Opinión

De Sevilla al cielo

El flamenco se preserva también como algo sagrado

Cambio de estación, por Marina CASTAÑO
Marina Castañolarazon

Todavía no nos hemos dado cuenta los españoles del gran legado que tenemos de norte a sur, de este a oeste, de la riqueza que poseemos y de la influencia que ejercemos sobre otros países, sobre todo Iberoamérica, aunque haya reticencias donde no entraré porque la cosa es así, le pese a quien le pese. Paseando por las calles de Sevilla uno se da cuenta también de la huella que dejaron en nuestra tierra judíos y moros, si bien prevalece la cristiana sobre las otras dos. En Sevilla los templos se acumulan, unos al lado de otros y enfrente a otros por todas las calles, y brotan sentimientos especiales, seamos del credo que seamos, cuando se está en posesión de una mínima sensibilidad. Y es muy tranquilizador ver que pese a los tiempos que vivimos los monumentos, las iglesias y hasta las bellísimas tallas que en ellas se contemplan tienen no sólo un mantenimiento impecable sino que tanto los locales como los visitantes asisten con respeto a los momentos de rezo y recogimiento. Sevilla es una ciudad llena de luz y de alegría. Los lugares de tapeo y la tradición del fino y la manzanilla se mantienen intactos, conservando también una arquitectura y unas decoraciones lejos de vanguardias y modernismos que no vendrían a cuento. El flamenco se preserva también como algo sagrado y no hay celebración que se precie sin la presencia de cantaores y bailaores, guitarras, cajas y palmas. En el vestir se procura también dar el toque adecuado para que nadie se olvide de donde estamos, así, el gran Mario Niebla, nos pidió a las invitadas a sus “Premios Escaparate” que llevásemos lunares en nuestro atuendo. La alegría se masticaba en el ambiente y el éxito se palpó de principio a fin. “Sevilla tiene un color especial” dice una conocida canción y ese color hace que las emociones afloren en cada esquina, en cada iglesia, en cada imagen y en los cirios y velas que las acompañan. Pero, sobre todo, en sus gentes alegres que contagian sensaciones, todas ellas positivas. París bien vale una misa y Sevilla también; Roma, ciudad eterna y Sevilla también; de Madrid al cielo, de Sevilla también.