Opinión
¿Somos todos víctimas?
"El único ser viviente que se da importancia y se queja amargamente es el ser humano. El victimismo tiene muy buen acomodo en la medida que elude la crítica, el debate, el cuestionamiento. Quienes han sido víctimas de verdad no recurren al victimismo"
Víctima es una palabra que, de tanto usarla, apenas dice nada, dando lugar a una inevitable ambigüedad. No es infrecuente que nos sintamos víctima de alguien o de algo. Incluso en algunos momentos de la vida, nos declaramos víctimas de casi todo y casi nadie – curiosamente – manifiesta ser agresor de casi nadie. Extraño y singular fenómeno.
Dividir el mundo en buenos y malos; oprimidos y opresores; víctimas y verdugos, es una operación sencilla a la que todos los seres humanos tendemos desde que nacemos. Siempre ha existido la tentación de buscar causas únicas a cualquier hecho o fenómeno. Buscamos la simplicidad en aras de una vida tranquila y sencilla.
Pero, ciertamente, no todos somos víctimas y quizá seamos más “ofensores” de lo que creemos. Pero, no es menos cierto, que casi nadie se declara agresor, a través de negar, disfrazar, ocultar, camuflar datos relevantes, que son formas de intentar que lo que pasó, lo que uno hizo, no pasó y quedar indemne. Es decir, el concepto víctima abarca un numeroso conjunto de fenómenos – que van del evidente trauma real al victimismo generalizado- que convendría delimitar y reflexionar.
Escuchar a una víctima, conmueve. En última instancia la víctima nos plantea un problema moral: cómo es posible que otro ser de tu misma naturaleza, semejante a ti, te pueda hacer daño, ejerza violencia sobre ti, o simplemente te deshumanice, te elimine. ¿Cómo es posible? Pero también, la víctima y el dolor está en el centro de la solidaridad y del vínculo: nos hace humanos. Tendemos a ayudarnos.
Víctima es “toda persona afectada por un acontecimiento traumático sea éste de la naturaleza u origen que sea. Asimismo, es víctima aquella que sufre las consecuencias de una agresión aguda o crónica, intencionada o no, física o psicológica, por parte de otro ser humano”. Y, por tanto, injusto.
Pero también, hay víctimas que lo son y no creen serlo; otras que, manifiestamente no lo son, y lo parecen. Unas lo ignoran y otras se lo hacen. Unas se avergüenzan de serlo y lo ocultan; otras lo muestran, incluso lo exhiben. Por tanto, hay que separar el grano de la paja. Así, nos encontramos con víctimas genuinas, reales, que no saben que lo son: menores de edad de procedencia desconocida que son abusados, maltratados y manipulados sin saberlo. O viejos deteriorados, incapaces, sin familia. O bien, personas que son claramente vulnerables, sin afecto, que tienen una mente poseída por la enfermedad mental; o que sus orígenes son tan desquiciados que no tienen otra visión del mundo y donde ser víctima es su condición de identidad. Son el numeroso grupo de los invisibles o descartados; los que no votan; los que no están. Quedan, por último, los que voluntariamente se infligen daño a sí mismos en sus distintas variantes.
Por otro lado, hace tiempo que constatamos un deslizamiento de la víctima a la victimización o victimismo. Hay una gran sensibilidad al menosprecio y una tendencia creciente a la dignidad de las personas. Cada vez nos sentimos más agraviados y tenemos “una piel más fina”, donde cualquier pequeña ofensa se transforma en un severo trauma y el otro en un radical ofensor.
Vivimos en una soleada cultura victimista. Esa tendencia a considerarse víctima o hacerse pasar por tal, está de moda. Se usurpa la identidad a las verdaderas víctimas: su dolor, su injusticia, su dignidad. El victimismo se ha convertido en la gran excusa de todos los problemas. El talante victimista sirve igual para un roto que un descosido.
Pero, ¿a qué es debido tanto victimismo? Probablemente a las ventajas psicológicas y económicas que reporta. Se trata de apropiarse de una identidad-víctima, que da prestigio y amparo. En el victimismo hay una visión paranoide y hostil del mundo, y constituye el mecanismo defensivo básico: yo víctima y el exterior - personas y/o mundo inanimado- son los que agreden o dañan. Hay una búsqueda activa por ser víctima y una actitud infantil y regresiva; que el otro resuelva los problemas . Y si no lo hace, es culpable, inmoral, negativo. El victimismo, aquí, funciona como un premio consuelo. Se usa indiscriminadamente, dando lugar a un PANVICTIMISMO inabarcable.
El auge del victimismo también se ve en esa tendencia que hay por la exaltación de lo penoso y escabroso; un cierto regodeo por lo traumático; una necesidad de búsqueda de lo morboso, de crear desconfianza y odios. Es decir, una tendencia a la victimización, o bien proyectarla en los demás y quedar incólumes, contritos y aliviados. La vida como un reality show: ver el dolor y la miseria en otros; solidarizarnos con sus pesares y sufrimientos es anestesiante, y provoca conmiseración, pena. Y nos sentimos virtuosos, buenos. En otras ocasiones, ver que los ricos, poderosos e influyentes, que pueden actuar con total impunidad, se destruyen a sí mismos, que son víctimas de sí, consuela y alivia de la vida meliflua y cotidiana que uno lleva.
Los usos y maneras de ejercer el victimismo -social e individualmente- es casi infinito; en la medida que buscar, tener un enemigo, ser una víctima, no es siempre tan malo. El victimismo, igual puede ser usado para apaciguar al que te cuestiona y critica, que para convertirte en excelsa y virtuosa víctima del sacrificio: “con lo que he hecho yo por ti “, “con lo que yo te he dado”. En otras ocasiones le sirve al manifiesto delincuente para declararse víctima: “estoy siendo víctima de una persecución, de un complot”. También es frecuente ver como en el juego político, Gobierno y oposición capitalizan el agravio y la afrenta a través de demostraciones desgarradoras y lastimeros aspavientos que pierden credibilidad y favorecen la impostura victimista y la desconfianza.
El único ser viviente que se da importancia y se queja amargamente es el ser humano. El victimismo tiene muy buen acomodo en la medida que elude la crítica, el debate, el cuestionamiento. Quienes han sido víctimas de verdad no recurren al victimismo.
Vivimos en una simple y tendenciosa polarización, donde casi todos nos declaramos víctima y nadie alardea de ser ofensor. Y entremedias , aunque no se quiera, hay una numerosa y heterogénea “clase media” de individuos que no se declara víctima, ni agrede. Pobrecitos. En ese clima de polarización nadie puede quedar ileso. Esta numerosa clase de individuos no sufridores, solitarios e inanes; insulsos y convencionalmente normales, son empujados descaradamente a tomar partido, a comprometerse con los victimistas, a estar de su lado, a que se sometan por culpa o acción. En la medida que son numerosos, pero no forman grupo, que solo son evanescentes y desmerecidos individuos “normales”, su destino es la irrelevancia, la sumisión y/o la culpa existencial.
La víctima nos conmueve siempre, nos hace humanos. Al victimista, su impostura le desenmascara por sus formas fatuas e histriónicas; por sus ganas de hacer ruido y hacerse ver. Y siempre sacar algún tipo de ganancia o provecho.
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