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Tu jefe te espía

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La denuncia de una mujer que borró una aplicación de rastreo de su teléfono ha hecho saltar las alarmas, pero las empresas hace tiempo que nos vigilan.

Todo comenzó en el año 2001. En aquel momento, el diseñador de chips con tecnologías GPS, SiRF Technology, tenía unas ganancias anuales de unos 15 millones de dólares. En 2002 se duplicaron. Y en 2003 alcanzaron los 73 millones. Hoy, el mercado de localización por GPS mueve más de 25.000 millones de euros. Y hay más de 10 dispositivos de localización por satélites por persona en el planeta, si sumamos smartphones, localizadores para mascotas, los que llevan los vehículos o los que están a bordo de juguetes como drones o helicópteros de juguete.

Por todo esto, lo sucedido con Myrna Arias no debería sorprender. Arias vive en California y trabajaba para la compañía de finanzas Intermex. Allí le habían dado un teléfono móvil de empresa que incorporaba la aplicación «Xora». Esta aplicación utiliza el GPS del smartphone para seguir el recorrido que hace determinado empleado mientras el móvil esté encendido. Pero no solo eso. También puede ubicar a los clientes por su dirección y determinar cuál de sus empleados está más cerca si los necesita. Permite regular las tareas diarias de quienes no trabajan en una oficina y optimizar los tiempos de traslado entre clientes. «Xora» envía mensajes directamente a los empleados cuando tienen que visitar a un cliente y les sugieren la ruta más adecuada hasta su domicilio. Obviamente, también determina si se excede la velocidad permitida en el trayecto.

Esta semana se está celebrando un juicio debido a que Arias desinstaló la aplicación del smartphone que le dio la empresa y fue despedida por ello. Los documentos del juicio señalan que Arias preguntó si la Intermex tenía acceso a su ubicación aún cuando no se encontraba en horario de trabajo. Y la respuesta fue afirmativa.

Los hechos no tienen, en realidad, nada que ver con la privacidad. Cada vez que nos descargamos una nueva aplicación, sea de pago o gratuita, existe un contrato de condiciones que casi siempre –por no decir siempre)– aceptamos... sin tener en cuenta que con ello la aplicación (sea un juego, una red social o una app de salud) nos ha pedido acceso a nuestra localización, fotos y a veces hasta a nuestros contactos. Estas condiciones, de acuerdo a una estadística de Intel, sólo las leen el 1% de los usuarios. ¿Para qué quieren estos datos? Muy sencillo. En una primera instancia, si la app es gratuita, es su modo de determinar, por localización y contactos, la publicidad más adecuada a nuestras costumbres. Y, si es de pago, también puede sugerir a otros contactos, su descarga. El juicio de Arias tampoco tiene que ver con «Xora». Esta aplicación lleva en el mercado más de una década, fue fundada en 1999 y en 2004 tenía unos 1.600 clientes. De hecho, es apenas una más de las decenas de aplicaciones, software y dispositivos que utilizan las empresas para observar nuestra productividad.

Una de ellas es «mSpy». Tiene más de un millón de clientes y basta conocer su lema para saber qué hacen: «La mejor solución para mantener a los niños seguros y a los empleados productivos». Dependiendo del servicio que se contrate permite leer los mensajes de texto de ciertos teléfonos o recibir una alerta cuando un empleado se aparta de un radio geográfico determinado. Otra firma que no simula, ni en su nombre ni propósito es «TheOneSpy», es decir «El Espía». Esta firma australiana ha creado un software para pinchar smartphones y escuchar conversaciones, leer mensajes de texto y hasta activar el micrófono para escuchar el sonido ambiente. Ellos mismos explican que «nuestra opción de monitorización remota nos permite asegurar que en cualquier lugar del mundo, nunca estarán fuera de nuestro alcance». «TheOneSpy» y «mSpy» aclaran que sus programas deben ser utilizados con el consentimiento de los empleados.

¿Te asusta esto? Pues hay más. Existe un programa informático llamado «ODesk», que toma seis capturas de pantalla por hora en todos los ordenadores de la empresa. Incluso en aquellos que trabajan a distancia pero están conectados a la red. Otros ejemplos de estos programas son «Workmeter», «Times Snapper», «ManicTime» o «SlifeWeb».

No, no puedes escapar. Y cuidado con levantarte a por celo, un cigarro o consultar un documento. El fabricante de mobiliario Herman Miller, ha creado un dispositivo que se coloca en la parte baja de cualquier asiento y actúa como chivato: dice cuánto tiempo estuvo ocupada la silla y en qué horarios. Allí están también esas inocentes tarjetas de identificación que utilizan las grandes empresas. Aparentemente sólo tienen un código de acceso que permite ingresar en las instalaciones. Las más sofisticadas, son capaces de seguir nuestros movimientos, el tono de las conversaciones y con quién se pasa más tiempo. ¿Ficción? En absoluto. La empresa Sociometric Solutions, surgida de expertos en comunicación y comportamiento del MIT, ya las está vendiendo.

El juicio provocado por la desinstalación de «Xora» no tiene nada que ver con los programas informáticos, gadgets o dispositivos que controlan nuestra productividad. El abuso que aparentemente se realizó al controlar una persona fuera de su horario laboral es apenas un primer paso que exhibe que no sabemos hasta dónde nuestra vida privada, geolocalizada, compartida, expuesta y hasta vendida a cambio de publicidad, es tan privada como pensamos.