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Corre si eres hombre
Un equipo de investigadores ha establecido la relación entre la exposición a la testosterona en el vientre materno y la velocidad y resistencia a la hora de correr
Correr está de moda. Basta salir a casi cualquier parque de nuestro país, a casi cualquier hora, para darse cuenta de que no deja de aumentar el número de conciudadanos que se enfundan un traje de deporte y practican eso que antes llamábamos «footing» y ahora llamamos «running». A partir de ahora puede que lo hagan, si cabe, con más orgullo. Porque una investigación hecha pública ayer propone que correr largas distancias podría ser un signo de poseer genes deseables, al menos si se es hombre.
El relato es el siguiente. La exposición a grandes cantidades de hormona testosterona en el vientre materno confiere ciertas cualidades evolutivas al bebe masculino. Por ejemplo, se ha demostrado que aquellos que recibieron más cantidad de esa hormona cuando eran fetos tienen una mayor eficiencia cardiovascular en la edad adulta, generan más capacidad de visión espacial, disfrutan de un esperma de mejor calidad y gozan de mayor potencia sexual.
Si usted quiere saber cómo anduvo de testosterona al nacer puede mirarse los dedos de las manos. Se sabe que la diferencia de longitud entre los dedos anular e índice está determinada por el tipo de hormonas a las que fuimos expuestos en edad prenatal. Las hormonas masculinas favorecen que la diferencia sea menor.
Un equipo de investigadores de la Universidad de Cambridge ha medido ese ratio dactilar entre docenas de corredores de maratón. La idea era comprobar si la exposición a la testosterona (que generalmente implica también la aparición de caracteres masculinos más «deseables» evolutivamente como la musculatura, las facciones angulosas o el tamaño de los genitales) condiciona también nuestra capacidad de correr.
Después de ver las manos de 542 corredores de ambos sexos descubrieron que el 10 por 100 de los varones con ratios digitales menores (con un anular más largo en comparación con el índice) corrían el maratón al menos 33 minutos más deprisa que los hombres con ratios digitales mayores. Es decir, los hombres que recibieron más testosterona en el vientre de su madre corren mejor.
El estudio parece confirmar que la capacidad de correr largas distancias es una ventaja evolutiva humana. En algún momento de nuestra historia, ser capaz de correr sin cansarse suponía garantía de supervivencia de manera que las primeras homínidas debieron sentirse más atraídas por los machos mejor preparados para esta tarea, los cuales, además, contaban también con el resto de cualidades reproductivas derivadas de la testosterona.
Los seres humanos somos muy malos corredores de velocidad. Un conejo tiene un sprint mucho más explosivo que el nuestro (a pesar de ser un animal regordete y paticorto) pero en pocos minutos se agota y puede ser cazado por un galgo. Los humanos resistimos el trote más que casi ninguna otra especie de la Tierra. Para ello hemos desarrollado un sistema especial de aclimatación: sudamos por todo el cuerpo para refrigerarnos, tenemos unos poderosos tendones en los pies que amortiguan los golpes del trote e impulsan el movimiento de la pierna, tenemos glúteos poderosos y un peculiar balanceo de brazos necesario para correr durante horas.
Gracias a ello, pudimos perseguir a las presas que cazábamos hace miles de años y que corrían más que nosotros. Seguíamos su rastro -como aún hoy hacen algunos cazadores de tribus tradicionales- y esperábamos hasta que caían extenuadas.
De alguna manera, la capacidad de aguantar maratones fue una ventaja evolutiva. Y, por tanto, los hombres más capaces debían atraer más a las mujeres para garantizar la reproducción de una estirpe genéticamente competitiva. Correr fue de la mano de tener una musculatura más atractiva y unos genitales más poderosos. Y la culpa de todo ello la tuvo la testosterona.
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