Málaga
Un saludo y cinco silencios atronadores
Pamplona. Sexta de la Feria de San Fermín. Se lidiaron toros de Victoriano del Río y uno de Toros de Cortés (6º), serios y bien presentados. El 1º, manejable pero sin clase; rajado y de poca duración el 2º; el 3º, toro notable, con movilidad y buen son; el 4º, descastado y sin entrega; el 5º, manejable con el fondo justo y un 6º, soso y sin fuelle. Lleno de «No hay billetes».
Morante de la Puebla, de catafalco y plata, dos pinchazos, media, cinco descabellos (silencio); tres pinchazos, media (silencio).
El Juli, de grana y oro, pinchazo, estocada (silencio); tres pinchazos, media, dos descabellos (silencio).
Alejandro Talavante, de rosa y oro, pinchazo, estocada, dos descabellos (saludos); pinchazo hondo, dos descabellos (silencio).
Un quite por chicuelinas pero roto el patrón al abrir el compás, ceñidas y con las manos queriendo llevar el capote al suelo me devolvieron a la memoria la ausencia de esta temporada. La de José Tomás. El «no» esperanzado a la Feria de Julio de Valencia y el «no» nostálgico de los que todavía anhelábamos peregrinar a Málaga y Nimes. Nimes, santuario de emociones desde el pasado mes de septiembre. Lo saben muchos. Todos los que estuvieron allí. Ayer fue El Juli quien nos lo hizo recordar en un quite bueno en San Fermín. Ardía la plaza casi en brasas sofocada de calor, olores, alcohol y un lleno de «No hay billetes» que daba gusto ver, porque si algo tiene Pamplona es que se vive la Fiesta, la suya, desde por la mañana hasta la del día siguiente, pero del toro se ha hecho negocio, espectáculo y por la plaza pasan miles de personas desde las ocho de la mañana. Encierro, corrida y todo un jolgorio montado para los niños. Ayer era el día grande. El cartelón con la actuación de Morante de la Puebla, El Juli y Alejandro Talavante con la corrida de Victoriano del Río. La tarde se quedó en lo peor: las medianías. Pero todavía, cuando Julián hizo ese quite por chicuelinas no lo sabíamos. Macizo fue el toreo de capa y quiso serlo después con la muleta. Apenas una tanda. Tal vez dos. No más. El toro duró menos que un litro de vino en el tendido de sol. Se rajó el de Victoriano y se evaporó el lucimiento.
Sacó más del quinto toro de lo que tenía. Le empujaba. Le ayudaba a ir donde el animal no quería. Ahí estuvo el mérito del trasteo. En esa media arrancada construía Julián para tirar de él. La espada no fue. Y por no ir no lo hizo en toda la tarde.
Tampoco a Alejandro Talavante, que se las vio con el único toro de Victoriano del Río que sí se movió a la muleta con alegría. Era otra cosa. El torero comenzó la faena con mucha belleza en el mismo centro del ruedo por estatuarios, era un preámbulo rompedor, con mucha fuerza y firmó después tandas de naturales, su mano estrella, por donde metió a la gente en faena. Tiene una capacidad innata para conectar con el público en décimas de segundos. Un chispazo. Pero según avanzaba el trasteo fluía el toreo con cierta sensación de fragilidad. No tan rotundo, no tan macizo, no tan armado. La espada deshizo más aun el hechizo y poco quedaba de él cuando arrastraban al toro.
El sexto, con el hierro de Toros de Cortés, salió como toda la corrida, justo de casta, de fuelle, de energía. Anodino. Y así la faena estaba condenada. Quedó la cosa sosota y frustrada. Era el día grande y se nos quedaba chico.
Morante de la Puebla abrió plaza y abrevió. No se dio coba con el primero, que iba y venía sin clase y con un cuarto de similares trazas. Pitos, bronca, ahí anduvo la cosa, aunque a la hora de la verdad, cuando se arrastra al toro, quedara el balance en silencio. Queda dicho, un saludo y cinco silencios atronadores, porque en Pamplona atrona. Siempre. Lo llevan en el ADN.
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