Toros
Creer en los Reyes Magos
El Domingo de Resurrección es la fecha clave de Sevilla. Lo es al menos desde que Curro Romero la convirtiera en el día «d» del abono abrilense, en el que la ciudad experimenta esa transformación de la liturgia de la Semana Santa a la liturgia taurina. Pero cuesta que el Domingo de Resurrección sea la tarde redonda. Lo fue en 2013, el último antes de la diáspora de las figuras, cuando «El Juli» salió en volandas por la Puerta del Príncipe triunfando a sangre y fuego con una corrida de Garcigrande. Y lo fue en 2015 cuando «Espartaco» tuvo su despedida soñada. Pero son casi dos rayas en el agua. Ayer tampoco sonó la sinfonía perfecta, porque los toros de Núñez del Cuvillo desafinaron. Sin embargo, hubo más que matices. Da en el clavo Paco Aguado cuando dice en su magnífica obra «Por qué Morante» que este torero es capaz de torear por muchos toreros. Hay momentos en el que aparece Joselito «El Gallo» y otros en los que resucita «Belmonte». Surge Manolo Vázquez en el toreo a pies juntos dando el pecho y surge Antonio Bienvenida como un aguafuerte. Morante fue ayer un Morante distinto al que está acostumbrado el gran público. El quite por verónicas al tercero fue lo mejor de la tarde, con una media anudada a la cadera, reunido el compás, que recordó a aquella eterna, conquistadora del tiempo, en la que se redimió de una feria entera. Pero también demostró Morante en su primero que es el único lidiador añejo que existe en este momento, andando, toreando sobre los pies, dando sitio hasta aprovechar las embestidas hacia los adentros que eran los únicos hálitos de vida que tenía el animal. Y en el cuarto, en los ayudados por alto del arranque de faena se apareció como un fogonazo Rafael «El Gallo», con su calva y con su silla de enea. Ayudados por alto no porque sí, ni por una estética caprichosa, sino para engrasar la faena hasta conseguir los naturales que Morante arrancó en los terrenos del 9, desmadejado y sin zapatillas. En los mismos terrenos donde se fajó hace unos años con un sobrero de Molina que fue, como la de ayer, faena para unos pocos. No fue la tarde redonda, cierto, pero tampoco se cumplió ese aserto tan manoseado de «corrida de expectación, corrida de decepción». El Domingo de Resurrección es caprichoso. Lo son los toros. Joan Cau dejó escrito que amar a los toros es, cada tarde, a eso de las cinco, creer en los Reyes Magos, y salir a su encuentro. Pues eso.
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