Buenos Aires
El toreo de Perera y el espíritu olímpico
El extremeño repite salida a hombros; oreja y facultades de Padilla y El Fandi
Albacete. Quinta de la Feria de la Virgen de los Llanos. Se lidiaron toros de Jandilla, bien presentados y de buen juego en su conjunto. Tres cuartos de entrada.
Juan José Padilla, de celeste y oro, estocada (silencio); pinchazo, estocada (oreja). El Fandi, de coral y oro, pinchazo, estocada caída (oreja); seis pinchazos, descabello (silencio). Miguel Ángel Perera, de celeste y oro, estocada (dos orejas); pinchazo, aviso, estocada, dos descabellos, segundo aviso (oreja). Tres cuartos de entrada. Entre las cuadrillas, destacaron Manbrú, Joselito Gutiérrez y el picador Francisco Doblado.
No se conformó Miguel Ángel Perera con lo hecho en su primera comparecencia en la feria de Albacete, saldada con indulto incluido a un toro de Daniel Ruiz, y ayer en la segunda rizó el rizo para dejar una actuación maciza, sin fisuras, rotunda y contundente que le sirvió para salir a hombros por segunda vez de La Chata con tres orejas en el esportón.
En oposición a sus compañeros de cartel, que exhibieron su espìritu atlético, Perera explicó que el toreo no es disciplina olímpica -y menos ahora, tras el disgusto de Buenos Aires- y aquí no prima el «Altius, citius, fortius» sino la quietud, el reposo, la cabeza, el arte y el valor. No cuentan marcas ni registros -por más que se lleve un cómputo de trofeos- sino que se mide el poderle a un toro y cómo se hace. El toreo es sentimiento y así lo entendió una espectadora que, al inicio de la segunda faena de Perera, se arrancó con un fandango dedicado al torero extremeño -al que, por cierto, no pareció hacerle mucha gracia: esperó a que la espontánea admiradora acabase para iniciar su trasteo y luego no le agradeció el detalle- y que sirvió como catalizador para que el público se volcase con lo que pasaba en la arena. Y pasaba que un torero en estado de gracia insistía en su tauromaquia de mano baja, pies quietos y mucho mando, ligando en un palmo de terreno y apurando de cabo a rabo a un sexto toro que, en principio, se lo pensó un rato e incluso sopesó rajarse. El pacense no se lo consintió y le enjaretó una larguísima e intensa faena, que le valió una oreja a pesar de tardar en matar y escuchar hasta dos avisos.
Antes, con su primero, noble y repetidor, había derrochado valor. Compuso otro quehacer de mucho sometimiento, adelantando siempre la muleta y vaciando las embestidas de su oponente. Al natural se rompió la cintura toreando de abajo a abajo hasta exprimir totalmente al de Jandilla que, al sentirse derrotado, pareció querer desentenderse, pero acabó peleando hasta su último aliento.
Juan José Padilla, que banderilleó con sobriedad y eficacia, toreó con cierta ligereza y sin acoplarse con su primero, astado bajito, muy bien hecho, dócil y obediente. Llevaron toro y torero ritmos y compases distintos. Con el cuarto, noble y suavón, se mostró más populista y festero, valga la expresión valenciana que define al que organiza una fiesta.
El Fandi, por su parte, fue a lo suyo con el segundo, luciendo su ya habitual e imprescindible exhibición de facultades físicas en el segundo tercio. Luego, descargó siempre la suerte y se alivió al muletear. Similar planteamiento empleó con el quinto, animal que acabó acusando los muchos kilos que llevaba sobre su esqueleto.
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