Viajes
Coronavirus: crónica de un viajero encerrado en casa
Los días que vienen pasando son complicados para los adictos a viajar. Frustración, encierro, son palabras comunes en nuestro vocabulario. Pero hay una forma de escapar, todavía podemos viajar. Solo se necesita imaginación y buen humor.
De los libros a la acción
Hace pocos días, Paco Nadal afirmó en su blog que los periodistas de viajes somos como los molinos: solo producimos si nos movemos. Hoy, más que nunca, le doy toda mi locura y la poca razón que me queda. Moverse, conocer, aunque sea solo para ti mismo, es requisito indispensable para poder gritarle al mundo: ¡eh! ¡Este lugar maravilloso existe! ¡Y este también!
Pero encerrado en casa, es terriblemente complicado seguir viajando. Aunque leamos muchos libros y no nos despeguemos del televisor. Llevo semanas leyendo – y escribiendo - artículos con títulos como: ¡Diez libros para viajar sin salir de casa! ¡Nosecuántas películas para viajar durante la (palabra clave) cuarentena del (palabra clave) coronavirus! Y leo, y veo películas, pero no me sabe igual. Mi cabecita me recuerda con insistencia que, de no ser por esta complicada situación, ahora mismo estaría en Senegal investigando sobre el turismo sexual. Pero lejos de darme por vencido, he descubierto la fórmula definitiva, sin recovecos, para viajar sin salir de casa.
El baño es ahora la selva Amazónica. Crearla es sencillo. Basta con recoger todas las plantas desperdigadas por la casa – si tienes alguna exótica, ganas puntos -, llevarlas al lavabo y encender a tope el agua caliente de la ducha. Vístete de forma adecuada y siéntate. Con lentitud, la humedad provocada por el agua hirviendo se impregna en nuestra piel, gotitas de agua se depositan en las hojas de las plantas y las hojas se abren agradecidas. Un vídeo en Youtube que reproduzca chillidos de monos es la guinda final para terminar el efecto. Solo hace falta cerrar los ojos y dejar volar la imaginación.
Un paseo por Asia
Claro que no está la situación como para desperdiciar el agua caliente, la factura puede resentirse a final de mes. Pero para esto también hay una solución. En las aventuras de hogar que llevo montándome las últimas semanas para desesperación de mi pareja, entran también las heladas noches en el desierto del Gobi. Durante horas apago la calefacción, abro de par en par las ventanas y me siento en el sofá con el abrigo puesto. Aquí recortamos los euros del agua caliente, en equilibrio constante. Me hago un té bien calentito y no me muevo. Miro por la ventana y cuento las estrellas. Tenemos un bote con arena que recogí del desierto de Turkmenistán, y a veces poso mi mano sobre él, la arrastro y cojo un puñado antes de soltarlo. Mi novia me mira desde las profundidades de su abrigo, abre la boca y la vuelve a cerrar. Creo que ella se lo está pasando tan bien como yo.
Mañana nos despertaremos a las tres de la mañana para visitar los cerezos en flor del Koishikawa Korakuen, en Tokio. El jet lag nos tiene destrozados, pero es lo que tiene. Más tarde, el parque está infestado de visitantes y uno no puede apenas moverse con libertad. Hay que mantener la disciplina y fingir realidad, entonces nos levantamos, hacemos café y vemos un documental sobre los cerezos, algunas fotos, y pedimos sushi para desayunar. Y en este juego de falsa realidad entra el estudio de lo exótico. Cada mosca, mosquito, mariquita, escarabajo y luciérnaga que entra en nuestro piso, es recluido de inmediato y se convierte en objeto de estudio durante dos horas. En nuestra casa los insectos tienen terminantemente prohibido morir o volver a salir.
Y nuestro gato y nuestra tortuga son ahora leones, leopardos, galápagos, tortugas marinas, camaleones y piedras volcánicas. Cada día un animal nuevo, objeto de minuciosa observación. Miren, observen a Pompón como se pasea por la sabana-cuarto de estar en busca de su presa- pienso. Su porte agazapado, los movimientos cargados de calculada elasticidad. Es noble, Pompón, estas últimas semanas. Sus manchitas oscuras en el pelo gris podrían significar que he encontrado aquí, a cuatro metros de la cama, una nueva y peligrosa especie de Panthera pardus, o mejor dicho, Panthera dominus. Hago un descanso para comer una lata de Fabada Asturiana, marca Litoral, como solía hacer mis noches de acampada, y vuelvo al trabajo.
De vacaciones en Punta Cana el mundo se ve mejor
Aunque no todo es trabajar, hace falta relajarse por unas horas todos los días, tanto estudio y tanto viaje terminan por agotarme. Hace una semana, mi novia y yo fuimos de viaje a las playas de Punta Cana. Bañador, mojito y gafas de sol. De fondo se escucha música reggae. A veces encendemos el ventilador, el viento revuelve nuestros libros y la enorme pamela de ella, y nos vemos obligados a recoger los bártulos a toda prisa para resguardarnos hasta que pase la ventisca tropical.
Pero en serio, estoy cogiéndole el gustillo a esta nueva manera de viajar, tan contemporánea. Es muy barato. Me ahorro colas en aeropuertos y sobornos en fronteras. En ocasiones dedico horas enteras a estudiar viejas fotografías de mis viajes por el mundo exterior, en busca de detalles que se me habían escondido con el ajetreo de la rutina. Aquí, donde antes solo veía una jirafa tensa, consigo descubrir un pajarillo blanco que hasta entonces se me había escapado. Está agazapado tras un arbusto, buscando una lombriz que llevarse al buche. Y es maravilloso. Este pajarillo me hace descubrir nuevas zonas de un mundo que ya creía conocer. Sin moverme del sofá, exploro, fotografía a fotografía, los detalles de la vida que la prisa me había escondido con su brusca velocidad.
A grandes problemas, grandes remedios
Hay más formas de viajar desde casa. Especial placer encuentro, por primera vez en mi vida, en las llamadas de teleoperadores ofreciéndome nuevas tarifas móviles, aunque me apena que no les permitan teletrabajar y sigan arriesgando su vida de forma tan innecesaria. Cuando veo el número aparecer en la pantalla, me lanzo de cabeza y contesto lleno de ilusión. Escucho nuevos acentos, a personas de diferentes partes de España, o incluso del mundo. Les pregunto por su tierra y ellos me explican sus bellezas, yo escucho atentamente mientras tomo nota en mi libreta. Me hablan de La Giralda y del Machi Pichu, del Alcázar de Toledo y el barrio Boca en Buenos Aires. Si la teleoperadora es madrileña, siempre está dispuesta a recomendarme un bar que todavía no conocía. Especial relación he forjado con Eduardo, un asturiano que me llama cada dos o tres días de parte de Orange, y juntos planeamos aventuras futuras, como Butch Cassidy y Sundance Kid planeando un atraco en Paso Alto. Él también se fue a la playa del República Dominicana hace un par de días, por recomendación mía.
Ya ven, viajar es sencillo aunque uno esté encerrado en casa. Solo hace falta ilusión, curiosidad y ganas. Como siempre que subimos a un avión rumbo al desconocido.
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