Televisión

El “reality show”: la farsa que más engancha

Cada vez son más los formatos que atrapan a los espectadores con historias preparadas y cuyos protagonistas no son más que un grupo de actores que esconden su verdadera forma de ser para su entorno más cercano

Sala de control de televisión
Sala de control de televisiónlarazonArchivo

Tiene que ver con el misterio de lo eficaz que resulta un contraste en televisión. Es decir, la pequeña pantalla esconde un universo capaz de robarnos un tiempo que jamás pensaríamos que íbamos a invertir. Cada persona tiene sus gustos y éstos los explota en el momento de ocio. Si el interés reside en la historia, un documental o un libro no falla nunca. Si alguien prefiere disfrutar entre fogones, se puede decantar por los consejos de Karlos Arguiñano. Sin embargo, es más complicado evitar ver ciertos programas que, aunque su estilo y formato vaya en contra de nuestros gustos, poseen una misteriosa manera de enganchar a cualquiera que esté llevando a cabo el holgazán “deporte” del “zapping”.

Ejemplo de ello son los “reality shows”: formatos en los que un grupo de personas conviven sea en una isla o en una casa y donde las tentaciones -y, a veces, el morbo- son el principal hilo conductor. Numerosos son los títulos que predominan en nuestra televisión y que, aún sin ofrecer ningún tipo de aprendizaje, son capaces de acaparar a una audiencia curiosa y sedienta de cotilleo. En otras palabras, el “reality show” es la mejor vía de escape para quien necesita involucrarse en la vida de otros para escapar de la propia realidad. ¿Qué ofrecen estos programas que tanto se siguen en miles de hogares de España?

En primer lugar: ¿"Reality"? Si bien el formato nació para trasladar al espectador la vida de ciertas personas en un entorno concreto, es cada vez más obvia la existencia de un guion que va marcando ciertas pautas a los concursantes en cuestión. ¿A quién le gusta ponerse en evidencia ante miles de ojos y exponer su vida personal al 100%? Es inevitable llegar a pensar que aquellos que se van a una isla a ser fiel a sus parejas presentan una cara diferente a la que realmente muestran en su entorno más cercano. Por ello, tiene más sentido que la vergüenza sea una constante si no se basa en la propia verdad. Al menos, la conciencia está más tranquila.

Otro de los fuertes de estos formatos es el de rescatar perfiles de otros programas parecidos. El universo del “reality” ha creado una sociedad imaginaria en la que, si unas caras protagonizan un programa concreto y tienen éxito, no es raro que se vuelvan a ver en otros formatos del estilo. Esto provoca, de nuevo, el interés y la incertidumbre por parte de varios espectadores que, casi sin quererlo, son víctimas de la inercia y terminan cayendo en la tentación de saber qué va a pasar con cierta persona en un nuevo contexto.

Asimismo, este guion invisible y cada vez más evidente se deja llevar por los intereses de la audiencia. ¿Que quieren polémica? La tienen. ¿Que quieren romanticismo? Dosis de “amor”. ¿Que humillar a alguien conlleva sumar espectadores? ¡Estefanía! En definitiva, parece una telenovela desarrollada en base a ciertas pautas. Aquel que ve un “reality” puede hacerlo por verse reflejado y buscar consejos que le motiven a llevar adelante su vida personal. Pero, quien lo vea por accidente, que no dude que tiene más posibilidad de lo que creía de quedarse prendido por sus historias. De ahí el contraste: ya no importa qué te guste o no ver en la televisión, ya que la estrategia del “reality” cada vez es más experta en ofrecer lo que quieres. Coincida o no con la “realidad” de quienes lo protagonizan.