Política
La familia de San Telmo
Sólo llevan un año entre nosotros y la conocemos de sobra. Conviene que, entre los propósitos de Año Nuevo, incluyan más energía, política y gestión
Después de un año de relación, el matrimonio formado por Juanma Moreno y Juan Marín sigue fuerte y bien avenido pero sus tramas son tan predecibles como faltas de brillo.
A no ser que con la llegada de Juan Manuel Moreno Bonilla a la Presidencia de la Junta de Andalucía las cosas hayan cambiado por de San Telmo (y de así serlo, sin duda hubiera trascendido), ningún presidente autonómico ha usado este palacio, sede del Gobierno andaluz, como residencia oficial desde que el arquitecto del Régimen, el «Speer» del PSOE-A, Guillermo Vázquez Consuegra, perpetrara la rehabilitación integral de este edificio. Un inmueble que resume en sí mismo, más allá de la historia del Barroco sevillano, la crónica del surgimiento, auge y caída del reinado socialista con la última reina del Sur, la otrora poderosa Susana Díaz, penando por sus fríos pasillos de mármol cuando las urnas, primero, y el fértil diálogo de las derechas, después, la apeó del poder –y con ella a toda su estirpe– sin margen de maniobra ni remedio.
Como la Navidad es un tiempo propicio para las fábulas y los cuentos, queremos imaginar, en este último Flâneando del año, que estos días el palacio sevillano, construido entre los siglos XVII y XVIII para ser primero sede del colegio de marineros, se convierte en una gran casa familiar donde se brinda por los gozos y las alegrías que ha deparado este 2019 (esa boda que nunca creíamos que iba a celebrarse), se critica mucho al inquilino anterior (por la suciedad encontrada en la casa al llegar y por las deudas impagadas que se amontonaban en el buzón) y, como cabe esperar, una reunión donde las miserias se hablan bajito y en la cocina (las protestas de funcionarios de Educación y de Salud, por ejemplo).
Así imaginamos que se suceden estos días para la familia del Gobierno andaluz que es ese matrimonio bien avenido formado por la pareja Juanma Moreno y Juan Marín, JM y JM, un trasunto de Alberto Closas y Amparo Soler Leal en «La gran familia». Una pareja, es conveniente recordarlo, a los que ayudó a dar la entrada para la casa –y donde ustedes leen casa interpreten llegada al Ejecutivo autonómico– ese familiar conservador, nostálgico de Blas Piñar y con la cartera prieta (o eso presume) que es el tito Vox y los 12 correligionarios que procesionan por el Hospital de las Cinco Llagas.
Andarán pensando que me he pasado con los caldos y las viandas propias de estas fechas y que escribo lo que escribo de puro empacho. Pero todo es más sencillo: se trata de imaginar durante unas líneas la Navidad de los personajes que habitan San Telmo y pasean por sus estancias y jardines. Juguemos.
El matrimonio JM y JM, felices pese a que este año JM de ellos ha perdido a su padre –Albert Rivera– disfruta de un amor sólido, pese las decepciones surgidas de las muchas expectativas que despertó su romance y las críticas permanente que reciben de los vecinos de la izquierda. Contra pronóstico, juntos han formado una amplísima familia de 10 hijos, a los que llaman consejeros de personalidades dispares y problemas comunes. Tenemos al hijo vivaracho y locuaz que se ha aplicado muchísimo y trae buenas notas en forma de Presupuestos aprobados –Juan Bravo–, luego está el estudioso y reflexivo que tiende a decir siempre su opinión a las claras al margen de la opinión paternal –Rogelio Velasco–, está el hijo deportista falto de luces para los estudios pero listo como el que más –Javier Imbroda–, el hijo incapaz de que pase un día sin meterse en un charco, incapaz de sentarse a la mesa sin contar chistes de trazo grueso –Jesús Aguirre–, la hija tímida que siempre se coloca atrás en las fotos –Rocío Blanco–, las mellizas que quieren mantener el legado familiar –Carmen Crespo y Marifrán Carazo–, la hija problemática y contestona –Rocío Ruiz– y la hija más bonita e incapaz de rechistar ninguna decisión de sus padres –Patricia del Pozo–.
En toda familia existe ese perfil de hijo urdidor, maquinador de todas las intrigas, que impone respeto a sus hermanos, con un don especial para la inventiva. Hablamos, cómo no, de Bendodo, al que estos días, mientras sus hermanos andan de fiesta con el gorro de papa Noel sobre la cabeza, imaginamos descubriendo pasadizos secretos en las entrañas de San Telmo que llevan a criptas donde, cuenta él porque nadie lo ha visto, hay enterrados miles y miles de papeles de los ERE y maletines llenos de dinero robados a los pobres parados de Andalucía.
Sólo llevan un año entre nosotros y conocemos de sobra a esta familia. Conviene que, entre los propósitos de Año Nuevo, incluyan algo más de energía, política y gestión en su día a día o nos terminaremos aburriendo de una trama familiar tan predecible como falta de brillo.
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