Feria de San Isidro
Perera, faena cocinada a fuego lento
Justa vuelta al ruedo del extremeño, que pinchó una labor de oreja del encastado tercero de Jandilla
Las Ventas (Madrid). Decimocuarta de la Feria de San Isidro. Se lidiaron toros de Vegahermosa, Jandilla (2º, devuelto, 3º y 6º) y un sobrero de Carmen Segovia (2º bis), bien presentados. Faltos de raza, se vinieron muy a menos en el último tercio, salvo el 3º, algo más encastado y de mayor duración. Lleno de «No hay billetes».
Finito de Córdoba, de gris plomo y plata, aviso, estocada muy baja (silencio); metisaca, pinchazo, cinco descabellos (leves pitos).
Morante de la Puebla, de violeta y oro, pinchazo, estocada corta (silencio); dos pinchazos, pinchazo hondo, descabello (silencio).
Miguel Ángel Perera, de carmín y oro, pinchazo, media estocada (vuelta al ruedo); estocada desprendida (silencio).
Miguel Ángel Perera reivindicó ayer el valor de la vuelta al ruedo en Las Ventas como premio a una labor serena, madura y sesuda a un encastado tercero de Jandilla, de mayor duración que sus hermanos, nobles, pero con poca raza y muy a menos. Tras cortar una oreja de mucho peso en su primer compromiso en Madrid con la de Alcurrucén, Perera volvió a querer en la otra carta que le quedaba por jugar. Una vuelta al ruedo tras petición, justo premio, aunque algunos se empeñen en desterrarlas del coso madrileño, a una faena a fuego lento. Cocinada sin prisas, macerando despacio los condimentos necesarios. Largura al natural, fe ciega para administrar la materia prima y corazón, mucho corazón, para resistir las coladas de un animal exigente.
Por partes. Había cambiado el rumbo de la tarde un buen quite del extremeño por gaoneras y se había afianzado con un brillante tercio de banderillas de Juan Sierra. Buena la brega de Joselito Gutiérrez. Luego, llegó Perera para aplicar la pócima adecuada. Lo sacó a los medios y toreó en redondo tragando la encastada embestida del Jandilla. Imperfecta, incierta, pero con mucha emoción. Bendita emoción. Varias coladas. La cornada, marcada tres, cuatro, veces, sobre todo, en los de pecho, incluso lo levantó de la pierna izquierda. No hizo mella en Perera, que elevó un peldaño más el tono de la faena con la zurda. Cada vez más cruzado, fue arañando los naturales como si le fuera la vida en ello. Largos, de bella factura. Uno a uno. Relajado y seguro, sin perturbarle el espacio-tiempo lo más mínimo. Inteligente en las pausas. Bien administradas. Cerró por bernadinas, con un recado ya enviado, citando por el pitón contrario. Pero pinchó y necesitó de una media posterior en buen sitio para enviarlo al desolladero.
En el sexto, que brindó al respetable, sólo pudo lucirse en un entonado saludo capotero a la verónica. Nos había hecho concebir esperanzas la movilidad, aunque cortando el viaje, del animal en banderillas, donde clavó dos buenos pares Joselito Gutiérrez. Nos alimentó el deseo la primera serie en redondo. Con buen son y encelada embestida, pero fue un espejismo. Como el conjunto de sus hermanos de camada, el toro se deshizo como un azucarillo y, aplomado, se vino muy abajo. Acortó las distancias Perera tratando de justificarse, aunque no había de dónde sacar y optó por terminar la faena. El tendido lo comprendió.
Siete años después de su anterior visita, el tintero volvió a llenarse para que Finito de Córdoba escribiera, al menos, alguna página más en Madrid. ¿El futuro? Una incógnita por desvelar. El tiempo dirá. Para pocas líneas dio el que rompió plaza. Flojísimo de fuerzas y muy mal picado, traserísimo, que terminó de deslomar al toro. Finito, muy bien vestido con un precioso terno gris plomo y plata, trató de robarle los pases, pero el «Estudiante» no dejó nunca de claudicar. Sin malicia, acudía a los cites, pero imposible exprimir una embestida por abajo. De las de verdad. Aún así, el de Sabadell –que en otras épocas hubiera tirado mucho antes por la calle de en medio– insistió y se gustó en una faena personal, sin eco en el tendido –con el sector de siempre muy a la contra–, pero en la que dejó algunos muletazos cargados de templanza y despaciosidad. Tampoco pudo pasar del primer párrafo con el burraco que hizo cuarto. El de Vegahermosa permitió pinceladas con el percal tanto a Finito como a Morante. Buenos lances sueltos, sobre todo, una media primorosa del de La Puebla. Directa a la videoteca, pegadita a la de Sevilla. Un giro de 360 grados vivimos en la pañosa de Finito. Eolo la agitó con fuerza, con fiereza, en los compases iniciales. Desconfiado por el vendaval, esperó; pero para cuando quiso amainar, el toro ya estaba muy acobardado. Acunado en tablas y sin opción, allí lo tuvo que despachar.
Inválido y acalambrado el segundo, saltó al albero un sobrero de Carmen Segovia, cornicorto y feo de hechuras. Arreció aún más la protesta del público, mientras Morante trataba de estirarse a la verónica. Para colmo de males, el animal perdió la vaina del pitón derecho en el peto del caballo. Protestó y se dolió del castigo el burel. El sevillano le probó por ambos pitones en el tercio del «4» sin llegar a acoplarse y, tras unos doblones, zanjó el asunto yendo a por la espada. El quinto estuvo a punto de prender a Morante en el primer tercio. Otro parón le regaló en el fugaz trasteo. Sólo una tanda de insípidos derechazos y un natural. En el segundo, se frenó y le miró. El sevillano no se entretuvo más y aceleró a por la tizona. A la espera de la Beneficencia, acido balance.
El buen guiso ya lo habíamos degustado en el tercero, sabroso, pero de agridulce regusto final. Dichosa espada.
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