Feria de San Sebastián de los Reyes
Dos trofeos a golpe de calor
Enrique Ponce y Cayetano salvan una tarde a contraestilo con dos orejas en la tercera de la Semana Grande.
Enrique Ponce y Cayetano salvan una tarde a contraestilo con dos orejas en la tercera de la Semana Grande.
San Sebastián. Tercera de la Semana Grande. Se lidiaron toros para rejones, reglamentariamente despuntados de pitones de Ángel Sánchez y Sánchez y cuatro para lidia ordinaria de José Vázquez, desiguales de presentación. El 1º, manejable; el 2º, mansito y rajado; el 3º, noble y con ritmo; el 4º, bueno; el 5º, complicado; el 6º, flojo y protestón. Dos tercios de entrada.
Hermoso de Mendoza: dos pinchazos, rejón (silencio); dos pinchazos, rejón (saludos).
Enrique Ponde: de grana y oro, estocada baja, aviso (vuelta al ruedo); aviso, pinchazo, estocada (oreja).
Cayetano: de azul cielo y oro, estocada caída recibiendo (oreja); estocada, descabello (saludos).
Ver el festejo donostiarra a temperatura de sauna rondaba lo heroico. Heroínas todos. Y a palo seco para mantener la cordura y porque las colas en busca de refresco eran largas y no daba tiempo. Había que elegir entre beber o ver el saludo de capa. Obligaba el oficio. El primero de José Vázquez, que era segundo de orden de lidia, apretó en el caballo y tiró al picador, pero no era cuestión de bravura sino más bien de lo contrario, iba allí con todo y también al lado contrario. Y eso le pasó después que por irse se quería rajar. No dio con un cualquiera. A Ponce le vamos a hablar de estos misterios. Los fue desgranando para que el toro tomara confianza, se hablaran de tú a tú, descolgaba el toro, sobre todo al natural, pero no acababa de completar el muletazo, la entrega justa, el desenlace en entredicho. Buscó también con la diestra y se justificó por todos los caminos que podían llevarle al toreo. Suave todo, en pro del toro. Y del toreo. Abajo se le fue la espada, aunque fuera al primer envite. Y la oreja, a pesar de la petición, no fue. Menos claras puso las cosas el cuarto, que parecía noble pero planteaba dificultades en el momento más inesperado. La faena fue larga y el aviso sonó antes de que entrara a matar pero esta vez sí paseó el trofeo. La labor transitó por momentos muy dispares. Oficio, pulcritud y un punto claro de inflexión que fueron las poncinas para meter al toro en vereda y al público en el canasto. Nos acordamos de la corrida de El Parrelejo, que lejos quedaba, como la noticia de la retirada de Morante. Temporada rara esta.
Ritmo y nobleza tuvo el tercero. Como los vuelos de la muleta de Cayetano. Con eso quiso hacer el toreo el diestro. La faena al tercero, que había brindado a López Simón con el que comparte desde hace poco tiempo el apoderamiento de Curro Vázquez, contó con la parsimonia, los tiempos, otros códigos menos vulnerables al éxito rápido, con más belleza cuando lograba embeber al toro por abajo y soltarle al final sin prescindir de la natural verticalidad. Divino tesoro. No fue rotunda pero sí por momentos bonita. Mató de una estocada caída recibiendo y esta vez sí hubo el trofeo que se pidió a Ponce y el presidente no entregó.
Flojeó el sexto. Y cuando llegó a la muleta de Cayetano quería más que podía, pero se descoordinaba, por mucho interés que puso el torero quitándose las zapatillas. Iba el toro a la deriva. Por ambos pitones le buscó las vueltas. Por ambos lados quiso, pero la conquista estaba complicada, aún así mantuvo la atención del público donostiarra de principio a fin hasta que el toro optó por rajarse. Hasta ahí habíamos llegado.
Hermoso de Mendoza cumplió la función de abrir plaza con el primero de la tarde. Manejable el toro y faena con corrección pero sin una nota más alta que otra. No hablemos de emociones, porque no las hubo. Más animoso anduvo con el colaborador cuarto. Ajustado en los encuentros y en conexión con el público, a pesar de que dos pinchazos antes del rejón enfriaron las cosas. Ese frío a pesar del calor sofocantes, se quedó la tarde rara, como la temporada.
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