Moción de censura
Tocados o muy tocados
La estrategia desarrollada por Pablo Iglesias pivota ya sobre un eje: la patrimonialización de Podemos. Para bien y para mal, la organización es Iglesias y lo seguirá siendo unos cuantos años más. La consulta a las bases tras la compra del chalé junto a Irene Montero ha terminado de moldear su modelo ideal de partido: personalista. El corolario de su mentalidad ha consistido en someter a la militancia a un desiderátum endiablado: “O nosotros y nuestra casa o el caos”.
La moción de censura de Pedro Sánchez contra Mariano Rajoy, que ha dinamitado el protagonismo mediático de la votación sobre la continuidad en sus cargos de la pareja mandataria en Podemos, ha sido oportunamente agitada por el entorno de Pablo Iglesias para amplificar la idea del caos que supondría su adiós precipitado. Para eso ha servido por el momento al líder morado la decisión del secretario general del PSOE. A Iglesias, ahora mismo, esa moción de censura le interesa poco, pues pone en primera línea a los socialistas, a quienes disputa la hegemonía de la izquierda, mientras a él le sitúa en posición subordinada.
Los 487.772 inscritos han servido en realidad para sacudirse un problema personal y, sobre todo, para blindar su liderazgo y el de su pareja ante sus detractores y la opinión pública. Convocar consultas a los inscritos es una de las facultades más polémicas que acumula Iglesias, y ahora se ha visto el sentido de su resistencia a deshacerse de una prerrogativa que le sirve para resguardarse tras la voluntad de las filas frente a cualquier tentación de “moverle la silla”.
Cabe subrayar, en todo caso, que la campaña desde la cúpula estos días ni siquiera ha sido sobre la pregunta de si sus jefes deben abandonar sus cargos. El planteamiento ha pasado primero por evidenciar el “acoso” y la “persecución” que sufren Iglesias y Montero en su vida privada y, luego, por estirar el viejo recurso de la conspiración. Naturalmente, como en todo complot, han concebido un enemigo exterior, las “cloacas del Estado” para “tapar” la corrupción del PP, y un enemigo interior, los anticapis deseosos de dar un golpe de Estado en Podemos. Con estos mimbres, el oficialismo ha desplegado una campaña de presión irrespirable para apoyar a la pareja dirigente.
La inquietud inicial del aparato morado pivotó por que pudiese visualizarse una escasa legitimidad por baja participación en la consulta que se cerró ayer. Los críticos con la adquisición de la propiedad, salvo contadas excepciones, entre ellas la ruidosa del alcalde de Cádiz, José María González “Kichy”, han tenido exquisito cuidado para no manifestarse contra sus líderes. A lo sumo han ido expresando su disconformidad pidiendo --en privado-- no participar en el llamado críticamente “pabliscito” en grupos de Telegram.
El núcleo duro de Podemos, sin embargo, se ha mostrado “muy tranquilo” y confiado a lo largo de la semana: “Habrá espaldarazo”, se aseguraba continuamente. “Pablo no solo quiere ganar, quiere un contundente respaldo”, se insistía. Y así ha sido. Casi el 68% de los votantes han apoyado a Pablo Iglesias y a Irene Montero. Un total de 188.000 inscritos han participado en torno a si debían conservar o no sus respectivos cargos como secretario general de la formación y portavoz parlamentaria. “Una participación récord”, se destaca desde Podemos.
Con todo, el sentimiento diseminado hoy en Podemos es el pesimista de convivir con una polémica que les va a marcar. “O quedamos tocados o muy tocados. No hay salida buena”, en palabras de un cercano a Iñigo Errejón. No es un dato menor que uno de cada tres inscritos votantes haya expresado su rechazo.
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