica poder ayudarles, quiero que vengan a vivir más cerca para echarles una mano y para cuando me jubile poder quedarme con los niños cuando ellos trabajen».
Paqui ya ha hecho mil planes en la cabeza para disfrutar con sus nuevos nietos: «No puedo evitar pararme en los escaparates de ropita para Aitana y de imaginarme con ellos en la piscina y en el cine, ¡me encantaría que viésemos juntos una peli de Disney!». «Sé que vamos a disfrutar mucho juntos», comenta convencida de que «me van a querer un montón».
Si ella busca nietos postizos, asegura que no es por soledad. «Mi marido es taxista, trabaja muchas horas y siempre me he buscado las habichuelas con mis amistades». Su objetivo no es otro que «ayudarles y aportarles lo mismo que ellos me aportan a mí, porque me ayudan a evadirme también de mis propios problemas». Ana la escucha atenta, convencida de que el tiempo es «el mejor aliado» para que se afiance la relación con sus hijos. Le haría ilusión que algún día llamasen abuela a Paqui, «porque los abuelos son increíbles», declara emocionada.
Un estudio sobre el envejecimiento de la Universidad de Boston avala que los abuelos que tienen una estrecha relación con sus nietos son menos propensos a sufrir depresiones. Pero no solo les ayuda a sentirse menos tristes o más útiles. Según un estudio publicado en la revista «Evolution and Human Behavior», los abuelos que cuidan a sus nietos de forma habitual presentan una esperanza de vida mayor que las personas mayores de su misma edad que no tienen ese contacto con niños.
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