Ferias taurinas
Manzanares despierta al son de La Maestranza
Enrazado, cortó las dos orejas del sexto, tras una ovación del tendido
La Maestranza (Sevilla). Cuarta de la Feria de Abril. Se lidiaron, por este orden, toros de Núñez del Cuvillo, de buen juego, noblón y con entrega; Domingo Hernández, manejable; Victorino Martín, complicado; El Pilar, blando; y Juan Pedro Domecq, 5º bis, noble pero falto de energías, que salió como sobrero de uno de Toros de Cortés, sin fuerza; y 6º, noble y repetidor. Bien presentados, en su conjunto. Lleno de «No hay billetes».
José María Manzanares, de celeste y oro, como único espada, estocada (saludos); media estocada, aviso, dos descabellos (saludos); dos pinchazos, estocada casi entera, estocada, aviso, dos descabellos (silencio); pinchazo, media (silencio); dos pinchazos, estocada (silencio); estocada, descabello (dos orejas).
Al final, hubo reencuentro. La afición sevillana ovacionó a Manzanares antes de salir el sexto y este correspondió con la faena de la tarde. Dos orejas y no hubo divorcio. Dos orejas y reencuentro de ensueño. Como si quisiese sumarse a tan insigne acontecimiento poniendo aún más contenido y belleza a la atardecida maestrante, el sol envolvió por fín con fuerza Sevilla desde primeras horas de la mañana. Nadie ni nada quería perderse la encerrona de Manzanares. Calor natural, plaza llena y un público expectante que adornó el comienzo de esta corrida con una cerrada ovación al torero nada más romperse el paseíllo. Antes, crespón negro y minuto de silencio en recuerdo de la ganadera Dolores Aguirre ayer fallecida. Con estas, se abrió la puerta de chiqueros y apareció el primer toro de la tarde: «Bombardito», con el hierro de Núñez del Cuvillo. Y no quiso fallar ni mucho menos el animal. Ofreció un juego dulzón, con mucha calidad en sus embestidas, sólo pedía un poco de reposo y que no le atosigasen. Lo entendió perfectamente José María Manzanares que arrancó las primeras ovaciones al recibirlo con el capote. Seis lances a la verónica, una chicuelina y la media. Lo midió en varas Pedro Genís. Hubo un quite parsimonioso por chicuelinas. Muy despacio y llevándolo toreado. Con la franela, el alicantino dejó una faena uniforme, sin altibajos, con buenas tandas de muletazos. Más cantidad y calidad por la derecha. De manera inteligente, dejó reponer al animal entre las mismas para que no se viniera abajo. Pese a ello, faltó continuidad. Mató de efectiva estocada.
El segundo de la tarde, de Domingo Hernández, tomó bien la muleta por el pitón derecho, aunque le costó iniciar sus arrancadas. Con este astado, Manzanares se mostró correcto. Inició la faena recogiéndolo con rodillas flexionadas para darle un sabor muy torero. Luego tiró de nuevo de inteligencia en el planteamiento de la lidia con un oponente que, cuando tomó la muleta, se empleó con algo más de codicia. Buenas las series en redondo y meritoria una que extrajo sobre la zurda, pues el toro tuvo peores intenciones por este lado: punteaba y deslucía. Bien el torero, aunque sin terminar de romper la faena.
Más complicado se lo puso el de Victorino Martín que hizo tercero. El primero de la carrera de Manzanares. Se intentó estirar a la verónica, pero el burel no se lo permitió. Tuvo que fajarse ante unas embestidas cada vez más atosigantes. Tomó bien el caballo, aunque suelto. Puso en dificultad la brega de un gran banderillero como Curro Javier. Sensacionales Trujillo y Blázquez con los palos. Puro riesgo. Planteó pronto la faena por la zurda y, tras una de tanteo, le sacó otra de buenos naturales. Pero el cárdeno se le metió para los adentros. Apuros. A partir de ahí, el panorama cambió. Hubo interés, pero sin lucimiento. División para el toro en el arrastre y silencio para el torero.
Cambió el guión con el cuarto. Llevaba el hierro de El Pilar. No permitió ningún lucimiento al espada, pero por todo lo contrario que el de Victorino. Llegó a la muleta con excesiva blandura y sin apenas poder embestir. Una lástima que se acabase tan pronto, pues había mostrado mucha nobleza y bondad en los primeros tercios.
El quinto fue devuelto tras blandear en el tercio de varas. Lo sustituyó un sobrero de Juan Pedro Domecq, que tuvo nobleza, pero fue perdiendo fuelle a medida que avanzaron los minutos. Le sirvió para dejar un buen ramillete de verónicas y buen toreo. Parecía que podía ser el reencuentro de La Maestranza con Manzanares. Hubo una tanda de muletazos sobre la derecha que hizo sonar la música y se avivó el entusiasmo. Un espejismo, porque en la siguiente sólo hubo limpieza. Con la izquierda no hubo acople y todo se difuminó.
Pero el público de Sevilla es especial y Manzanares también. Tanto que una ovación de gala antes de que saliera el sexto hizo que el torero correspondiera camino de chiqueros. A portagayola. Otras dos largas más de rodillas en el centro. Vibrantes, las verónicas. Sólo era el aperitivo para la posterior borrachera de toreo. Extraordinaria su cuadrilla habitual en banderillas y grandioso Manzanares con la muleta. La Maestranza crujió en sus cimientos y el alicantino se rompió en tandas bellísimas sobre las dos manos con un gran toro. Repetidor. Valió la pena tanta espera. Toreó de ensueño, con cadente elegancia. Para cerrar tanta belleza hundió la espada, ahora sí, en la suerte de recibir. El bravo toro se resistió a echarse, pero el triunfo no podía ir. Dos orejas y Manzanares, reencontrado con su Maestranza.
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