Ferias taurinas
El Cid: feliz adiós del que también fue príncipe
El diestro corta la única oreja en la segunda de la feria de San Miguel la tarde de su despedida.
El diestro corta la única oreja en la segunda de la feria de San Miguel la tarde de su despedida.
A El Cid le llegaba el adiós en esta temporada de despedida. El adiós de su tierra. De Sevilla. De sus cuatro Puertas del Príncipe, del mar de sudor y lágrimas que hay entre las unas y las otras. El cierre de etapa, de fin de carrera, el broche a los pasajes dorados y a los del desconcierto. Manuel Jesús Cid, de aquí, de Salteras, hacía su último paseíllo en Sevilla. Y eso impone. De azul pavo y oro. Y de verde esperanza las entrañas. Era la historia de un torero que se iba, otro, Manzanares que regresaba después de un parón forzoso, y la presencia de Ponce restablecido ya de aquella casi olvidada lesión de rodilla. Le sacaron a saludar antes de que empezara todo y, en verdad, no le soltaron de la mano en ningún momento. También Ponce quiso poner la guinda de su pastel al brindarle la muerte del primero. Con diez años más de alternativa el de Valencia no parece tener la menor intención de irse. A El Cid le esperaba al poco un astado de la ganadería de Toros de Cortés para entonar el cántico del adiós. Y la suerte le quiso mirar de cara de nuevo, cómplice hasta el final de los días. Y El Cid lo supo. Y recreó su mejor versión para empezar la faena del toro en los medios, con la muleta en la zurda, donde reside su magisterio más glorioso. En la distancia larga encontró su mejor versión, templado, medido y despacioso; había sabor de ayer y la ansiedad de mañana. Cuando acortó espacios, el toro acusó, falto de finales como toda la corrida, y abrevió Manuel Jesús. Lástima que la espada se fuera más baja que caída. En cuanto comenzó la faena del quinto, que había apretado mucho a los banderilleros para dentro y al verles sin engaño, sonó la música. El homenaje. Y aquello fue un soplo infinito de inspiración para El Cid que quiso aderezar el trasteo con adornos que alargaran la felicidad del momento en complicidad máxima consigo mismo y con el público. Iba y venía el toro, justo de humillación y sin demasiado gas, mas lo disfrutó, a pesar de que estuvo a punto de prenderle en un arreón. El momento más bello y emotivo llegó a la vuelta de la estocada, que fue trasera y ralentizó la muerte. Se encontraron ambos en el estribo, sentado el torero como quien mira ya en las últimas veces cuantísimas se enfrentó cara a cara a la muerte. El trofeo fue el final feliz para abrochar casi dos décadas de trayectoria como matador de toros.
El regreso de Manzanares resultó tibio. Acaso hubo un cambio de mano al tercero de esos que valen un imperio, de esos que hemos soñado otras tardes hasta el delirio, pero dentro de un todo inconexo a un toro noble, a media altura y a menos. Ídem con el cortito sexto que además embistió por dentro.
Con desgana y sin entrega acudió el primero a la muleta de Ponce, de longevidad en los ruedos apabullante y derrengado un cuarto que no dio ni un paréntesis a la diversión, a pesar de la larga faena. El Cid había hecho su último paseíllo en Sevilla. El último de tantos. Infinitos recuerdos acumulados en la Maestranza para alimentar la memoria.
Ficha del festejo:
Sevilla. Segunda de San Miguel. Se lidiaron toros de Victoriano del Río y dos de Toros de Cortés, 2º y 5º. 1º, paradote, noble y al paso sin demasiada entrega; 2º, noble, de calidad y a menos; 3º, noble y sin demasiado humillación, pero con repetición; 4º, deslucido por derrengado; 5º, va y viene sin humillar y con el gas justo; 6º, por dentro y cortito. Lleno en los tendidos.
Enrique Ponce, de blanco y azabache, estocada baja (saludos); estocada baja (saludos).
El Cid, de azul pavo y oro, estocada baja (saludos); estocada (oreja).
José María Manzanares, de rioja y oro, pinchazo, media, estocada caída (silencio); estocada (silencio).
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