Feria de Bilbao
Román, el valor descomunal de una gran tarde
El novillero corta una oreja y da una vuelta al ruedo con una mansada de Fuente Ymbro
Román no toreó bonito. Román llegó de Valencia a Madrid, el día de su presentación, para estrujarnos las emociones y abocarnos al vacío. Román pisó Las Ventas ayer para dejarse morir. A secas. Sin escudos y sin excusas. Y lo hizo con el segundo novillo de Fuente Ymbro, que como todo el encierro, no valió un euro. Ni medio. No fue una sorpresa que estuviera rajado en tablas cuando Román tomó la muleta, sí el grado de compromiso con el que afrontó el reto. Una frialdad que le permitía quedarse quieto antes de resolver el enigma del toro, antes de saber por donde pasaría el animal, y así era, cada pase, cada muletazo, un milagro, porque el fuenteymbro, que estaba rajado y en tablas, miraba celosamente los muslos del torero. Román se los presentó, los cedió, entregó lo material, y el alma, era el día... Pero son unos pocos elegidos los capaces. A fuego se plantó en la arena, forzó al animal a pasar, a contraquerencia en ocasiones, lo mismo daba, la faena estaba ya en otra dimensión, y las palpitaciones recorrían los tendidos del Ocho y del Nueve, justo ahí abajo ocurría todo. Y a los demás parecían llegar los ecos, perdía intensidad tal vez. Aguantó parones, coladas, amenazas, realidades, ni tan siquiera cedió con un amago de rectificar, ni aún cuando le quemó el pitón la carne, que también ocurrió, y ya para acabar quiso cruzar la suerte con manoletinas. La congoja a estas alturas nos había atrapado al completo. La estocada le cayó perpendicular, hubo un descabello y el premio no cuajó. De esta faena nos acordaremos muchas tardes, cuando lleguen, mejor dicho, cuando vuelvan las medianías, a qué torpezas nos lleva la flojera de memoria.
También se rajó el quinto y cuando tomaba el engaño lo hacía a arreones, con genio, punteando la muleta, puteando, con perdón, el lucimiento. Román siguió el mismo patrón. Firmeza, corazón helado, cuanto más lo sometía, más protestaba el novillo. Resolvió sin inmutarse. Verdad más verdad en un escalón superior a los matices, que siempre hay miles. Mató y esta vez sí paseó un trofeo. Protestado por un sector de público. Sólo un sector y, por supuesto, sólo algunos de ese sector. Pero el ensañamiento con un novillero, que además se presentaba en Madrid y que había dado una lección de valor desmedido más allá de la crudeza de sus antagonistas, se antojaba burdo e incluso patético. No era el día ni el momento. Y Madrid, el mío, plaza dura donde las haya, no hace pagar facturas ni complejos a un novillero a esa altura.
La tarde sumó de principio a fin, a pesar de la desigual mansada de Fuente Ymbro. Ya tiene mérito. La plaza se pobló más que los días anteriores y los novilleros dieron espectáculo. José Garrido, nombre propio y de currículum extenso, se fue a portagayola en el sexto. Le debían remover los gatos en busca del triunfo. Pero al toro le dio por huir y hubiera tomado la calle de Alcalá de ver una puerta entreabierta. Imposible más de lo que dio. Tampoco se lo puso fácil el tercero. Una vez que se le pasaba la inercia le venían todas las complicaciones de golpe y le costaba pasar. Digno anduvo el novillero.
El cuarto cuando fue a rematar al burladero, en vez de hacerlo por abajo pegó un salto que ni en las Olimpiadas y fue directo al callejón justo por donde estaban los toreros. Ojipláticos. Pasado el revuelo Mario Diéguez pasó el trago con voluntad ante un animal reservón y de pocas opciones. Anduvo valiente con un primero, mirón y que se fue orientando. No quería pasar en balde, pero no se lo puso fácil el lote.
Novilleros de verdad. A tener en cuenta.
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