Ferias taurinas
López Simón, la encerrona como bálsamo
El madrileño corta cuatro orejas en Sanse y recupera sensaciones 48 horas después de su ataque de ansiedad en Bilbao
San Sebastián de los Reyes (Madrid). Segunda de la Feria del Cristo de los Remedios. Se lidiaron toros de Daniel Ruiz (1º y 3º), Vellosino (2º y 6º) y Hermanos García Jiménez (4º y 5º), muy desiguales de presentación. El 1º, encastado y con calidad; el 2º, atacado de kilos, desfondado; el 3º, noble y con buen fondo; el 4º, con movilidad, se acostaba por dentro; el 5º, corto y sin recorrido; y el 6º, manejable. Más de media entrada.
López Simón, único espada, de grosella y oro, aviso, estocada caída (oreja); aviso, pinchazo, estocada (vuelta al ruedo); estocada trasera (dos orejas); estocada atravesada (oreja); pinchazo, estocada casi entera tendida (saludos); pinchazo, pinchazo hondo, aviso, descabello (saludos).
Más de un despistado se lo perdió, pero fue el instante de la tarde. Sin la verdad de los pitones delante. El toro, ese que siempre da y quita, aguardaba entonces en segundo plano frente a un burladero. López Simón se acercó a Julián Guerra, su apoderado, y hubo brindis. Largo parlamento. En la memoria, ríos de tinta a vueltas de una sustitución en Bilbao. La confección de los carteles y el peso del sistema cayó como una guadaña sobre el joven torero. Y se derrumbó. Un ataque severo de ansiedad. Crucificado en Vista Alegre, resucitó en La Tercera. Ese brindis supo a puñetazo en la mesa. A aquí estamos y aquí seguiremos. Que hable quien quiera, la confianza no se resquebraja. Dura como el mármol de Carrara. Y es que recobró ayer el aliento López Simón en Sanse. La encerrona como terapia. El primero de sus dos solos -Salamanca en el horizonte a un puñado de días- se saldó con cuatro orejas y, sobre todo, con el bálsamo que da la gloria del triunfo. Las mieles del éxito. Se desquitó el de Barajas del sofoco bilbaíno. Apenas 48 horas después, la vuelta, encerrona mediante. Carnaza para el morbo. Con lupa se le esperaba. Solventó la papeleta con creces. Recuperó enseguida las sensaciones en la cara del toro con el encastadito primero del que cortó una oreja. Debe ser su mejor lectura de una tarde en la que mostró repertorio y poder. Mucho poder. Cierto que hubo más condición, toreo, que convicción. Poco a poco, ese tanque se volverá a llenar. Ligó bien las tandas al Daniel Ruiz, los de esta divisa destacaron sobre el resto del encierro, que rompió plaza. Tiró del animal que la tomó con recorrido y clase. Había que poderle y el madrileño lo hizo.
La faena de la tarde llegó en el otro de la vacada manchega. Con uno de los pilares de su Tauromaquia en los años de novillero, el toreo de rodillas en redondo, comenzó la faena al noble tercero, al que quitó antes por tafalleras. En la misma boca de riego y muy despacio. Barrió la muleta el albero. Templado y atacando al animal de verdad. Siete. Ocho derechazos. Meritorio, el cambio de mano final. Luego, hubo buenas tandas por ambos pitones. Macizas. A menos el toro. Tuvo bondad, pero le faltó una brizna más de energía. Fue acortando las distancias hasta meterse un arrimón de cortar el hipo. Parones. Miradas. Tragó tela. En especial, una postrera tanda otra vez de hinojos que abrochó con un circular invertido. Estocada trasera y dos orejas.
Le había espoleado no tocar pelo en el bastote segundo. Con más cara que el resto y hondo, cuajado, el burel acusó su volumen. Se desfondó pronto y el torero el buscó las vueltas. Tuvo que ser de uno en uno. Así logró el lucimiento. Destacó una tanda al natural muy limpia. Templadísima. ¿Petición mayoritaria? sí. Pero sin premio.
Por estatuarios, comenzó el trasteo al cuarto, primero con el hierro de García Jiménez. Fue un toro que humilló y tuvo movilidad, pero que reponía. Se venció siempre por debajo de las telas. López Simón logró un trasteo compacto sin el brillo de anteriores tandas, pero con solvencia. La misma que apuntó con la tizona. Otra estocada, atravesada esta vez, en el primer embroque y nuevo trofeo al esportón.
El otro burel de la casa Matilla, el quinto, fue el garbanzo negro del encierro. Agarrado al piso, corto en los engaños, tirando gañafones y sin casta alguna. Muy deslucido. No se dio mucha coba López Simón. Tras un desarme en una colada, en la que además recibió un pisotón de la res, enfiló el camino por la espada.
Su versión más relajada y vertical llegó en el sexto. Se abandonó por momentos. Desmayo en algunas tandas en redondo. Despacio al natural. Era de premio. La espada, roma, lo impidió. Por suerte, para entonces, la Puerta Grande y el mayor triunfo, volver a sentirse torero, ya era una realidad. Esta tarde, Colmenar espera.
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