Ferias taurinas
Y Perera sublimó la gesta con otra Puerta Grande
Importante faena del extremeño a un buen toro de Adolfo Martín; segunda salida a hombros consecutiva
Las Ventas (Madrid). Vigésimo quinta de la Feria de San Isidro. Se lidiaron toros de Adolfo Martín, bien presentados. El 1º, de media arrancada, ni se entrega ni desarrolla; el 2º, toro al límite de fuerza y casta con la virtud de humillar mucho; el 3º, complicado y sin clase, muy desigual; el 4º, desentendido, sin humillar y cambiante; el 5º, noblón y sin entrega, empuja por la inercia luego le cuesta; y el 6º, buen toro. Lleno en los tendidos.
Antonio Ferrera, de obispo y oro, pinchazo, estocada (silencio); dos pinchazos, estocada baja (silencio). Diego Urdiales, de verde botella y oro, estocada corta desprendida (silencio); pinchazo, aviso, pinchazo hondo, dos descabellos (tibia división). Miguel Ángel Perera, de turquesa y oro, estocada buena (saludos); buena estocada (dos orejas).
Miguel Ángel Perera lanzó el órdago a la empresa de Madrid para anunciarse tres tardes con las ganaderías de Victoriano del Río, Victorino Martín y Adolfo en el invierno, cuando hervían las negociaciones isidriles. La realidad quedó en dos (fuera de Victorino) y ahora que ha pasado el tiempo, su feria, y las dos tardes, con dos Puertas Grandes irrefutables queda claro que Perera no ha venido a Madrid a pasar el tiempo. Menuda broma. Tiritando ha dejado los números de este San Isidro. Si bordó el toreo en una tarde mágica hace unos días y se fue derecho a Alcalá con tres trofeos, ayer se lo llevó, los dos del sexto, cuando creíamos la corrida vencida. Último cartucho. Último aliento. Último toro del encierro de Adolfo Martín. Ni en los mejores sueños: dos puertas grandes consecutivas en Las Ventas y de remate ante un toro de esta divisa. Qué misterios cuando los toreros están y se les espera. Ayer Madrid miró con buenos ojos a Miguel Ángel y el de Extremadura mantuvo la cordura, la serenidad y todas las balas para derrocharlas poco a poco, poder a poder, así hizo el toreo, el suyo, el de siempre. Sin traicionarse, sin perturbarse, rey y señor de la situación y según pasaban los minutos de ese sexto, rey y señor de la plaza. «Revoltoso» fue toro bueno, intenso, y entre sus virtudes tuvo la de poner la cara abajo y viajar después en la muleta con largura y mucha profundidad. Perera brindó la faena al público y supo verlo desde el principio, desde que la obra era un folio en blanco. Entendió al toro, lo leyó clarividente, encontró en la distancia, media-larga, la llave mágica para que el toro volara tras el engaño, envuelto en los vuelos de la muleta, mecido por abajo, sin atosigarlo, respetando espacios, límites y aprovechando esos puntos de encuentro en los que el toreo fluía y emocionaba al tendido. Ocurría todo con mucha parsimonia, con lentitud, poderoso, soberano y profundo y esa generosa mezcla era explosiva. Gran toro por ambos pitones, humillado y entregado en la muleta, con nobleza, recorrido y temple. En el filo de la espada iba la gloria y le cazó una estocada brutal, de torero que está en su momento, haciendo historia. Y la hizo. Se abrió la Puerta Grande pasadas las nueve de la noche. Qué locura. Uno no sabe qué es peor si lo que deja atrás o lo que le espera. A Madrid le crecen las fieras de Alcalá para fuera. Un cañón había sido con la espada también con el tercero y todo firmeza en la muleta, a pesar de que el toro tardó poco en desarrollar complicaciones.
Antonio Ferrera abrió el espectáculo con un toro que dejó estar, de media arrancada, ni se entregaba en la muleta ni se quería comer a nadie. Dibujó un par de medias verónicas a cámara lenta con el cuarto. Fue un toro que nos hizo pensar. Muy cambiante desde el comienzo. Iba al paso, del paso al galope, dos embestidas largas, a la tercera echaba el freno y acababa por desentenderse. Y volvíamos a empezar. Ferrera así tiró de oficio pero en realidad no era oponente para lanzar la tarde.
La gran virtud que tuvo el primero de Urdiales es que puso la cara muy abajo y nunca lo dejó de hacer. De lo demás lo tenía todo al límite, la fuerza y la casta. Pero entre Urdiales y él falló la comunicación. El quinto fue un Adolfo noblón, sin entrega, que viajaba a media altura, no quería comerse a nadie, y según pasó la primera tanda el fondo se le apagó y la arrancada se le quedó por la mitad. Urdiales se dio cuenta y de uno en uno, en la distancia, con la zurda, aprovechó la inercia del toro y ahí sí que la tomaba mejor, se desplazaba, pero de uno en uno los muletazos, que eran carteles de toros. Pura plasticidad. Estaba inteligente con el toro, pero no con el público que al ver cómo iba el animal le acusaron de no provocar la ligazón de las tandas y al final el ambiente se enturbió. Se ensalzó al toro en detrimento del torero y en esta ocasión no había lugar. Cuando le ponía dos veces seguidas la muleta, el toro no empujaba.
Otra cosa fue el sexto. Ese «Revoltoso» nos arregló la tarde y le pondremos en la historia, en ese hilo invisible de la memoria que nos lleve a Perera.
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