Francisco Rodríguez Adrados

El hombre es manipulable

¡Que espectáculo el de la diada, miles y miles de personas, personas honorables sin duda una a una, arrastradas a una causa de racionalidad escasa o nula! Y ello a base del recuerdo machacón de supuestos agravios, de bien reales mentiras, y de la esperanza ingenua de inscribirse en los bronces de la historia. Haciendo de Cataluña la nación que no fue nunca. Y olvidando lo que habían votado.

Está uno más que cansado de tantos supuestos salvadores, ha visto demasiadas guerras, demasiadas ilusiones. Entre ellas, las de tantas democracias, empezando por la de Atenas. Fue un intento honesto de unir fuerzas enfrentadas para el bien del común. Y, sí, juntos todos defendieron la ciudad frente al bárbaro. Crearon una democracia para prosperar en comunidad. Pero luego vinieron las violencias y los desengaños. He escrito libros sobre esto y sobre episodios paralelos, por ejemplo, los nuestros desde el 31. Íbamos a vivir felices todos, sin rey. Pero vinieron la revolución y la guerra y tantos espectáculos, los estábamos olvidando. Pero no nos han dejado olvidarlo los que hacían estatutos uno tras otro, y luego intentaron ser una nación, lo que no habían sido nunca.

En Atenas podría ejemplificar todo esto, pero ¿para qué? La musa de la historia es olvidadiza, parece que lo suyo es ser violada. Puestos a recordar prefiero recordar el panorama de Barcelona, de toda Cataluña, no hace tanto: un país hermoso donde se vivía en paz. Éramos maestros y discípulos unos de otros, vivíamos allí y aquí. Recuerdo congresos, recuerdo cuando yo daba allí conferencias, presidía tesis doctorales. Quedan contactos personales, cada día más difíciles.

Algo profundo debe de haber en la naturaleza humana que impone romper la concordia, crea bandos enfrentados, frente a tantas teorías que prometen, sin grandes argumentos, la verdad, progreso y felicidad. Los cristianos, al menos, prometen la felicidad para el cielo. ¡Pero en la Tierra! ¿Han visto Vds. cómo tantas naciones han perdido trozos de su territorio?

Pienso a veces que en el fondo de todo quizá esté aquello que decía Solón, el fundador de la democracia ateniense a comienzos del siglo VI a.C.: «¿Quién podría saciarlos a todos?»

Nadie, por supuesto. Pero, ¿por qué tanta saña contra la felicidad? ¿Cómo hay tantos genios sagaces en explorar viejos agravios? Si se retiraran de la escena personajes como ese de Cataluña, viviríamos todos mejor.

Pero es que actúan, no hay duda, aprovechando un resorte o una debilidad de la naturaleza humana, si no, no alcanzarían tanto éxito con sus pregones especiosos. Es un espectáculo tremendo, pero repetitivo: siempre empieza con quejas que son a veces justas, pero que llevan a choques que llevan a otros choques. Se entremezclan los factores de mentira y engaño.

Lean, tras esto, la historia de la antigua Atenas, que fue por un momento un cuento de hadas y concordias, luego de toda clase de cosas turbias, que acabaron por explotar. Los dictadores vinieron detrás.

Hay los maximalismos: ellos van a arreglarlo todo, habrá el progreso indefinido y luego... Pero sabemos mucho de ese «luego». La historia está llena de libertadores que se convirtieron en tiranos. En fecha mucho más reciente, están los movimientos que van a arreglarlo todo. Todo será del pueblo, éste y el Estado serán lo mismo. Pero al final será inevitable la tiranía para que algo se tenga en pie. Luego, no hace falta ni un enemigo, ese régimen «humano», tal el de la Rusia soviética, se hunde él sólo. Como un barco demasiado cargado.

E igual los populismos en América y ahora en Europa, al menos en programa. Griterío y desorden programados, anuncios de que, con ellos, a los ciudadanos todos les saldrá todo gratis: el Estado pagará. Y un bonito cheque a fin de mes.

Ese logos común a los hombres, que decía Protágoras, otro griego, hace que nos convenzamos unos a otros, y crea la democracia, que está fallando bastante, la verdad. Y los vendedores de paraísos tienen antiguo e ilustre pedigrí. Pero eso es un reclamo para expulsar al contrario.

Como decía mi portera Lidia en Salamanca, lo he contado muchas veces, allá en año treinta y uno: llegada la República y desaparecido el consumo del rey, todos seremos felices.

Ya saben las felicidades que vinieron, no voy a relatarlas. ¡La famosa República, añorada por quienes no la conocieron! La viví de cerca. Y es que el hombre, como dice el título de este artículo, es manipulable con ilusiones y magnetismos varios: se hace masa. Recordemos las que seguían a los falsos profetas no hace tanto.

Y hay luego los separatistas o separadores: eliminemos al otro, seremos felices nosotros, ése es su lema. Ya ven las separaciones: tras la de Austria y Hungría, al fin de la primera Guerra Mundial, vinieron en la segunda la partición de Checoslovaquia, la de Yugoslavia. ¿Han sido más felices? Habría que preguntárselo. Ahora están en la cola del separatismo Cataluña y una tira más de regiones en España y fuera. ¿De verdad la cola de la felicidad?

Todos los pequeños países echan la culpa a los más grandes: las colas a las cabezas de león. Claro que los supuestos taumaturgos que están detrás de todo esto creen que ellos y algunos más algo ganarán.

El caso de Cataluña es especial y no por sus razones: jamás fue Cataluña una nación. Por la insistencia con que están entonteciendo a España, a ellos los primeros. ¡Una historia que ha amargado nuestras vidas! Primero, la de la República, que fue inconsciente al darles un estatuto (¡volem lo estatut!), y creyeron que con esto se callarían, pero nada.

Para parar los estatutos se inventaron las autonomías, el café para todos: pues nada. Más estatutos, más insistencia, derecho a decidir (lo inventé en LA RAZÓN, antes que ellos). Y los socialistas proponen negociar (o sea, que les demos un poco más). Y luego, volver a empezar. No sé qué pecados habrá cometido España para sufrir esto.