Valencia

Ni frío ni calor, sino todo lo contrario

Espada y Lorenzo, a oreja por coleta

Chicuelina de Álvaro Lorenzo, ayer, en Algemesí
Chicuelina de Álvaro Lorenzo, ayer, en Algemesílarazon

Algemesí (Valencia), séptima de la Feria de las Novilladas. Se lidiaron cuatro novillos de Guadalmena, justos de presencia y fuerza. Nobles y manejables. Lleno en los tendidos.

Francisco José Espada, de corinto y oro, estocada, cuatro descabellos (saludos); estocada atravesada, estocada (oreja). Álvaro Lorenzo, de turquesa y oro, pinchazo, estocada (oreja); estocada, cuatro descabellos, aviso (vuelta al ruedo).

De las cuadrillas destacaron Candelas, Antoñares y El Puchi.

Llegaron los novilleros punteros a la feria y lo que se suponía que iba a servir para que el serial se fuese hacia adelante, se disparase y, por fin, explotase, no fue sino un acto fallido. No se puede decir que Francisco José Espada y Álvaro Lorenzo -dos de los que más han toreado este año y mejores críticas han tenido y tienen- estuviesen mal, todo lo contrario -evidenciaron estar muy hechos, muy puestos, muy toreados-, pero sí que dio la impresión de que estuvieron muy suficientes, un puntito por abajo de lo que se pide a un novillero: garra, ansia de triunfo, ganas de comerse el mundo por las patas. Estuvieron bien, efectivamente. Demostraron que saben torear, por supuesto. Pero no pasó nada. Y eso que el público de Algemesí se vuelca enseguida con todo aquel que se arrima. Y que, por si faltaba algo, la novillada de Guadalmena, chica, escurrida y apretujada -con cara, eso sí- fue noble y manejable. No se puede decir que fuese un fiasco pero tampoco todo lo que se esperaba.

Francisco José Espada se lució al veroniquear al novillo que abrió plaza, flojo y que echaba las manos por delante pero que repetidor y obediente en la muleta. Con él el madrileño dejó claro que conoce de sobra el abecé del toreo y que tiene clase y elegancia, gustando al torear en redondo, con series largas y casi siempre ligadas, perdiendo la oreja que ya tenía en el esportón al fallar de más con el verduguillo.

Con el tercero, otra raspita que se tapó por la cara, hubo menos ajuste, sobre todo al natural, terminando otra vez muy encima del astado, que terminó protestando tanta cercanía.

Álvaro Lorenzo anduvo sobrado con su chico y flojo primero, que embestía sin crear peligro pero asimismo sin emoción, provocando una faena muy aseada y compuesta pero sin especial relevancia.

El cuarto se movió mucho en los primeros tercios pero llegó al de muerte ya mucho más parado, pensándoselo mucho y claramente a la defensiva. Eso provocó que el novillero toledano se llevase una voltereta al porfiar en los compases iniciales de su lidia y que le levantasen de nuevo los pies del suelo en el tramo final de su quehacer, más tesonero que otra cosa y que terminó por arruinar al demorarse mucho más de lo conveniente con el estoque de cruceta.