Ferias taurinas

Oreja a la pureza de Hermoso de Mendoza

Clase magistral del jinete navarro, que pierde la Puerta Grande con los aceros

Hermoso templa dando los pechos de «Ícaro» al tercer toro de Los Espartales
Hermoso templa dando los pechos de «Ícaro» al tercer toro de Los Espartaleslarazon

Las Ventas (Madrid). Decimosexta de la Feria de San Isidro. Se lidiaron toros, reglamentariamente despuntados para rejones, de Los Espartales, de correcta presentación. Desrazados y con poca fijeza, salvo el lote de Hermoso: con codicia, el 3º y nobleza, el 5º. Lleno de «No hay billetes».

Joao Moura, pinchazo, medio rejón, descabello (silencio); diez pinchazos, dos medios rejones, pie a tierra, descabello (pitos).

Hermoso de Mendoza, tres pinchazos, rejón trasero (saludos); rejón muy bajo (oreja).

Miguel Moura, que tomó la alternativa, dos pinchazos, rejón trasero y caído (silencio); pinchazo, rejón bajísimo (vuelta al ruedo).

La redentora Puerta Grande de Alejandro Talavante, más propia del yaciente Cristo de El Pardo que de un torero –vergonzoso el comportamiento de algunos–, dio paso al segundo festejo de rejones del serial, que servía de eslabón para la despedida del gran Joao Moura y la presentación de su hijo menor Miguel. Entre ambos, el gran Pablo Hermoso de Mendoza que, parafraseando al genial Calderón de la Barca –de cuya muerte precisamente ayer se cumplieron 332 años–, nos demostró que su rejoneo, como la vida, es puro sueño. Perfección fantaseada, divinizada, que ayer Hermoso volvió a hacer terrenal, mundana, fácil a la vista. Pureza y clasicismo combinados en el centauro navarro, que perdió la Puerta Grande con el rejón en el segundo, pero supo dao otra clase magistral de toreo a caballo.

La faena de la tarde nos llegó en el quinto. Parado y sin fijeza, trató de fijarlo con «Manolete». Marró en dos ocasiones en el embroque, pero las piruetas en la misma cara del toro despertaron el interés del tendido. Mantuvo la intensidad con «Van Gogh» clavando al quiebro. Entonces, volvió a pisar el albero «Pirata» para poner toda la carne en el asador. Giros de 360 grados y adornos varios hasta llegar a la cara de la res. Primero, una corta, en lo alto. Después, la apoteosis. Un par a dos manos de banderillas cortas, que clavó reunido sobre el morrillo con el público ya rendido. Acertó esta vez sí con el rejón, que prendió en los medios y, aunque cayó abajo, paseó un trofeo.

«Ventanillo» fue el primer adversario del jinete estellés. Escurrido de carnes, fue el mejor del encierro de Los Espartales. Hermoso lo paró y lo enceló con «Dante». «Disparate» metió al público en el bolsillo con una exhibición de toreo a dos pistas. Las banderillas, en todo lo alto. Auténticos muletazos de costado. «Ícaro», otra de las grandes estrellas de su cuadra, completó la labor. Se lo dejó llegar cerquísima. Totalmente de frente al burel y la cabeza, casi entre las astas. Templadísimo. Remató con las cortas empleando a «Pirata». La oreja parecía segura, pero se esfumó tras pinchar hasta en tres ocasiones antes de dejar un rejón trasero. Fuerte ovación desde los medios.

Joao Moura navegó entre la nostalgia todo el festejo. Ovación de reconocimiento para el veterano centauro tras el paseíllo. Su tarde de despedida. Toda una vida a caballo. Una trayectoria que se remonta más allá de la democracia actual. En 1976, el joven Moura ya pisaba el patio de caballos de Las Ventas. Era su estreno. Ayer rompió plaza con un «Ronaldo» –nada que ver con Cristiano, aunque entre portugueses andara el juego– que salió con pies, incluso trató de saltar al callejón, pero no tardó en acusar sus justísimas fuerzas. Por ello, clavó un solo rejón con «Flamenco». Banderilleó con lucidez sobre «Jaguar», sobre el que templó en corto de costado. Bien «Pingüino» con las cortas. Delante, un animal que no se tenía apenas en pie y con el que poco más pudo hacer que despacharlo con premura. Al toro de su adiós en Madrid, «Clavel», le aplicó una lidia sin alardes, pero llena de sobriedad. Rejoneo clásico, que no terminó de calar en el respetable. De nuevo, con «Pingüino», obtuvo los mejores pasajes. Muy mal con los aceros, excesivamente apresurado, se fue de vacío y con un sabor muy amargo del ruedo venteño.

Previamente, Miguel Moura había roto plaza. Relevo cedido. Testigo pasado de padre a hijo. Emotiva ceremonia. El círculo, completado. Y el joven jinete, a lomos de «Xarope», paró a su primer toro en Las Ventas. Un «Taranto» muy distraído, que buscó el cobijo de las tablas reiteradamente. Tuvo transmisión, aun así, cada vez que se arrancó lo hizo con celo. Tras dos rejones de castigo caídos, Moura, con poco más de 17 años, acusó los nervios y algo acelerado clavó al aire hasta en tres ocasiones con «Quite». Mejor los garapullos sobre «Descarado», que ofreció el pecho y mordió la testuz del toro. Lo pasaportó de dos pinchazos y un rejón tan trasero como caído. Más bullidor se mostró con el que cerró plaza. El joven jinete porfió a un animal, que siguió la tónica desrazada del festejo –salvo el lote del navarro–. Entonado con los dos bayos de su cuadra, «Quite» y «Fandango», subió la temperatura con un carrusel de cortas sobre «Treintaytrés». Vuelta al ruedo tras leve petición.

Solitaria oreja en manos de Hermoso de Mendoza que, sin abrir la Puerta Grande, volvió a deslumbrar. Rítmicos latidos a caballo. Porque, ¿qué es la vida? Un frenesí, una ilusión, cuyo mayor bien es pequeño, que todo en el rejoneo es sueño, y los sueños, escritos por Hermoso, triunfos son.