Toros
El Cid se sobrepone en su adiós al bluff de Fuenteymbro
Cariñosa despedida del sevillano de su plaza talismán donde cosechó importantes triunfos
“El Cid, torero de Madrid. Gracias”. Ese fue el cartel del Tendido 7 para despedir a El Cid. El de Salteras, Sevilla, tuvo el trono de Madrid muchas tardes. Tantas en las que fue capaz de asomarse al triunfo, hacer rugir al león venteño, reventarlo, llevarlo al límite y cerrarse la puerta del cielo con la puñetera espada que se le cruzaba en su propio destino una y otra vez. Pero Madrid no olvida. Y de ahí que le quisieran despedir a lo grande, con cariño, recordando lo que ha sido aquí, en el ruedo inmenso donde los miedos se convierten en titanes. De ahí que le sacaran a saludar en dos ocasiones antes de que empezara todo, antes de que la realidad nos pasara por encima con toda la incertidumbre que el toro bravo trae a cuestas, las miles de monedas que caen al aire, y ese misterio que no todos están dispuestos a desvelar. Le avisó un par de veces su primer toro, el fuenteymbro por el derecho, y le dejó estar al natural. No se entregaba en exceso, a media altura, pero con nobleza suficiente para componer con relajo, pero sin trascendencia. Y así se le fue la vida, la faena, que remató con prontitud. Grandón de pitones fue el cuarto. En toriles acabó enseguida, se veía claro nada más salir que poco habría que rascar por ahí. A ese volumen le faltó casta para mantenerse y empujar en las telas. No fue la despedida soñada, pero cuántas veces habrá soñado seguro con ese estocadón que vino después. En corto y por derecho se fue de veras. Y ahí, en lo alto, la estocada fulminante. El irónico retrato de la carrera que dejaba atrás en esta misma plaza: los muchos triunfos, las muchas puertas grandes que quedaron ancladas en la misma punta del acero que, enrevesado, no quiso entrar. Dio una vuelta al ruedo. La del reconocimiento a toda una carrera y a la memoria de la tauromaquia que es infinita. Y así debe ser. Lagrimones iba dejando en el camino. Se iba de Madrid Manuel Jesús. Y se cerraba un círculo entre ambos que quedaba ya para siempre en la memoria colectiva.
El Cid salió a hombros por la Puerta de Cuadrillas
Se partió la pata nada más salir el segundo y le sustituyó un sobrero de Manuel Blázquez que, para las hechuras que tenía, mucho hizo con meter la cara con nobleza. La faena de Emilio de Justo tuvo mucho de componer, pero poco de ese misterio que resuelve más allá de la primera pantalla del partido. Esos detalles que diferencian y agigantan la faena. Fue mejor el embroque que el desarrollo de los muletazos, los finales. Y la espada no acabó de rematar la labor, que acabó por ser silenciada.
Mansurrón el quinto pareció tener la bala guardada en el ataque. Complicado el toro, mirón y esperando el momento oportuno para coger a Emilio de Justo. Le ganó la partida el torero en una faena emocionante por lo inesperado de cada momento. La espada, a la primera, cayó baja.
Poco o nada se movió el tercero y eso en Madrid se acerca a pecado capital. Lo supo Ginés Marín y no nos hizo perder el tiempo. Justo movilidad fue la que tuvo el sexto, aunque le faltó en verdad entrega y se rebrincaba en el viaje. Ni uno ni otro acabaron de ajustar sus piezas. Las de una tarde que resultaron un bluff de Fuente Ymbro. Y era Otoño. La tarde en la que Manuel Jesús se iba de Madrid y lo hizo con el reconocimiento de la afición y de sus compañeros.
Ficha
Las Ventas. Cuarta de la Feria de Otoño. Se lidiaron toros de Fuente Ymbro y uno, sobrero, 2º, de Manuel Blázquez, noblón; 3º, deslucido; 4º, deslucido; 5º, manso y complicado; 6º, movilidad más por la inercia que por la entrega. Casi lleno.
El Cid, de malva y oro, estocada atravesada (silencio); estocada buena (vuelta al ruedo).
Emilio de Justo, de tabaco y oro, dos pinchazos, estocada (silencio); estocada caída, descabello (saludos).
Ginés Marín, de grosella y oro, dos pinchazos, media estocada (silencio); pinchazo, estocada (silencio).
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