Ciencia y Tecnología
El dilema del coche sin conductor
En teoría, todos estamos de acuerdo en pedir los máximos estándares de seguridad antiatropello, pero para nuestro coche preferimos que la tecnología nos proteja a nosotros más que a los peatones
En teoría, todos estamos de acuerdo en pedir los máximos estándares de seguridad antiatropello, pero para nuestro coche preferimos que la tecnología nos proteja a nosotros más que a los peatones
Un coche autónomo, de esos que circularán pronto por nuestras calles sin conductor, baja cumpliendo todas las normas de tráfico una gran avenida. De repente, un hombre que cruza despistado se interpone en su camino. La inteligencia artificial del vehículo tarda un milisegundo en evaluar la situación. No tiene tiempo material para frenar; sólo queda la alternativa de dar un volantazo automático. A un lado un padre está metiendo a su bebé en el coche aparcado, al otro lado hay una entrada a un parque donde juegan seis niños. ¿Qué decisión tomará el ordenador? ¿Atropellar al hombre que cruza? ¿Virar hacia alguno de los lados a sabiendas de que el impacto lo recibirán el padre, su hijo o los niños del parque?
El dilema del atropello pronto podrá ser más común de lo que pensamos. Cada vez más marcas de automóviles están avanzando a pasos agigantados en la propuesta de tecnologías de conducción sin chófer. Si el escenario con el que se abre ese texto se le presentara a un conductor humano, el dilema sería menor. Nuestro cerebro seguramente actuaría de manera refleja, tratando de evitar el impacto más evidente. Las víctimas colaterales de la acción no dejaría de ser accidentales. Era imposible calcular todos los riesgos en tan pequeño lapso de tiempo. Pero la máquina sí ha podido calcular todas las posibles alternativas. De manera que su respuesta es meditada y las víctimas, fruto de una decisión, no de un accidente.
La revista «Science» ha publicado el primer gran estudio donde se debaten los dilemas éticos de la llegada de esta nueva tecnología tan ansiada: la conducción autónoma. El trabajo ha sido liderado por expertos del Massachusetts Institute of Technology y demuestra que el impacto social de este tipo de coches será mayor de lo que creemos. Los dilemas sobre su uso pueden ser incluso más sutiles. La mayoría de estas tecnologías cuentan con avanzado paquete de aplicaciones que garantizan la seguridad de los usuarios. De hecho, una de las principales exigencias de los potenciales clientes de estos automóviles será la certeza de que ellos se van a desplazar de manera indudablemente segura. En el caso de que un peatón se cruce repentinamente en el camino, ¿el coche hará todo lo posible por evitar el atropello aunque ponga en riesgo la seguridad de sus usuarios/dueños? ¿O preferirá cumplir con sus órdenes de no dañar al usuario bajo ninguna circunstancia?
Las encuestas realizadas durante un año para la elaboración de este estudio demostraron que los consumidores muestran algunas dudas serias al respecto del uso general de estos coches. Por ejemplo, la mayoría de los entrevistados preferiría que los vehículos estuvieran programados para minimizar el número de víctimas (atropellar al peatón en lugar de dar un volantazo). Pero, al mismo tiempo, los encuestados se mostraban mayoritariamente poco proclives a comprar un coche programado de ese modo.
Según estos datos, la mayoría de los ciudadanos preferiría que los coche autónomos estuvieran diseñados por ley para evitar atropellos a toda costa. Pero cuando se pregunta sobre qué coche se comprarían, los entrevistados son claros: uno que evite a toda costa que sus ocupantes sufran daños.
En teoría, todos estamos de acuerdo en pedir los máximos estándares de seguridad antiatropello. Pero para nuestro coche preferimos que la tecnología nos proteja a nosotros más que a los peatones.
El resultado es lo que los expertos llaman «dilema social»: los compradores de vehículos autónomos terminarían poniendo en peligro a su entorno de tanto protegerse a sí mismos. Pero si todos seguimos la misma estrategia, mantener la seguridad vial será casi una quimera.
Los autores son demoledores: «A día de hoy no hay forma matemática posible de reconciliar las dos partes del dilema de la seguridad». Por ejemplo, el 76 por 100 de los encuestados afirmaron que «es más ético» que un coche autónomo sacrifique a su conductor para salvar la vida de 10 peatones. Pero sólo un tercio reconoció que se compraría un coche si incluyera este tipo de programación (dispuesto a matar a su conductor a cambio de salvar 10 vidas). La cuestión parece difícil de resolver. La industria del automóvil no sólo tendrá que dar solución a problemas técnicos del cerebro artificial de sus coches sino que ha de enfrentarse a los dilemas éticos derivados de que los usuarios seguiremos teniendo siempre un cerebro humano.
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