Alicante
En el nombre del padre
Enrique Ponce y los hermanos Manzanares salen a hombros en el broche final de la feria de Hogueras
Alicante. Quinta de la Feria de Hogueras. Se lidiaron toros de Fermín Bohórquez para rejones y de Núñez del Cuvillo para lidia a pie. Desiguales y justos de fuerza pero de buen juego, destacando el quinto, aunque el sexto fue premiado con la vuelta al ruedo. Casi lleno.
Manuel Manzanares, tres pinchazos y un descabello pie a tierra (ovación); rejonazo trasero (dos orejas).
Enrique Ponce, de purísima y oro, entera (dos orejas tras aviso); y pinchazo hondo, descabello (vuelta al ruedo tras otro aviso).
José María Manzanares, de negro y azabache, entera (dos orejas); y entera (dos orejas).
Se cerró la feria de Hogueras con el recuerdo al desaparecido Manzanares y otro homenaje a su memoria, saliendo al ruedo, tras romperse el paseíllo y mientras sonaba el himno de Alicante, todas las cuadrillas, empleados de la plaza, la Bellea del Foc y su corte de honor, el alcalde –¿no dicen que es antitaurino?– y la numerosísima legión que puebla a diario el callejón del coso alicantino.
Merecido tributo, sin duda, a quien fue ídolo y revulsivo de la afición local. Como el que más tarde le tributó, ya muleta en mano, Enrique Ponce, que brindó al cielo y luego a las hijas de su admirado y querido amigo. Y a renglón seguido, visto y no visto ya había metido en el engaño a su primer toro, terciado y justo de fuerza pero noble y repetidor en la medida de lo posible. Sin tirones, sin violencia, con mucha suavidad y temple a pesar de que el viento molestó lo suyo. Pero su acreditada excelente técnica pudo con cualquier obstáculo y le permitió exprimir hasta la última gota a su oponente en una larguísima faena en la que sonó un aviso mientras seguía muleteando, como si el recado no fuese con él.
No hubo acople al torear de capa al quinto, que fue el que más y mejor peleó en varas. Pero, en menos de lo que se tarda en contarlo, doblándose por abajo ya lo había sometido, conduciéndole a cámara lenta y aprovechando la notable condición de su oponente, al que llevó siempre uncido a la tela y sin dejarle que se refugiase en las tablas cuando se vio superado. Toreó ahora con elegancia, pero también con profundidad y gusto y siempre a placer en otro quehacer de largo metraje, aunque se hizo corto para los aficionados que se rompieron las manos aplaudiendo y que se quedaron luego un tanto despagados cuando se negó la oreja para una faena que mereció mucha mayor recompensa.
Y si la función comenzó con el nombre del padre, fue con el hijo cuando explotó. Dejó sin picar José María Dols Samper «Manzanares» al manso primer toro de su lote. El torero alicantino, que reaparecía tras el percance sufrido en Granada y que le ha tenido apartado de los ruedos casi un mes, no tuvo prisa por hacerse con el control de la situación buscando ligar siempre las series, aunque entre una y la siguiente dejó mucho espacio. Lució por el pitón derecho, pero al natural el toro protestó más e, incluso, hizo ademán de rajarse, por lo que volvió a su planteamiento inicial diestro, entusiasmando a sus paisanos con los ceñidísimos circulares previos a una estocada incontestable que le valió ya dos orejas.
Y otras dos se le concedieron tras acabar, con una formidable estocada, con el sexto, un toro terciado y que duró poco pero que fue premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre. Antes firmó otra faena de muy similar corte, dando más sitio al de Núñez del Cuvillo y procurando rematar más atrás los muletazos que antes había ido ligando con empaque y firmeza.
Abrió plaza Manuel Manzanares, que se enfrentó a un torillo de Bohórquez, al que le costó muchísimo parar, dándole un palizón a correr que terminó acusando el astado. Apenas pudo después no ya seguir a sus cabalagaduras, sino mantenerse en pie. Pese a todo el chaval lo intentó y clavó banderillas con entusiasmo digno de mejor suerte, pero su tardanza con el rejón de muerte hizo inviable el premio que la gente hubiese conseguido para él.
El cuarto salió con muchos pies y gas, pero volvió a darle mucha tralla, carrerón va, carrerón viene, sin pararle ni darle punto de respiro, provocando que el animal acabase agotado otra vez antes de tiempo. Tuvo casta, sin embargo, para permitirle una actuación más voluntariosa que otra cosa, y pese a que el rejonazo final cayó muy trasero, la gente –aunque el palco aguantó lo suyo y creó cierto suspense y tensión– le procuró las dos orejas para permitirle salir a hombros con su hermano y con Ponce y poner así un brillante punto final a una feria que ha tenido abundantes notas de interés...
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