Ciencia y Tecnología
Las dos caras de Tor Messenger
El lanzamiento de una nueva herramienta de chat para mantener conversaciones privadas reabre el debate sobre si la red está fuera de control.
El lanzamiento de una nueva herramienta de chat para mantener conversaciones privadas reabre el debate sobre si la red está fuera de control.
A veces dos hechos, aparentemente inconexos, ocurren con sorprendente simultaneidad. El primero de ellos es el estudio «Libertad en Internet», realizado por Freedom House. El análisis se lleva a cabo en 65 países que suman el 88% de la población que accede a la red y se evalúan tres parámetros: los obstáculos para acceder a internet, los límites sobre el contenido y la violación a los derechos humanos (como la persecución a los autores, la vigilancia o el acoso). Y los resultados muestran que el 61% de los navegantes vive en países en los que las críticas son objeto de censura en los casos más leves, o cárcel en los más graves. Es el quinto año que se realiza este estudio y las cifras de gobiernos que buscan controlar la información son cada vez más altas.
Al mismo tiempo, el proyecto Tor, que aboga por un internet privada y anónima, ha lanzado en fase beta (de prueba) un software de mensajería que encripta el contenido de los mensajes y dificulta que emisor y receptor sean identificados por otros. El programa sería compatible con aplicaciones como Facebook Messenger, Google Talk o Twitter en los principales sistemas operativos: Windows, iOS y Linux.
En una reciente entrevista realizada por la revista «Wired», la directora del proyecto, Kate Krauss, declaraba que «con Tor Messenger el chat está encriptado y es anónimo, queda escondido de miradas ajenas, sean del gobierno, un país extranjero o una empresa que intenta venderte botas».
Lo positivo
Tor trabaja con encriptación y enviando los datos a través de diferentes routers, de modo que no se pueda rastrear el origen de la comunicación. Para conectarse a esta red basta descargarse un navegador, muy similar a Firefox, sólo que con algunas prestaciones más. A partir de ese momento se logra el anonimato.
Ambas noticias hablan de un conflicto muy actual. La creciente invasión del espacio privado en la red por parte de gobiernos, algo de lo cual rara vez vemos sus efectos en nuestra vida diaria, pero también a cargo de empresas que nos envían correos, abren ventanas y suministran constantes sugerencias relacionadas con nuestros gustos, ubicación y contactos, ha llevado a muchos a buscar refugio en Tor, con tal de no sentirse observados o controlados.
Pero no es ese el único uso de Tor o de su nuevo sistema de mensajería. Muchos padres lo han instalado para que sus hijos no reciban publicidad o mensajes de desconocidos.
En muchos países, allí donde el acceso a la red está controlado, los ciudadanos se sirven de él para denunciar los abusos, los periodistas para enviar sus crónicas y los servicios de inteligencia para comunicarse con sus informantes. En 2011 recibió el reconocimiento internacional Free Software por «haber permitido que, aproximadamente, 36 millones de personas de todo el mundo hayan experimentado libertad de acceso y de expresión en Internet manteniendo su privacidad y anonimato. Su red ha resultado crucial en los movimientos disidentes de Irán y Egipto». Tor también ha beneficiado a miles de personas que necesitaron denunciar, por acoso o violencia de género, su situación de forma anónima. Es una herramienta que permite investigar sobre temas prohibidos localmente, como el VIH, control de la natalidad o contenidos en redes como YouTube que están bloqueados en el país. Desafortunadamente todas estas historias de éxito rara vez llegan a la Prensa.
Lo negativo
Las que sí lo hacen son aquellas que hablan de Tor como un recurso para quienes buscan el anonimato porque son sus actividades las que deben permanecer ocultas: mercado para la venta de drogas, armas o la pornografía infantil. Un ejemplo es la web Assasination Market (Mercado de Asesinato). Se trata de una página, similar a Kickstarter o cualquier otra de crowdfunding, en la cual los usuarios colaboran con bitcoins para matar a personalidades internacionales, como Barack Obama o el director de la NSA (Agencia Nacional de Seguridad), Keith Alexander. Aunque parezca extraño, esta «iniciativa» se hizo conocida gracias a una entrevista en la revista «Forbes» en la que su creador, que se hace llamar Kuwabatake Sanjuro, relata cómo se le ocurrió la idea. Para rizar el rizo, el tal Sanjuro se comunicó con el periodista por medio de una serie de correos encriptados... enviados a través de Tor.
Todo esto exhibe una realidad ineludible: la red está fuera de control. Pero no porque se publique, se investigue o se vigile sin medida, sino porque no existe un sistema fiable de ejercer un control sobre qué contenido debería prohibirse y quién estaría a cargo de ello. La tecnología nos ha permitido crear algo cuya utilidad es innegable y que, al mismo tiempo, es un arma de doble filo. Pero no hemos pensado cómo dominarlo, ni siquiera si debía ser controlado. Un ejemplo muy claro es PayPal, que no permitía realizar donaciones a WikiLeaks, pero sí era y es utilizado para intercambiar dinero por intercambio de pornografía infantil.
¿Cuál es la solución? ¿Cómo vigilar el contenido de todos los usuarios para detectar delitos, sin invadir la privacidad? Quizás y sólo quizás, la respuesta esté en la inteligencia artificial, programas capaces de detectar palabras claves, descifrar códigos e identificar imágenes o transacciones comerciales que puedan ser determinadas como punibles. Pero siempre habrá dudas, códigos indescifrables o cuestionamientos sobre quién domina esa tecnología.
Por ahora, la mejor opción es la educación, enseñar a utilizar la red porque ya ha dejado de ser un recurso, para convertirse en nuestro entorno.
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