Feria de Abril
Expreso de media tarde
El personal había pasado por todos los estadíos del aburrimiento –pipas, meditación zen, catalepsia aguda– cuando salió el quinto de las Ramblas. El mejor toro de la tarde que fue a parar –oh sorpresa– a manos de Manuel Jesús «El Cid». A punto estuvo el de Salteras de cortar una oreja –quedó en vuelta al ruedo– si no hubiera fallado con la espada. Resulta repetitivo decir que «El Cid» no estuvo a la altura de los años de oro de «El Cid», pero hay que decirlo. Los circunloquios y los eufemismos no quedan bien en estos casos. Tuvo pasajes de cierta profundidad cuando trató de hacer el toreo desmayado con la derecha, pero primó la velocidad. Y el toreo es cualquier cosa menos velocidad. «Chiquillo, despacito, despacito hasta para morirse», le aconsejaba Canito a los novilleros desde el burladero de fotógrafos. Nadie le ha regalado a «El Cid» las puertas del príncipe ni su asalto a la cima después de salir vivo de las talanqueras de los pueblos del tío picardía. Los que estuvieron en la encerrona con los victorinos en Bilbao guardan esa tarde entre las más emocionantes de su vida... pero no es buen síntoma cuando el nombre de los toreros en activo se conjuga en pretérito. El listo de la tarde fue el mexicano Joselito Adame. No sé cuántos kilómetros haría por ver a Joselito Adame, pero es justo reconocerle el mérito. Estuvo listo con el último que quería rajarse y lo toreó al aire del toro, empapándolo de muleta y más que engañándolo, desengañándolo. Quiso matar a recibir y puso un borrón con sable de la Benemérita asomando por el costillar. La media entrada escasa respondió ciertamente al aliciente de un cartel que no acababa de enganchar ni al aficionado ni al público de farolillos que está por llegar.
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