Sevilla

De Sevilla a la gloria

Articulo publicado en el suplemento de San Isidro 2011 de LA RAZÓN por la hija y hermana de los Manzanares

Enrique Ponce brinda un toro a la saga Manzanares al completo
Enrique Ponce brinda un toro a la saga Manzanares al completolarazon

Me dispongo a escribir con la emoción desbordándome el corazón que late todavía acelerado. José María Manzanares hijo ya está en los Anales de la historia viva del toreo. Disfruta ahora de una página que ha sido escrita con lentitud, al compás de sus muletazos y que ya es eterna y grandiosa como su Arte: un indulto, cuatro orejas (dos de ellas simbólicas), dos faenas magníficas y tan reales como la Puerta del Príncipe que abrió en La Maestranza de Sevilla. Todos caímos rendidos a sus pies. ¡Cuánta admiración y orgullo siento por él, por mi hermano! Y todo esto sucedió a solo unos días de su triple comparecencia en Madrid. Sin tiempo apenas para saborear el triunfo. Otra vez encerrado en el campo. Y es que a la celebración y al éxtasis le gana el pulso la responsabilidad y el sacrificio. Así es su vida. Así es la vida del torero.

Intentando ordenar mis pensamientos, algo que me resulta verdaderamente complicado con tantos sentimientos encontrados, viene a visitarme el recuerdo de mi padre. Vuelvo a mi infancia. Y me veo de nuevo junto a mi madre y mis hermanos, acompañándole en aquellos duros inviernos de preparación; rodeados de muletas, capotes, carretones y trastos, y donde sólo se hablaba y se vivía para el toro. El entrenamiento era el pan nuestro de cada día. La presión de las ferias cercanas volaba en el ambiente y traía con ella seriedad. Y así, comenzamos sin darnos cuenta a entender los silencios y a respetarlos, a valorar la renuncia y reconocer el sacrificio. Y crecimos en la educación y el amor de una liturgia, la de nuestro padre y la nuestra también: el toreo.

Y ahora resulta que el que antes era mi padre es ahora mi hermano. Y resulta también que los inviernos que vivimos como niños admirando al padre torero, son suyos ahora admirándolo nosotros a él, con la misma ilusión pero transformada. La suya por el triunfo y la nuestra por que lo logre. Con esa ilusión desmedida es con la que lo imagino ahora en el campo. Concentrado, soñando ya con verse con el capote de paseo liado en el patio de cuadrillas de la plaza más importante y exigente del mundo, reviviendo aquella faena –grandiosa en el recuerdo–, que realizó a un sobrero colorao de Manolo González hace ya casi 20 años, el que se lo ha enseñado todo: nuestro padre. Aquel triunfo valió una apoteósica salida a hombros en esa misma plaza donde recuerdo que le descosieron el vestido a golpe de admiración, igual que hicieron los aficionados con el de mi hermano hace pocos días. Si Dios quiere, y el tiempo y los toros lo permiten, allí será donde José Mari acabará de ver recompensada tanta renuncia y todo el sacrificio imaginable que supone la preparación de un torero. Podrá definitivamente alcanzar la gloria. Y es que sí, desde Madrid se llega allí... A la misma gloria.

Suerte torero.