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Faro: entrada al Algarve y mucho más que una escala
Desde su encantador casco antiguo hasta los acantilados y playas vírgenes del Atlántico, Faro despliega la esencia del sur de Portugal

De ritmo sereno, un bonito casco antiguo empedrado, cercanía a parques naturales y una estratégica ubicación frente al océano. Así es Faro, una puerta privilegiada a los tesoros del sur lusitano y la promesa cumplida de un Algarve auténtico, donde la belleza natural y la herencia cultural se abrazan sin prisas.
Su corazón es la Cidade Velha, un laberinto de callejuelas empedradas, palacios con azulejos desconchados y plazas donde la luz cobra matices dorados al atardecer y el tiempo parece haberse detenido. Allí destaca la Catedral de Santa María, cuya historia se remonta a 1251. Fue edificada sobre un antiguo foro romano, una mezquita y un templo paleocristiano, y es accesible por una bella plaza con naranjos. Su torre, parcialmente gótica y reformada en los siglos XVII–XVIII, regala unas vistas inigualables sobre la ciudad y la ría. En su interior espera un tesoro barroco: retablos dorados, un órgano centenario y azulejería del siglo XVII.
Una parada imprescindible en esa parte de la ciudad es la Iglesia del Carmen, de finales del siglo XVIII, con su fachada simétrica, capillas revestidas de azulejos y la sorprendente Capilla de los Huesos. Pero gran parte del encanto de este destino se encuentra en los detalles: en sus callejuelas silenciosas que invitan al paseo, en las fachadas cubiertas de azulejos desgastados, en los reflejos dorados del atardecer sobre las aguas tranquilas de la Ría Formosa.

Sin olvidar que en las afueras espera al viajero una visita clave para entender la esencia de este destino: la herencia romana toma forma en las ruinas de Milreu, vestigios de una lujosa villa del siglo I d.C., con mosaicos aún visibles, columnas derruidas y un templo convertido en iglesia paleocristiana. Este lugar silencioso, envuelto por el verde, ofrece una ventana íntima al pasado romano del Algarve.
Ría Formosa, naturaleza viva
Pero si Faro tiene un tesoro que lo distingue, ese es el Parque Natural de la Ría Formosa. Considerado una de las siete maravillas naturales de Portugal, este extenso sistema lagunar de 60 kilómetros de longitud se extiende a lo largo de la costa oriental del Algarve, entre marismas, canales, dunas, islas y bancos de arena.
Un paseo en barco por la ría es una experiencia única. Las aves exóticas —garzas, flamencos, cigüeñuelas— sobrevuelan las aguas poco profundas, y con algo de suerte es posible avistar camaleones o nutrias entre la vegetación. Los aficionados al snorkel hallan aquí un paraíso silencioso: los fondos marinos de la ría esconden praderas marinas y bancos de peces de colores.
Joya de este ecosistema es la Isla de Barreta —también conocida como Ilha Deserta—, una franja de arena blanca y aguas cristalinas, accesible solo por barco. Deshabitada y serena, es ideal para quienes buscan playa en estado puro, donde solo se oye el vaivén de las olas y el viento sobre las dunas.
Lo cierto es que desde Faro se abre un abanico de posibilidades para explorar los aproximadamente 150 kilómetros de costa que definen al Algarve. A medida que se avanza hacia el oeste, los paisajes se tornan más dramáticos: acantilados ocres, cuevas marinas y calas secretas jalonan el camino. Lugares como la Praia da Marinha, con sus formaciones rocosas esculpidas por el viento y el mar, o la Praia do Camilo, con su acceso a través de una escalera entre acantilados, son postales vivas de un paraíso atlántico.
Gastronomía que sabe a mar
La cocina del Algarve tiene alma marinera. En Faro, la gastronomía se vive como una extensión del paisaje: los pescados frescos y mariscos son protagonistas indiscutibles. No se puede visitar la ciudad sin probar una cataplana de marisco —cazuela tradicional preparada en un recipiente de cobre con almejas, langostinos y pescado blanco— o unos filetes de sardina a la brasa, servidos con pan de maíz y ensalada.
Otros imprescindibles son el arroz de marisco, la açorda de gambas (una sopa espesa con pan y cilantro), las almejas à Bulhão Pato con ajo y vino blanco, o el pulpo asado en su tinta. Para culminar con dulzura, destacan los dom-rodrigos —postres de yema y almendra envueltos en papel dorado— y los higos rellenos con frutos secos y chocolate, delicias que hablan de una tierra soleada y fértil.
Un ritmo de vida que invita a quedarse

Faro no vive con la prisa de otras ciudades turísticas. Aquí, el viajero siente que puede quedarse un poco más. Los cafés de la plaza, los paseos por la marina al atardecer, los mercados de productos frescos, las charlas con los lugareños... todo invita a prolongar la estancia. Además, la ciudad ofrece opciones de alojamiento sostenibles, desde hoteles boutique hasta casas rurales integradas en la naturaleza, perfectas para quienes buscan descansar y reconectar.
El aeropuerto internacional, a solo unos minutos del centro, convierte a Faro en una entrada ideal para recorrer el Algarve sin perder tiempo en desplazamientos largos. Elegir Faro como punto de partida para descubrir el Algarve no es solo una decisión práctica: es una manera de comenzar el viaje con buen pie. En sus calles tranquilas, en sus atardeceres cálidos y en su abrazo al océano se intuye ya lo que el resto de la región promete: belleza sin estridencias, naturaleza en estado puro y una forma de vida en la que el tiempo no corre, sino que se saborea.
Sí, Faro podría considerarse como una puerta. Pero también es un umbral que merece cruzarse sin prisas, con los sentidos bien abiertos. Porque a veces, los lugares que parecen ser solo el principio, acaban siendo el verdadero destino.
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