Televisión
«Muertos para mí», la comedia negra que desconcierta a Netflix
Christina Applegate y Linda Cardellini ofrecen un despliegue de talento interpretativo en una comedia negra que no ofrece mucho más.
Christina Applegate y Linda Cardellini ofrecen un despliegue de talento interpretativo en una comedia negra que no ofrece mucho más.
Cada uno de nosotros tiene su peculiar manera de vivir un duelo, y también, claro está, existen muy diversos tipos de pérdida por los que hacerlo. Puede tratarse de la pérdida de un ser querido pero también, por ejemplo, un aborto o una ruptura amorosa. Según se mire, incluso purgar la culpa por un homicidio involuntario puede requerir un proceso parecido al de guardar luto. Y sobre la idea de los diversos significados de la palabra duelo se construye precisamente la serie «Muertos para mí», por encima de todo un amistoso duelo actoral entre sus carismáticas protagonistas, Christina Applegate –que también ejerce de productora– y Linda Cardellini.
Se encargan respectivamente de dar vida a Jen y Judy, dos mujeres que arrastran sus propios dramas personales y que se conocen en el contexto de una terapia de grupo, en la lujosa y soleada California. Una es una rica agente inmobiliaria, madre de dos hijos, que ha perdido a su marido; la otra vive de forma bastante más precaria, en el mismo asilo de ancianos donde trabaja.
Creada por Liz Feldman –cómica y activista en pos de los derechos LFBTQ– con el apoyo de Will Ferrell y Adam McKay en la producción, «Muertos para mí» podría resumirse como un cruce minimalista entre «Mujeres desesperadas» y «Big Little Lies»; dicho de otro modo, algo ya visto y no particularmente innovador. A excepción del ya citado buen hacer de Applegate y Cardellini y de la intensa química que comparten, sus principales alicientes son una sucesión de números musicales que salpimentan el relato y le dan colorido, como una versión infantil de «Every Breath You Take» o una irónica adaptación en forma de karaoke de «Don’t Leave Me This Way», en el transcurso de una de las sesiones del grupo en el que Jen y Judy se han conocido para sanar su dolor.
Psicho-thriller
Ya desde el primer capítulo la trama avanza a golpe de giros supuestamente imprevisibles pero en realidad demasiado obvios, y que proporcionan a la serie un toque camp que por momentos la conecta con el tipo de psicho-thriller que tan en boga estuvo en la década de los 90 gracias a títulos como «Análisis final» o «Durmiendo con su enemigo». Es cierto que sus episodios vehiculan una serie de referencias al empoderamiento femenino que hace dos o tres décadas serían impensables, pero la mayoría de ellas dan la sensación de ser una forma de cumplir con las exigencias propias de la era del MeToo y, por tanto, de haber sido encajadas en el relato con un calzador. Y algo parecido puede decirse de las incursiones en el drama, que tan solo sirven para restar pegada a una serie que hubiese funcionado mejor como comedia pura y dura.
Por último, tampoco aporta gran cosa el trabajo interpretativo de James Marsden («X-Men», «Superman Returns») en la piel de un tipo supuestamente encantador pero inconfundiblemente idiota. No es descartable que su presencia en la historia sea la forma que Feldman tiene de sugerir que los hombres no son más que un accesorio superfluo y pernicioso, y que Jen y Judy estarían mejor sin ellos. Parece obvio, después de todo, que están hechas la una para la otra. Y aunque ese romance en potencia todavía está lejos de consumarse, quizá ese resulte ser el reclamo argumental de la segunda temporada.
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