Almería
Sin cámaras ni esperanza en las pateras
Una oleada de barcazas llega bajo el reclamo de la España solidaria. Ellos serán sólo estadística
Una oleada de barcazas llega bajo el reclamo de la España solidaria. Ellos serán sólo estadística.
Es jueves y quienes llevan tres lustros velando por los miles de migrantes que se aventuran a cruzar el Estrecho año tras año adivinan que «va a ser un día con una gran afluencia de pateras. Se prevé viento de levante para la semana próxima, así que tendrán que echarse al mar como sea». El personal de la Cruz Roja en Cádiz sabe que los barcos de Salvamento Marítimo trasladarán durante una mañana a los puertos de Tarifa, Algeciras y Barbate «a unas 150 personas. Es la media diaria en jornadas como ésta». La cifra creció durante el fin de semana hasta rozar los 1.100, el doble de los que llegan a bordo del «Aquarius».
Son las 10:00 y ha llegado el primer bote del día. Son 38 migrantes subsaharianos, todos en buen estado. Han eludido la levantera por venir, días en los que navegar por el Estrecho será como completar el Rally Dakar. «Otra embarcación viene de camino, llegará enseguida», avisa el suboficial de la Guardia Civil al mando. El viernes, sobre el mediodía, ya habían sido rescatadas otras 300 personas que bogaban a la deriva. Dos fallecieron en el camino.
Ésta es la cotidianidad de los últimos años en las costas de Cádiz, Granada y Almería, una realidad que quizá se ignore en el resto de España. A principios de la semana, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, dio muestras de que su estrategia va a centrarse en la imagen, que vale más que mil palabras y más que mil páginas de programa electoral. La anunciada cesión del puerto de Valencia para los 629 migrantes rechazados por Italia y Malta se ha vendido como un gesto humanitario que las autoridades andaluzas temen que provoque un efecto llamada.
En menos de tres días, más de un millar han desembarcado en la comunidad, tras ser rescatados algunos de «embarcaciones» tan precarias como un flotador. Pero la opinión pública, hipnotizada por el gesto propagandístico del Gobierno, sólo tiene ojos para los 629 migrantes más célebres del momento. El resto es carne de estadística, a despecho de quienes en las playas andaluzas se baten el cobre desde hace tres lustros para asistirlos y de unas administraciones que dedican ingentes recursos.
Cuando termine 2018, más de 20.000 personas habrán sido interceptadas en las costas andaluzas. Una creciente presión migratoria hacia el paraíso anhelado de Europa. Se calcula que medio millón de subsaharianos acechan en el norte de África. Según el Instituto Nacional de Estadística, los africanos censados en Andalucía se han incrementado en más del 50% (de 111.000 en 2007 a 170.000 en 2017). En toda España, durante el mismo periodo, la llegada de personas desde el continente vecino ha supuesto un aumento de un 25% de la población africana (de 807.000 en 2007 a 1.040.000 en 2017). La diferencia, el doble de una respecto a la otra, es manifiesta.
Los sanitarios, voluntarios de Cruz Roja, funcionarios de Frontex, agentes de Policía y la Guardia Civil que asumen la tarea del rescate en el Estrecho no desconocen estas estadísticas. Las viven día tras día. En este preciso instante, la radio de la ambulancia da la alarma. Una docena de subsaharianos, dos o tres mujeres entre ellos, han volcado en una lancha de goma que ha dejado sus cuerpos en alta mar, a la deriva. Salvamento Marítimo los ha rescatado. Arriban al puerto con hipotermia. Uno está en estado crítico. Lo intentan reanimar en vano.
Ateridos, empapados y muertos de miedo, quienes presentan peor estado son llevados en volandas hasta la ambulancia por los ángeles de la guarda de uniforme. Los que pueden caminar reciben ropa seca, agua, galletas, una manta... y la tutela de la Administración. Todos los días así, desde hace más de diez años. Muchísima gente, un «Aquarius» cada cinco días, pese a que esto quizá se ignore en el resto de España.
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