Sevilla

Manzanares, el genio de lo excelso

Repentina muerte del idolatrado maestro alicantino «por causas naturales» en su finca extremeña a los 61 años de edad

José María Manzanares (hijo) le corta la coleta a su padre, el diestro José María Manzanares en mayo de 2006
José María Manzanares (hijo) le corta la coleta a su padre, el diestro José María Manzanares en mayo de 2006larazon

Ocurrió otra vez apenas cuando la temporada baja el telón y se apagan las luces. Pero en esta ocasión la herida fue una onda expansiva que caló poro por poro, como lo había hecho la tauromaquia de José María Manzanares años atrás. No tantos. Durante más de tres décadas en activo, José María Dols Abellán conquistó a distintas generaciones con ese toreo suyo pero de todos, tan particular, personal y escrutado porque en un solo muletazo gozaba sin remedio de la conquista. Esa misteriosa personalidad capaz de cautivar dentro y fuera. Al torero alicantino –allí quedará instalada hoy en su plaza de toros la capilla ardiente con sus restos mortales–, que traspasó fronteras le encontraron ayer sin vida en su finca en las cercanías de Trujillo, en Cáceres, donde hace años que vivía, lejos de todo y de nada, inmerso en el campo. Amaneció sin él. Y perdimos todos. A los 61 años de edad, el diestro falleció «por causas naturales», según informó después la familia en un comunicado enviado por José María Manzanares hijo en representación de los cuatro hermanos (Ana María, Yeyes y Manuel). Si la inesperada noticia conmocionó el planeta taurino, ni qué decir el corazón de sus hijos.

Al también matador de toros que lleva su nombre la noticia le llegó recién aterrizaba en México donde está anunciado para torear el próximo domingo. Nada más poner pie a tierra en el aeropuerto, donde ya esperó a tomar un nuevo avión de vuelta a España. «Estoy destrozado de dolor por la muerte de mi papá» expresaba horas después en una red social. Y había sido él, en esa intrigante y en ocasiones inquietante relación entre padre e hijo que además comparten profesión, quien tuvo los honores de cortarle la coleta al maestro aquella soberana tarde del 1 de mayo de 2006 en la Real Maestranza de Sevilla, como no podía ser de otra manera. El idilio con esa afición había comenzado mucho antes. Aquella tarde el maestro alicantino dijo adiós y ya fue para siempre, como si fuera un sueño, los propios matadores que estaban en el ruedo y en el tendido se echaron al albero para turnarse y sacar al torero por esa Puerta del Príncipe que ya era gloria conquistada. Un torero alicantino que imantó el corazón de Sevilla y de ahí al mundo. Manzanares, nacido en Alicante el 14 de abril de 1953 e hijo del banderillero Pepe Manzanares, fue torero selecto, la clase absoluta, el empaque, la personalidad, esa torería espontánea y natural que deleitaba sólo con verle. Se dice y se repite y es verdad: torero de toreros, porque su tauromaquia, aislada en ocasiones, caprichosa, era un torrente desbordante de clase. Esa magia al que muchos, por no decir casi todos, aspiran. Pero eso es un don sagrado al que no se llega ni con esfuerzo ni con trabajo.

Su carrera comenzó en Andújar, Jaén, donde se vistió por primera vez de luces con un terno de Palomo Linares blanco y plata, en el año 69. Tuvo una carrera novilleril fulgurante y en Madrid salió a hombros en su presentación en junio de 1971. A las puertas tenía la alternativa en su Alicante natal, de manos de Luis Miguel Dominguín y El Viti como testigo de ceremonia donde logró los trofeos máximos. Pronto, la acentuada personalidad del maestro alicantino despertó a sus apasionados seguidores y también detractores acérrimos en una carrera de marcados triunfos y sonoros fracasos. Manzanares fue torero de tertulia. De todo o nada.

A pesar de que sumó amplios números a lo largo de su extensa carrera, no era torero de estadísticas, sí de buscar la profundidad, el muletazo, lo excelso. Era torero de vértigos internos resueltos con memorable estética.

Rey en Sevilla a José María Manzanares le costó más entrar en la afición de Madrid, a pesar de que a lo largo de su carrera sumó un gran número de paseíllos en la Monumental, 61 en total. Las irregularidades del torero alicantino dilataron en el tiempo la conquista, pero salió a hombros camino de la calle de Alcalá en tres ocasiones a lo largo de su carrera.

Manzanares tuvo cuatro hijos y los dos varones heredaron la vena taurina. José María se hizo matador de toros hace más de una década y Manuel lo vive a través del rejoneo. Ambos en activo. Josemari, además de lograr situarse en la cima de la profesión, ha dado continuidad al idilio sevillano donde ha protagonizado los triunfos más rotundos y emotivos de su carrera, los que ha podido contemplar el propio Manzanares desde el callejón.

Dada la extensa trayectoria de José María Dols Abellán compartió cartel con varias generaciones y por encima de todas logró el milagro de lo excelso, su deslumbrante clase no le permitió pasar inadvertido y en esa indomable personalidad redescubría Manzanares el ritmo, el tiempo, a la vez que la Fiesta sufría su propia evolución.

A José María Manzanares no siempre le acompañaron los números ni los triunfos ni tan siquiera los arrestos o el amor propio, pero ayer, casi una década después de su retirada, seguía inmaculada en la memoria su inequívoca manera de sentirse en la plaza. Y hoy, que ya no está, queda inmortalizado su toreo y petrificado ante la congoja de sentir que forma parte de un pasado único e irrepetible. Endemoniada grandeza. Fue un inconfundible genio de lo excelso. Y de esos hay pocos.