Ferias taurinas
Feria de Fallas: Épico Ureña en el triunfo de Ponce
El valenciano cortó dos orejas (compensatorias) y salió a hombros en la Feria de Fallas
Ficha del festejo
Valencia. Séptima de la Feria de Fallas. Se lidiaron toros de Domingo Hernández y Garcigrande, desiguales de presentación. 1º, bueno, con movilidad y transmisión; 2º, noble y sosote; 3º, sin clase y a la defensiva; 4º, encastado y con humillación; 5º, manejable y a menos; 6º, malo y complicado. Lleno en los tendidos.
Enrique Ponce, de tabaco y oro, estocada, descabello (vuelta al ruedo); aviso, pinchazo, estocada caída (dos orejas).
Alejandro Talavante, de grana y oro, pinchazo, bajonazo (silencio); dos estocadas defectuosas, dos descabellos (silencio).
Paco Ureña, de blanco y oro, pinchazo, estocada (saludos); estocada (oreja). Pasa a la enfermería.
Ocurrió el toreo casi antes de lo que marcan los tiempos. Anticipándose el toro. Dejándose querer Ponce. No le dejó brindar al torero valenciano, y eso que lo hacía a su público. La prontitud del toro fue a por él. Al natural y genuflexo lo recibió Enrique. Terminó el brindis. Volvió el de Domingo Hernández, y así una y otra vez. Ocurrían las cosas. No había sido bravo el de Domingo en el caballo, pero era un huracán en la muleta. Por la diestra encontró tanta continuidad en el viaje del toro y los muletazos, que se convirtieron en todo en uno, en un círculo mágico que resolvió Ponce estrenando la tarde. Menos comunión hubo al natural, pero se reencontró el torero de Chiva con el público valenciano con un rosario de poncinas que le puso en pie. Una estocada y un golpe de verduguillo y la sorprendente negación del presidente de concederle el trofeo, que se pidió de manera unánime. Cada uno a su rollo.
Encastado fue el cuarto, con la virtud de humillar pero había que consentirle para destapar las cartas y que entrara en el juego. De ahí que la faena de Enrique fuera poco a poco, tomándose sus tiempos hasta meterlo en la canasta, sobre todo por el derecho. Y ya en las poncinas finales encontró la reconquista definitiva. Comprometió (al presidente) la faena con molinetes de rodillas cuando ya estaba todo hecho. Un pinchazo precedió a una estocada, que se le baja y el presidente recompensó con el doble trofeo el robo del anterior. Lo justo hubiera sido una y una. Abría así la Puerta Grande el valenciano. La 35 de su carrera.
No se complicó la vida Alejandro Talavantecon un segundo, que ni fu ni fa. Ni bueno ni malo ni todo lo contrario. Enseñó al toro y no nos hizo perder el tiempo yéndose a por la espada. Un rayo de luz fueron los naturales con los que comenzó Talavante la faena al quinto. Qué cadencia y desmayo para ralentizar la inercia del animal. Lástima que el toro fuera a menos y acabaran por diluirse esos momentos, que tuvieron mucha magia.
Sin clase y a la defensiva fue el Garcigrande que le tocó a Ureña. Mal combinado cuando hablamos del murciano, que no vuelve la cara a las dificultades ni a la verdad. Que hay muchas maneras de defender la tauromaquia. A los médicos brindó el toro y se volvió a jugar la femoral sin ningún rubor, sin que le temblara el pulso ni las piernas. Quiso Paco y aguantó paradas y de tanto querer convenció al público de su inequívoca decisión. A la enfermería volvió en el sexto. Eso sí, después de cortar el trofeo (sin pasearlo). Estaba ido. Malo y peligroso fue el toro. Arrojo sin límites el del torero que sufrió una cogida tremenda y volvió con el pundonor intacto y el cuerpo maltrecho. Impactante imagen. Tremenda vocación para volver a lugar de los hechos y plantarle al toro la muleta de nuevo en el hocico como si no hubiera pasado nada, como si no fuera la vida la que está en juego, sobre la arena, cayendo la noche, tan blanca la tez de Ureña, tan profundo el valor, tan meritorio el torero, tan depurado el concepto. Hundió la espada. Cortó el trofeo. Su peso en oro. Dirá la leyenda...
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