Toros

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La entrega y generosidad de Bolívar mereció más

Tarde solvente e intensa de Rafaelillo y Robleño ante una exigente e interesante corrida de José Escolar en San Isidro

Luis Bolívar tirándose a matar en el sexto / EFE
Luis Bolívar tirándose a matar en el sexto / EFElarazon

Las Ventas (Madrid). Vigesimonovena de San Isidro. Se lidiaron toros de José Escolar, bien presentados en general. El 1º, complicado y exigente; el 2º, noble y de buen juego; el 3º, de buen pitón izquierdo, justo de transmisión; el 4º, humilla, orientado y complicado; el 5º, complicado, mirón y orientado; el 6º, de buen pitón zurdo. Menos de tres cuartos.

Rafaelillo, de nazareno y oro, tres pinchazos, estocada (silencio); pinchazo, estocada, estocada (silencio).

Fernando Robleño, de rioja y azabache, estocada delantera y perpendicular, descabello (saludos); estocada delantera, cuatro descabellos (silencio).

Bolívar, de marino y oro, estocada caída (silencio); estocada, tres descabellos, dos avisos (saludos).

Cumplió al milímetro con lo suyo, con lo que llevaba dentro. Incluso con lo que se esperaba de él, de su sangre, de su casta. El primer toro de la tarde era serio. Pero su seriedad no sólo la llevaba por fuera, era algo que venía por dentro. Transmitía miedo. A secas. Era como si tuviera rayos X y fuera capaz de ver más allá, más acá. Capaz de abstraerse de ese trapo rojo que en ocasiones le era indiferente y averiguar, a las claras, que detrás de todo aquello andaba el torero. La carne fresca. Mirada asesina. Toreo al milímetro para despegar la vida del peligro. Inherente en cada uno de los muletazos, en cada trance.

Rafaelillo ejecutando un pase de pecho

Rafaelillo lo sufrió, lo vivió. Se tragó los primeros pases, a la mínima duda, cazaba el toro, no había lugar a los huecos, porque la listeza del de Escolar no dejaba lugar a los misterios. Se los sabía todos. Pasó Rafael un mal rato y cambiamos de tercio. Tal cual, porque el segundo toro fue otra historia. Fernando Robleño, de azabache, vino con el toreo a cuestas. Creído de él. Y ocurrió que pareció convencer al toro antes de empezar. Como si hubiera venido a Madrid a pasárselo bien, a pesar de que se había anunciado con la de José Escolar y eso son palabras mayores. Mimo tuvo toda la faena, suavidad en la manera de usar los trastos, impecable el toreo al natural. Fluían las cosas. El toro tuvo nobleza y se dejó hacer, a pesar de que no transmitía la intensidad de otros toros de este encaste, sí tuvo calidad.

Fernando Robleño dando un derechazo

Esa emoción la transitamos en el tercero en los primeros tercios. Asustaba. Echaba las manos por delante. Era el turno de Luis Bolívar. No quería amistades por el derecho y le plantó el colombiano la batalla al natural. Lo hizo todo con una suavidad tremenda y el toro le respondía con las mismas. Se desplazó con buen ritmo el de Escolar. Y la fiereza se le fue reduciendo y así la transmisión de lo que ocurría en el ruedo. Bolívar, que le había tomado la medida perfecta en los primeros compases, se fue diluyendo quizá al ver que aquello no llegaba arriba. Y así se acabó el trasteo. Estaba tanto por venir.

Por abajo quiso todo el cuarto. Irregular siempre. Incierto. Una moneda al aire cada muletazo. Venía por dentro, informal, peligroso. Así lo vio Rafaelillo, que lo padeció y no se le vio a gusto en ningún momento. Era un trago estar delante, porque el toro respondió a la infinidad de matices de la casa y sus complejidades. No te aburrías, ni tan siquiera te podías permitir pestañear durante demasiado tiempo. Tampoco en el quinto. Mirón, orientado, defendiendo con guasa cada envite. Complejo comportamiento, encastado, difícil, un reto cada muletazo. Serio Robleño, corajudo, convencido de lo que estaba haciendo y sólo es posible así plantarle cara a un toro con esa exigencia en su arrancada.

Entrada del toro al caballo

Tres veces fue al caballo el sexto, que mereció punto y aparte. Todo lo que ocurrió a partir de entonces. Despertó a la gente, cuando el frío se había metido ya en vena. No apretó el de Escolar. Fue otra cosa. Y de torería fueron los pares de banderillas que les soplaron Miguel Martín y Fernando Sánchez. Al público se fue Bolívar a brindar, pero luego el toro multiplicó las dificultades al modo del pan y los peces. Embestía por el derecho por dentro y reponía una barbaridad, de manera que ya en el primer muletazo era un callejón sin salida para el torero. Oro puro nos vino de pronto. En esos segundos en los que tardó en coger la mano izquierda. Asentado Bolívar. Como si supiera todo. Cuajó al toro al natural en dos tandas tremendas. Tomó el de Escolar la muleta con ese ritmo maravilloso que imprimió el colombiano con los vuelos del engaño. Delicioso verlo. Momento mágico. Respondió el toro, aunque tardó poco en salir del embroque sin rebosarse, sin acabar de entregarse del todo. Volvió a jugarse los muslos el torero por el derecho y cuando estaba ya al límite la faena se perfiló en la suerte de matar y fue sobrecogedor. Bolívar se tiró a matar o morir de veras. En línea recta. A un toro de José Escolar. En la plaza de Madrid. Tremendo. No sé qué tiene que pasar por la cabeza para asumir tal profundidad, tal desprendimiento del cuerpo, de la vida en el aquí y en el ahora, más allá de la palabrería en la que nos movemos y sostenemos muchas de nuestras convicciones ordinarias. Se fue encima del toro, encima del morrillo. Entró la espada, rodó por la arena, salió ileso. Y el toro, para ser justo, tenía que haber rodado como una pelota, pero tardó y requirió de golpe de verduguillo y el premio fue la ovación. Y el reconocimiento a un esfuerzo titánico. Torero. Asusta ver lo que son capaces de hacer. De pronto no sentíamos el frío. Y lo hacía. La tarde había sido honda.