Novela

Roth y la misoginia

La leyenda que se cierne sobre algunas personas es muy difícil deshacerla. No nos gusta romper los mitos y si la historia no constata una serie de datos que se han ido acumulando sobre alguien, ya estamos los periodistas para crearlos y hasta aderezarlos, si bien hay personajes que están por encima del bien y del mal y resisten incluso la creatividad de sus biógrafos: no olvidemos que éstos subliman sus frustraciones en sus biografiados y les atribuyen vidas y hechos que no han vivido, por eso quien estas líneas escribe es escéptica de los dimes y diretes –entre otras cosas porque los ha padecido–, y, hasta incluso, de los libros de historia, por cuanto que a los historiadores, a veces,se les va la pluma al infinito distorsionando la realidad y contándonos unas milongas que nunca han sido ciertas.

Dicho lo dicho, vámonos a Philip Roth, fallecido esta semana que termina, el escritor que mejor ha novelado la realidad americana, la sociedad americana en una serie de novelas que reflejaban la «anatomía» de esa clase media, gran invento de la segunda mitad del siglo XX en muchos países occidentales. Sobre él se ha dicho de todo y todo muy loable, quede claro, salvo por lo que respecta a su misoginia porque en este sentido hay que decir que sus personajes podían serlo, sí, pero esto no implica que él lo fuera. Más bien todo lo contrario, sus relaciones con las mujeresfueron lo que más marcó su vida por lo tortuosas y agitadas que resultaron y su fascinación por el género femenino es innegable.

Me pregunto qué hubiera sucedido si hubiera cuajado su relación con Jackie Kennedy, algo efímero y carente de solidez puesto que se puede resumir en unos cuantos encuentros en el año sesenta y cinco, dos años después de que ella enviudara y con él sumido en lo tormentoso de su primera separación. Es probable que ni el uno ni la otra estuvieran preparados para algo duradero y por eso todo quedó en agua de borrajas.

Algunos comentaristas se han apresurado a decir que hubieran sido los precursores de Vargas Llosa y Preysler, a lo que habría que añadir que sobran los ejemplos de parejas peculiares de escritores: Borges, Moravia, Cela, Alberti, Octavio... y aquí es donde me permito volver a lo de la misoginia. ¿Podríamos tachar de misógino a alguno de ellos? En ningún caso porque sus vidas han sido una ininterrumpida sucesión de relaciones con mujeres en mayor o menor medida, exceptuando a Borges quien tenía una pasión compartida con María Kodama y no era otra que Adolfo Bioy Casares. No estoy insinuando que hubiera entre ellos una relación homosexual, bien al contrario Bioy era mujeriego pero su admiración por el maestro hizo cuajar una amistad que rozaba lo enfermizo. Borges, en cambio, era un gran tímido. A Bioy lo recuerdo seductor y entretenido, cortés y fascinante, atractivo y galán. Su imaginación creadora le brotaba por los poros, y eso que lo conocí cuando estaba ya bien entrado en los ochenta.

El sex appeal de un intelectual es uno y determina muchas relaciones que resultan incomprensibles al común de los mortales. Philip Roth no consolidó su amor con Jackie no sabemos por qué; no sabemos siquiera si hubo contactos íntimos. Nos gustaría pensar que sí pero ambos eran unos malditos de la vida a quienes siempre se les negó la felicidad. Quizá por eso en un punto determinado se encontraron.