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Maldivas, la ruta de los tiburones

Este viaje de norte a sur y de vuelta a Malé durante 12 días es la mejor manera de visitar el país de los atolones si el propósito es bucear con escualos

Judith durante la inmersión con los tiburones tigre en Fuvahmulah
Judith durante la inmersión con los tiburones tigre en FuvahmulahGonzalo Pérez MataLa Razón

Hay algo en común en todos los viajes de aventura, y es esa incertidumbre salpicada de emoción que acompaña al viajero. Sin esa emoción nadie cogería un avión a menos que le obligaran. Hoy día, lo más parecido a pasar por una rueda de reconocimiento sin haber cometido un delito es ir a un aeropuerto. La seguridad manda. Luego entras en un avión de Qatar y la cosa mejora. Si además te diriges a Maldivas y vas a alojarte en un barco de la española Judith de La Rosa, el trámite es mucho más llevadero, sobre todo si el destino es el mejor crucero de buceo del país de los atolones.

Venimos a hacer la ruta Top 12 con Submaldives y Xtremtravel. Algo así como el crucero estrella de Maldivas, que como su nombre indica, transcurre durante 12 días de intenso buceo. Un viaje de norte a sur y de vuelta hasta la capital que, hasta que Judith inventó su propio itinerario, obligaba al viajero a coger un vuelo doméstico para llegar al sur, pero que ahora parte de Malé mientras te dejas mecer hasta la zona más meridional en busca de algunos tiburones que solo se encuentran en esas latitudes. Aquí se viene a ver tiburones tigre, por ejemplo.

La ruta Top 12 con Submaldives y Xtremetravel es algo así como el crucero estrella de Maldivas, que como su nombre indica, transcurre durante 12 días de intenso buceo
La ruta Top 12 con Submaldives y Xtremetravel es algo así como el crucero estrella de Maldivas, que como su nombre indica, transcurre durante 12 días de intenso buceoGonzalo PérezÁrchivo

En el barco nos acompañan algunos adictos a Maldivas, como Javier, que lleva 20 años viajando a las islas y fotografiando a estos animales, o Ángela, apasionada por los nudibranquios que se resiste a aceptar que lo que al final ha conseguido cautivarla son los escualos.

La campana suena temprano y las cámaras tienen que estar listas antes del desayuno porque el dohny, embarcación de apoyo que nos llevará a los puntos de inmersión, zarpa después del briefing. No hay tiempo que perder porque la jornada es larga. Hay que bucear pero también hay que navegar. Tenemos por delante muchas millas. Los tiempos de navegación no son un mero trámite para el viajero. Maldivas es de esos sitios que sacas la cabeza del agua y el espectáculo continúa.

Alimathaa

Al poco de las presentaciones nos lanzamos al agua en Alimathaa, la isla de los tiburones nodriza. Cientos de ellos viven en las inmediaciones de esta isla y es habitual verles cerca de las embarcaciones. De piel parda y aspecto tranquilo, reposan en los fondos de arena y no tienen ningún reparo en acercarse a nosotros. En relación a su tamaño, pueden medir hasta tres metros, tienen una boca pequeña, aunque Musa, guía de buceo, nos insiste en no olvidar que son tiburones. Como muestra nos enseña una cicatriz en su mano derecha a causa de un descuido. Una vez en el agua la sensación es de estar rodeados de animales dóciles y cercanos que buscan el contacto continuamente.

Al caer la tarde, la tripulación enciende los potentes focos situados en la proa del barco para atraer al plancton. Esperamos la visita del tiburón ballena. Son las 20:30 y muchas veces no hacen acto de presencia hasta pasadas varias horas. A media noche, cansados de esperar, casi todo el mundo se ha ido a dormir. Gloria, una madrileña que ha visitado varias veces Maldivas se mantiene despierta colgada al teléfono poniendo al día a su novio, que dos días antes del viaje, y con las maletas hechas, recibió la mala noticia de una PCR positiva y tuvo que quedarse en tierra.

Al poco rato, ¡he aquí el gigante de lomo estrellado! Hay que darle tiempo a que entre en frenesí alimenticio antes de saltar al agua o se irá. Es un ejemplar joven, de unos siete metros, pero le basta para convertirse en protagonista indiscutible. Por momentos se pierde en la oscuridad con movimientos lentos para después volver y situarse en posición vertical, iluminado por los focos, mientras succiona nubes de plancton sin importarle nuestra presencia. Después de más de dos horas, y con las baterías de las cámaras agotadas, ponemos fin al encuentro.

Varios tiburones nodriza merodean el barco cerca de Alimathaa
Varios tiburones nodriza merodean el barco cerca de AlimathaaGonzalo Pérez MataLa Razón

A las 6:30, como la llamada del tambor de la mañana, nos despierta la campana indicando que es la hora del friefing y el pasaje acude puntual a escuchar la charla que antecede al primer buceo del día; Villingili Kandu, un canal entre dos islas repleto de tiburones grises. Un encuentro que repetiremos varias veces durante el crucero. Cientos de ellos desfilan ante nosotros, que como asistentes a una función, nos asomamos al cortado luchando contra la corriente para disfrutar del espectáculo.

Los lentos movimientos de este tiburón de hocico redondeado y color plomo –Carcharhinus plumbeus– y las aguas transparentes hacen de este canal uno de los puntos de inmersión más populares de Maldivas. Debido a la profundidad, el tiempo de fondo se limita a 30 minutos. Es el momento de retirarnos y dejarnos mecer por la corriente hacia el arrecife, pero Jaime, verso suelto en el grupo, se lanza con su cámara como un pelágico más, para adentrarse de lleno en el desfile intentando pasar desapercibido. Regresamos sobre una planicie de coral repleta de tortugas verdes y carey.

Cruzamos el Ecuador en dirección a Fuvahmulah, la penúltima isla de Maldivas en el extremo sur. Los que viajan lejos desaparecen, decía Stevenson, y en esta ruta tenemos la sensación de no tener fecha de vuelta. Perdemos la cuenta de los días y las millas pero estamos seguros de tener más por vivir que vivido. Volver a navegar y surcar los mares y vaciar nuestros vasos de vino.

Una de las 1200 islas de Maldivas.
Una de las 1200 islas de Maldivas.Gonzalo Pérez MataLa Razón

Esta larga travesía tiene un propósito y es bucear con uno de los mayores depredadores del océano. El tiburón tigre. Tras 10 horas de navegación se perciben algunos nervios. Llegamos a la isla y el mar no acompaña. La inmersión con los tigres transcurre a poca profundidad y la mala mar puede complicar las cosas, ya que esta isla no está protegida del viento por el arrecife. Dos maldivos de largas rastas serán los encargados de coordinar la inmersión y entregan al grupo unos palos de metal como medida de seguridad, pero los fotógrafos no tienen manos para tantas cosas.

La inmersión se desarrollará en la bocana del puerto y a poca distancia la pared cae a menos 60 metros. Nada más lanzarnos al agua tres de ellos merodean la zona. Unas cabezas de pescado escondidas por los maldivos atraen hasta los buceadores a estos grandes escualos de profundos ojos negros.

Sin perderlos de vista

Nos han advertido de no esquivar su mirada, es mejor no perderles de vista. Da igual a quien preguntes y la experiencia que tenga con ellos porque la presencia de este animal de enorme cabeza siempre infunde respeto. Ocho de ellos nos rodean y observamos a los guías frenéticos de lado a lado guardando nuestras espaldas aunque aparentemente no hay motivo para preocuparse. Al final de la inmersión, Judith hace gala de su fama y se lanza hacia el fondo, en busca de aguas limpias y azules donde observarles con mayor libertad, y como si el miedo no fuera con ella, persigue a un animal que no tiene depredador derramando burbujas de euforia de su regulador.

El Searose navega de vuelta al norte, saltando de atolón en atolón, y los grupos se dividen en las distintas cubiertas según su estado de ánimo. En la cubierta superior, el tiempo transcurre más animado entre risas, yacuzi y cervezas. Más abajo, Luis, empresario madrileño, no se despega de los auriculares y la pantalla de su ordenador para seguir sus inversiones en bolsa con la misma intensidad que si estuviera en mitad del parqué de Nueva York.

Durante la travesía nos detenemos en una de las más de 900 islas desiertas que hay en este paraíso. Después de tantos días a bordo, la tierra nos parece menos estable que la cubierta del barco. Los maldivos han organizado una cena improvisando una enorme mesa a base de arena de coral. Somos nómadas y al rato nos iremos sin dejar rastro.

Los nerviosos Spinner

El siguiente alto en el camino se produce en Huvadhoo Atoll. Se trata de uno de los encuentros más esperados del viaje, ya que será con los tiburones Spinner, conocidos así por su movimientos giratorios en el momento de la caza. Una especie nerviosa de morro afilado que nos rodea sin miedo e incluso nos obliga a marcar cierta distancia.

Tiburones Spinners en Huvadhoo Atoll.
Tiburones Spinners en Huvadhoo Atoll.Gonzalo Pérez MataLa Razón

El agua aquí no es clara y además hay restos de desperdicios de otros barcos y por momentos el ambiente resulta frenético. En el fondo advertimos la presencia de algún tiburón toro. Al rato, me encuentro con Javier, perdidos del grupo, y nos dejamos guiar por los tiburones hasta el arrecife en busca de los demás. Decenas de ellos nos acompañan a poca distancia dando lugar a una escena inolvidable.

Nos acercamos al punto de partida donde realizamos una inmersión imprescindible en Maldivas. Tuna Factory. Se trata de un acuario natural repleto de rayas, morenas y peces estandarte que han convertido los alrededores del pantalán de la isla en su hábitat y donde se alimentan de los restos sobrantes de la fábrica de pescado que son arrojados al mar.

Resulta habitual ver a turistas sumergirse a pulmón armados con sus palos selfies en busca de una imagen junto a estos animales o jóvenes maldivas con su cuerpo cubierto por vestidos intentando llegar al fondo para tocar alguna raya.

El último punto de inmersión que realizamos antes de dar por concluido este viaje será en la propia isla de Malé. Cerca del puerto se han visto últimamente varios ejemplares de tiburón martillo gigante y este punto se ha convertido en una parada obligatoria. El agua es turbia y la visibilidad es de pocos metros por lo que resulta relativamente fácil perderse el grupo.

Saltamos al agua y vamos directos al fondo de arena a casi 40 metros de profundidad y al poco rato un grupo de pastinacas nos sobrevuelan mientras unpez guitarra gigante pasa por debajo. La calidad del agua no es buena, pero el lugar merece la pena y en la segunda inmersión, ante la sorpresa de unos pocos afortunados, dos martillos gigantes, tres tiburones tigre y un toro aparecen de la nada poniendo el broche final al viaje.

Existen muchas formas de visitar Maldivas, pero para aquellos que lo hagan en busca de aventura y con la intención de conocer sus mares y las especies más impresionantes que se esconden en su interior, ésta es, con toda probabilidad, la mejor ruta de buceo de un país que supo ver que un tiburón vivo vale mucho más que uno muerto.