Susanna Griso
Susanna Griso: «No hay pregunta política que no me sienta capaz de hacer»
Planta cara a las «fake news» y asegura que nunca haría daño con una entrevista
Planta cara a las «fake news» y asegura que nunca haría daño con una entrevista.
Quedo con Susanna Griso después de sus cinco horas de programa para hacer esta entrevista y aparece tan radiante como si saliera de un spa. Es una mujer imponente, es innegable, pero sus atributos físicos son solo una buena carta de presentación previa a lo mejor, que viene después: criterio, mucho trabajo y sobre todo, casi antes que cualquier otra cosa, mucho compromiso. Tanto que le hace pisar charcos y hasta resbalarse de cuando en cuando en el proceloso mundo de las redes. Ese en el que las mentiras campan a sus anchas y donde igual caben las mil enhorabuenas por el último premio (en el caso de Susanna la Medalla de Honor de Barcelona, que suma a sus Ondas, sus Antenas de oro y tantos más), que la amenaza tras un bulo perverso. En el último la tacharon de «supremacista». Y se hartó y contestó.
–¿Hay que plantarse ante las «fake news»?
–Acepto las críticas que vienen de las personas que me quieren –mi propia familia me da mucha caña– y de las que no. Las encajo perfectamente y me sirven para aprender y mejorar. Lo que no tolero son las campañas basadas en falsedades y manipulación y la maldad intrínseca que implican. Antes me callaba porque pensaba que eran tonterías y que la gente se daría cuenta de que eran mentiras, pero ahora me planto. Creo que hay que hacerlo con las «fake news», porque si no, al final, nos acabarán arrastrando. Esas cosas quitan las ganas de seguir en las redes y por eso ahora estoy menos activa en Twitter, pero tampoco quiero salir del todo, ¿eh? Me niego a que esa partida la ganen ellos.
–Lo cierto es que la sobreexposición de un programa diario tiene sus riesgos, y más cuando hay que tratar temas que tocan en lo personal, como el de Cataluña en su caso, ¿no?
–Yo siempre había defendido mantener una visión muy neutra y objetiva de los temas y dejar que los contertulios fueran los que aportasen con sus distintos puntos de vista la pluralidad, para que cada cual en casa sacase las conclusiones que le diese la gana; pero luego hay temas que te afectan tan de pleno... Este me ha afectado muchísimo. Ha afectado a mi familia, a mis amigos. A todos nos ha marcado y a mí me ha llevado a un grado de crítica impresionante. Por un lado, el sector independentista me ha llegado a insultar y a atacar con un nivel de agresividad sorprendente y, por el otro, me he encontrado críticas por parte de los sectores más reaccionarios, la ultraderecha pura...
–De todos modos, usted no es independentista, ¿no?
–No. Lo he dicho hasta la saciedad. Y me he significado mucho en el programa. Soy crítica con el procés, pero lo he sido no con el independentismo y las ideas republicanas, sino con esa imposición unilateral, digamos, de una independencia exprés, indolora e incolora que pretendía ser la revolución de las sonrisas, pero que luego se vio que era pura fachada y que afectaba a la vida y a la convivencia de todos los que nos sentimos catalanes.
–No es el único tema personal en el que se ha significado últimamente. Ha hablado hasta de su hija. No nos tenía acostumbrados.
–Bueno, es que al final no soy un robot. Siento y padezco. Y la adopción de mi hija que era una historia de amor pero muy larga y de muchas esperas, disgustos y obstáculos –la puñetera burocracia– cuando de repente llega es una explosión de emociones. Para mí ha sido muy positivo, me ha dado unas alegrías enormes. Y eso también se percibe y no tengo ganas de disimularlo. Comunicar también es mostrar tus propias emociones. Eso te hace más vulnerable, soy consciente, pero he aprendido a blindarme bastante.
–A blindarse, pero sin dejar de mojarse ni de hacer preguntas difíciles, sobre todo a los políticos. ¿Alguna vez se ha arrepentido de preguntar de más, de hacer daño con alguna pregunta?
–Nunca haría una pregunta a sabiendas de que puedo hacer daño. Creo que tengo bastante tacto. Aunque con los políticos me da igual, porque en el fondo pienso que les va en el sueldo. No hay ninguna pregunta política –no personal– que no me sienta capaz de hacer.
–Lleva 12 años en «Espejo Público», ¿está cansada?
–Siempre digo que tengo que parar, pero luego... No sé, creo que me quedan muchas vidas por vivir y a veces pienso que sería bueno un cambio. No sé cuál exactamente porque me cuesta imaginarme en algo que no esté muy vinculado a la información pura y dura, pero quizás algo menos vertiginoso, más reposado, algo en profundidad, más elaborado...
–¿Siempre en televisión?
–No necesariamente delante de la cámara ni en televisión. Además, creo que le debo mucho a la sociedad y esa parte no la tengo cubierta. El haber adoptado a una niña pequeña con circunstancias muy duras me ha abierto una puerta y me llama de una manera especial a ayudar. Todavía tengo que madurar la vía, pero me gustaría hacer algo con estos chavales que llegan aquí con historias sumamente trágicas. Y creo que el tema de la inmigración es el futuro a nuestras sociedades envejecidas. Los necesitamos aunque sea desde el punto de vista egoísta para pagar las pensiones. Evidentemente hay que hacerlo por cauces legales, de manera ordenada y sin provocar una quiebra social, pero a mí me gustaría ayudar.
–Y supongo que también vivir. No sé si lo consigue con ese horario...
–Bueno, yo soy muy hormiguita y empiezo el día muy pronto, por eso me da tiempo a hacer muchas cosas. Pero es verdad que mi asignatura pendiente es aprender a decir que no y, además de ser disciplinada, trabajar tantísimo, hacer deporte y dedicarle la vida entera a mis hijos, ¡encontrar tiempo para estar con los amigos!
Personal e intransferible
Susanna Griso nació en Barcelona (1969), está casada, tiene tres hijos y se siente orgullosa «de haber aprendido a cambiar: era una persona pudorosa , tímida, con inseguridades y dificultades para hablar en público». No se arrepiente de nada «porque quita energías y hay que aprender de los errores». Perdona «siempre, porque se me olvida. De pequeña apuntaba los enfados en la mano». Le hace reír «mi hija Dorcette» y llorar en público lo «llevo mal, pero cuando me pongo no hay quien me pare. Me sacan de quicio las injusticias». A una isla desierta se llevaría «libros, películas y una cajita con cuatro herramientas para construir una cabañita». Le gustan «los platos de cuchara y el vino», su manía es «apurar y llegar en el último minuto al plató», no tiene vicios. De mayor le gustaría «hacer algo que tenga que ver con ayudar».
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