Toros
La amenaza es Ginés Marín
El extremeño triunfó en la novillada y salió a hombros tras cortar tres orejas
Olivenza (Badajoz). Se lidiaron seis novillos de Alejandro Talavante, de juego desigual aunque en general con dificultades. Casi lleno.
Ginés Marín, de rosa palo y oro, estocada (oreja) y gran estocada (dos orejas).
Juan Silva, de azul turquesa y oro, pinchazo y estocada corta (silencio) y estocada (ovación).
Alejandro Cadaval, de gris plomo y oro, dos pinchazos y estocada (ovación) y estocada (oreja).
A la misma hora que unos chavales se vestían de torero en Olivenza imaginando un futuro de gloria, Sevilla despedía para siempre al periodista Fernando Carrasco. Basta un instante para que todo cambie, para que los sueños se rompan, para que mueras de verdad o lo hagas en vida, que es otra forma más lenta de morir. Qué injusto es a veces el destino, por ejemplo al llevarse a alguien que tenía ilusiones y esperanzas, proyectos, presente y futuro. Por llevarse a Fernando, que respiraba ya primavera de incienso y albero, de Amargura y Maestranza. Por llevarse a un hombre que sí tenía ganas de vivir.
Como la tienen los tres novilleros que rivalizaron en esta mañana extraña, mezcla de emociones, de sol y nubes, de penas y alegrías. Ginés Marín (yo sólo aviso) amenaza con arrasar en cuanto tome la alternativa, que será en el mes de mayo si Dios lo tiene a bien. Lanceó maravillosamente de rodillas a su primer burel para luego desgranar un toreo suave, de alto nivel por naturales, precioso por ayudados a dos manos, sobrado siempre ante un enemigo de poco empuje. Pero las hostilidades se recrudecieron frente al cuarto de la mañana, que tenía nervio y mal estilo. Una prueba interesante para un portento al que ya se le quedan pequeños todos los rivales, ya sean novillos o compañeros. Ginés se impuso con una mente privilegiada, con una casta a flor de piel, con un valor de ley, con una colocación impecable, con un dominio apabullante. Sus naturales de fin de fiesta parecían imposibles minutos antes. La estocada, demoledora, hizo el resto.
Debutaban un portugués que se hace llamar Juanito y un sevillano de nombre Alfonso Cadaval. Al primero, muy puesto, la suerte le dio la espalda con un lote de utreros sin raza ni ganas de pelea. Al otro, muy nuevo, le falta soltura y le sobra verdad. El vestido, que era gris plomo, acabó de color sangre de toro de tan cerca que se pasó a sus oponentes, uno, más suave, y el otro, bravo y pidiendo credenciales. Le hizo cosas buenas a los dos, sobre todo con la mano izquierda, que la maneja con temple y jugando muy bien la muñeca. Su faena al del debut fue de menos a más y tuvo momentos de mucha pureza. La del sexto, de más a menos, empezó muy bella en un toreo por bajo pero acabó siendo más de batalla. Si supiera matar hubiese acompañado en hombros a Ginés Marín, una amenaza para figuras del toreo, matadores emergentes, toreros acomodados y militares sin graduación. Hablamos dentro de un año si es que el destino, ese misterio, nos lo permite.
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