Redes sociales
Retos en la red: Los duelos del siglo XXI
Retos en la red, una cadena letal que acecha a los adolescentes El último, en EE UU, donde dos jóvenes se apuntaron con un arma para ganar «likes». La bala terminó en la cabeza de uno de ellos.
Igual que una onza de chocolate o una caña con los amigos. Así de placentero empieza a zumbar en el cerebro de un adolescente cada «like» que llega a su red social por su último vídeo o foto subidos. Ésta debió de ser la única cosa que tenían en mente los tres muchachos de Memphis que el jueves pasado se dispusieron, rifle en mano, a acometer el último reto viral: «No Lackin Challenge». Algo así como la versión más escalofriante de un duelo entre vaqueros en el Lejano Oeste.
Ambos sacaron el arma y apuntaron uno a la cabeza del otro. Amagaban, pero el disparo no era una opción. Un tercero grababa la escena. Una vez colgado el vídeo, comenzaría una alocada carrera contra reloj para sumar «likes». Pero, por algún motivo, Sherman Lackland, el mayor, apretó el gatillo y la bala llegó directa a la cabeza de su amigo, de 17 años. Lo que empezó como un subidón de adrenalina típico de la edad acabó en tragedia casi letal, ya que permanece en estado crítico.
Pero hablamos de Memphis, en el estado de Tennessee (EE UU), y con una legislación favorable a la posesión de armas. ¿Suena lejano?, ¿demasiado extravagante? Según los expertos consultados, este hecho es solo un aviso. El mundo virtual ha amplificado las necesidades emocionales de los más jóvenes a tal escala que estos sucesos ocurren igual en cualquier lugar del planeta con acceso a internet. Manuel Gámez Guadix, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid y autor del libro «Escuela de Padres 3.0», explica una de las razones: «Ante el ambiente on-line tan saturado y el bombardeo constante de información, se sobrevalora la atención que otros prestan a los contenidos a través de “me gusta” o del número de comentarios y veces que se imitan esos contenidos. Por eso, la tendencia es crear y subir comentarios o situaciones cada vez más llamativas o arriesgadas».
Lo importante es que se haga público y recibir la atención esperada. «Que el reto sea visto, comentado, compartido e incluso imitado. El adolescente encuentra en ello el refuerzo social y una sensación de subidón o de descarga de adrenalina», indica este profesional. El efecto de algunos de estos retos virales es especialmente reforzante y, por ello, aumenta la probabilidad de que se repita.
La juventud incorpora, además, otro factor, igualmente universal: la falta de percepción de riesgo. «Una persona joven –explica el profesor– no es consciente de que existe una probabilidad real de resultar dañada o herida. Se practica como un juego o una broma». Dice el neurólogo Dick Swaab que los adolescentes no creen que el problema sea su cerebro aún verde, sino sus padres. «En realidad –añade–, es más bien lo contrario: los padres deberían ser los sustitutos de su inmadura corteza prefrontal, pero los hijos de hoy han descubierto que sus progenitores no tienen el poder para imponer este papel sustitutorio que les permitiría controlar sus impulsos». Su idea concuerda con el desafío de las 48 horas, otro de los retos que trae de cabeza a cientos de familias.
Durante dos días, los jóvenes se marchan de casa sin dejar rastro y no dan ninguna señal de vida. Gana, según informó el Grupo de Delitos Telemáticos de la Guardia Civil en un comunicado, quien logre mayor número de entradas en sus cuentas de Instagram, Facebook o Twitter preguntando sobre su desaparición. «Es decir, el que más reseñas informativas consigue tras su fuga». Cada mensaje de desesperación relacionado con su ausencia suma puntos. Cuantos más, mayor reputación virtual. En España no se ha registrado ningún caso, aunque el problema es discernir cuántos de los jóvenes fugados de forma voluntaria en los últimos meses se estaban burlando con este macabro desafío. Por eso, las fuerzas de seguridad siguen su evolución en las redes sociales.
Una madre irlandesa alertó a los agentes de que su hija de 14 años había sido «secuestrada, violada o víctima del tráfico de personas u órganos». Pero resultó que –así lo relató a los periodistas– mientras los padres «echaban la papilla», ella disfrutaba en el condado de Derry junto a varios amigos con un único fin: ganar el reto. «Ni siquiera hubo un signo de arrepentimiento o remordimiento cuando fue puesta bajo custodia policial». De nuevo se vuelven imprescindibles las palabras de Swaab: «Para los padres puede resultar tranquilizador pensar que hay un final en el comportamiento adolescente».
Pero hasta que ese momento llega, existen motivaciones más que fuertes para pensar en el riesgo de caer embaucado en alguno de estos retos. La imitación, por ejemplo, según Gámez Guadix: «Algunos menores observan a sus iguales comportamientos que llegan a reproducir si los perciben como reforzantes». Algunos de ellos atentan gravemente contra la integridad física y psicológica de los adolescentes. Es el caso de la Ballena Azul, que hizo disparar todas las alarmas en España cuando, el 30 de abril de 2017, una joven ingresó en la Unidad de Psiquiatría de un hospital de Barcelona. El entorno alertó a la familia del estado de la chica que seguía las indicaciones de este siniestro juego que aboca a sus participantes a un ineludible final, el suicidio. Después de este episodio, los Mossos d’Esquadra han investigado al menos otros seis casos que podrían estar vinculados con la Ballena Azul. La Ertzaintza abrió también otra investigación tras detectar que una joven de 14 años, de la localidad guipuzcoana de Rentería, se estaba introduciendo en pruebas macabras.
La cadena de retos que acechan a los adolescentes a través de sus redes es imparable. Según la Asociación Americana de Centros de Control de Veneno, en 2017 se atendieron 10.570 casos de personas que habían ingerido cápsulas rellenas de detergente. Y en lo que va de año, 37 jóvenes ya han tenido que ingresar por este motivo en algún hospital norteamericano. Al fabricante Procter & Gamble no le ha quedado más remedio que emitir un comunicado un tanto bochornoso: «Solo deberían usarse para limpiar la ropa». ¿Es posible que en 2018 tengamos que advertir a las personas de que no ingieran detergente para la ropa?, preguntaba en su cuenta de Twitter el departamento de policía de Lawrence, en Kansas.
Adrián Ramírez, perito informático forense y consultor en Ciberseguridad en Dolbuck, tiene una respuesta: «Cada vez hay más personas que ansían un reconocimiento, aceptación o valoración dispuestas a llevar su vida al límite en busca de ese reconocimiento social por parte de un grupo, foro o red social. La tecnología y la magia de internet hacen que en ocasiones uno de esos vídeos se convierta en un fenómeno viral con millones de visualizaciones».
El problema es quién está detrás. Según el Grupo de Delitos Telemáticos (GDT) de la Guardia Civil, los responsables de estos retos son expertos en ingeniería social con capacidad para amenazar y manipular a sus víctimas gracias a la información que previamente recaban de ellos a través de sus perfiles en las redes sociales. El ideólogo de la Ballena Azul, el joven ruso Phillipp Budeikin declaró tras su detención que su objetivo era limpiar la sociedad y calificó a sus víctimas de «desechos biodegradables sin valor para la sociedad».
¿Existe un motivo por el que los padres deban alarmarse? «No podemos demonizar las TIC (Tecnologías de la Información y de la Comunicación), que son algo enormemente positivo si se siguen unas normas básicas y una supervisión adecuada. La mayoría de los menores hace un buen uso de la red», concluye Gámez. No obstante, el ciberespacio reclama cada vez más una legislación específica. Así lo piensa Javier Puyol, ex magistrado del Tribunal Constitucional y abogado experto en TIC, quien propone la elaboración de un Código Penal internacional que gestione y sancione los delitos que puedan derivar de un mal uso de las redes sociales y de las nuevas tecnologías. «Mientras, el ciberdelincuente vive su particular edad dorada», sostiene.
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