Accidente de autobús

También he perdido un hijo

La Razón
La RazónLa Razón

Señor, no nos mandes más otoños grises como éste, que se presentan como huésped en la noche y te roban la paz. Confieso que me cuesta tratar de consolar cuando uno también tiene el corazón roto y contempla a su alrededor la dramática situación que ha dejado este golpe seco. Son de agradecer todas las muestras de solidaridad habidas, personales y desde tantas instancias e instituciones.

Después de la tragedia, la condición de creyentes nos acerca al corazón de Dios porque encontramos en él el amparo que necesitamos ante las dificultades. Durante horas hemos estado pidiendo auxilio a lo alto y hemos pasado largas horas agarrados a la esperanza, a un hilo de vida e invocando a Dios. Creo que muchos le hemos dado manotazos al aire para que la tragedia no se instalara en la serenidad de nuestra alma; la intención era que nos dejara en paz, para gozar de las bellas imágenes que cuidadosamente hemos seleccionando en la historia común con las víctimas.

Hemos pasado por el dolor, la angustia, el sufrimiento... hemos visto cómo tantos hombres y mujeres luchaban contra los elementos, agarrados sólo a este pensamiento: salvarles, rescatarles, hacerles visible la vida, en medio de una noche negra y pensando en los que esperaban con los ojos cerrados y puños apretados para que nadie les arrebatase el anhelo y la certeza de abrazar a los que estaban esperando.

Estos pensamiento de la Escritura Santa nos han servido de bálsamo: ¡Esperaré en el Señor! El Señor es bueno para quien espera en él, para quien lo busca de corazón. Una situación como ésta nos pide necesariamente agarrarnos al Señor, dar el salto a la fe y tener un gesto de confianza para escuchar a Dios en lo hondo del corazón y recordar lo que nos dijo el Señor: «Yo he vencido a la muerte». Como estoy seguro de que todavía nos quedan preguntas, a un cristiano es fácil decirle que acuda a la Virgen, que haga lo que hizo María, guardar las preguntas sin respuesta en el corazón, que ya se encargará el Señor, en su momento, de ayudaros a entender todo y, entonces, descansaremos. Cristo ha vencido a lo que nos asusta y nos da la vida... Esto es lo que nos anima a seguir caminando, confiando.

Mi familia también ha perdido un ser querido en este accidente, yo he perdido un hijo; los sacerdotes hemos perdido a un hermano, al párroco, a Don Miguel. Un joven sacerdote de 36 años, sencillo, directo, entregado, amable, atento, servicial, sacrificado... sólo Dios sabe lo que esta criatura llevaba para adelante y el bien que estaba haciendo a tantísimas personas, de una manera callada. Pero nos hemos puesto y lo hemos puesto en las manos de Dios. Ahora confiamos, su corazón era mariano.

Agradecido a todos los que han participado en las labores de rescate y sanitarias, a los medios de comunicación y a las autoridades. Nos queda rezar y esperar la recuperación de los heridos.