Restringido

El Gobierno y Cataluña

Admiro mucho a Ussía por su estilo directo e incisivo, quizá a veces excesivo, pero dice todo lo que hay que decir sobre lo que muchos tienden púdicos, ofensivos silencios. La verdad sigue siendo la verdad, la diga Agamenón o su porquero: Ussía o yo o cualquiera. En un reciente artículo, la dice directamente: «Las viejas chorradas nacionalistas de Cataluña se han convertido en serias amenazas de separación». Imposible decir más en menos palabras. Yo lo traduciría en este título: «¿Por qué no actúa el Gobierno en Cataluña, de una vez?». El tema merece algún pequeño altavoz, como este mío. El fondo de la cuestión sigue siendo el mismo: ¿por qué no actúa el Gobierno en Cataluña, de una vez?

Hemos tenido todos, yo diría que España, que soportar las infinitas vacilaciones y las demoras infinitas de este Gobierno nuestro, al que muchos votamos porque nos daba esperanza de salir del marasmo y demagogia del Sr. Zapatero: más que ganar Rajoy fue Zapatero el que perdió –y muy justificadamente. Y Rajoy ha hecho un excelente servicio en la Economía –aunque, la verdad, yo no dudo de ello, pero no todo en el mundo es economía–. Sin duda, tiene razón en los grandes números, pero al nivel privado y, por ejemplo, en Educación e Investigación, lo que tengo más cerca, la tal mejora apenas si se nota. Se amortizan plazas y no se crean otras.

Todos esperamos a que llegue el fatídico nueve de noviembre, como espera el condenado el día de su posible ejecución, y soñando aún con una amnistía. Y hemos medio comprendido que el Gobierno haya olvidado su compromiso con la vida para no hacer más difícil su convivencia con los socialistas. Pero pensábamos que Rajoy y nosotros, una vez que el Tribunal Constitucional nos diera la razón contra el Gobierno y el Parlamento de Cataluña, quedaríamos libres de esa angustia. Y de la angustia de las propuestas reformas de la Constitución. ¿Es que alguien pretendía quitar la «indisoluble unidad» votada por todos, también por Cataluña, y sustituirla por alguna solubilidad más o menos especiosa?

Bien, estábamos libres y felices y dábamos las gracias al Constitucional. No es que yo lo apruebe siempre, porque me dolió aquella otra sentencia a favor de una especie de ten con ten entre España y ETA. Pues bien, esa sentencia se cumplió, ahí está, buena o mala. Pues ahora, en el pleito entre España y una cierta Cataluña subversiva, una revolución más bien, ya tenemos la sentencia. Confirma lo que habíamos votado todos, también los catalanes, la indisolubilidad. Palabrita endiablada, pero necesaria. Pero ahora resulta que queda por delante una increíble selva burocrática de recursos y apelaciones e infinitas autoridades. La República española, a la que admiro poco, en esto la admiro: destituyó a Compañys, el Mas de entonces, y lo metió en la cárcel, sólo luego restauró la autonomía.

Lean, lean un buen libro sobre el tema, el libro de Alejandro Nieto «La rebelión militar de la Generalidad de Cataluña contra la República». Verán que es lo mismo de ahora. Lean mis artículos en LA RAZÓN sobre esta insurrección, que no es democracia, es revolución programada: «¿Derecho a decidir?», 19-I-1913, «Revolución en Cataluña», 5-X-2013, «El hombre es manipulable», 27-IX-1914. Añadan el libro de Santiago Muñoz Machado «Cataluña y las demás Españas». Ahí está todo.

Pues bien, nuestro presidente dice ahora que hay que seguir la Ley y el diálogo. Pues yo creo que ahora la insurrección catalana ha sido declarada errónea y lo que queda es modificar los hechos arbitrarios con la Ley de verdad. Porque siguen erre que erre con sus decretos y sus votaciones y su nueve de noviembre, como si nada. La Ley es lo que ahora hay que llevar a la práctica, lo del diálogo queda para otro momento. Y, desde luego, manteniendo la indisoluble unidad. Y negándose a hablar sobre este tema. Es el momento de actuar. Dejemos de hacer el don Tancredo. Éste es un tema de interés nacional, alguna vez hemos de descansar de exigencias tan abrumadoras como irracionales. De descansar todos los españoles, entre ellos los primeros los catalanes, que viven coaccionados bajo el imperio del supuesto patriotismo de un pequeño grupo que se ve a sí mismo como la encarnación viva de Cataluña. Cataluña ha vivido bien de su dinamismo y su trabajo –y del apoyo de España a su industria, de sus aranceles beneficiosos para ellos, que participaban en toda la vida nacional–. En realidad, en mil cosas Cataluña vive independiente. Lo del «España nos roba» ya se ha visto que es contrario a la verdad. España ha sido y es, al revés, una sombra protectora. Y el independentismo no tiene tradición en Cataluña, que no fue nunca una nación. Vive de una Historia falsificada y todo ese movimiento se creó a comienzos del siglo XIX por imitación de las repúblicas americanas y por el deseo del pequeño grupo de obtener las máximas vanidades: bandas de ministros y embajadores, compañía de aviación... y más poder. Es lo que les falta, ya han satisfecho su gran pío pío: cargarse o casi en Cataluña la lengua española (que no castellana, ésa es la que hablaba Mío Cid). Con daño para ellos mismos. Con Cataluña, antes de esta gran confusión, trabajábamos a gusto todos, ellos con nosotros.

En fin, pensamos muchos que ya ha llegado el día de dejar de hablar y de cortar las prerrogativas de que el Gobierno y el Parlamento de Cataluña se han abusivamente apropiado. Se han permitido el lujo de sustituir nuestro Gobierno, nuestro Parlamento y nuestra Constitución, que son cosas comunes, a su capricho. Pues bien, ahí está el artículo 155 de la Constitución, para empezar. Aquel por el que clamábamos en la Real Academia Española, hace ya tanto tiempo, D. Julián Marías y yo, ante las ofensivas contra la lengua común a todos.